Es fácil entrar a una dictadura, lo difícil es salir

Cuando las cosas van mal en El Salvador, hay una receta bastante probada para que la conversación cambie y la opinión de todos sea favorable: el líder debe volverse autoritario y mejor aún, arroparse con todos los gestos militares que pueda convocar.

Eso fue lo que la sociedad salvadoreña vivió el domingo 9 de febrero de 2020, hace poco más de un año. La irrupción en el recinto de la Asamblea de un presidente electo democráticamente y un ejército que lo siguió y se apropió del espacio con actitud amenazante. La confrontación que ahí tomó forma fue la respuesta a la primera crisis del gobierno: una crisis social y sanitaria por la distribución de agua potable contaminada, y una crisis política a raíz del cuestionamiento del Director de Centros Penales, Osiris Luna, involucrado en negocios poco transparentes con el Grupo SeguriTech Integral Security, una millonaria empresa mexicana de seguridad y videovigilancia.

Para que pudiéramos olvidar con tranquilidad esos problemas, el equipo presidencial ideó un guion muy hábil y, antes de empezar la pandemia, la sociedad salvadoreña inauguró su primera temporada del reality show más querido por los salvadoreños. El autoritarismo más cool. La dictadura más linda. Nuestro sueño más anhelado.
Pero en realidad, el guion no es original. Esta película es un remake, con algunas variaciones gracias a las redes sociales, de la película más taquillera del último siglo de la república. La de los autoritarismos militares.

Los historiadores nos cuentan que la sociedad salvadoreña se ha visto seducida en distintos momentos por este performance del poder. Y no es para menos. Es un poder masculino, defensor, fuerte, leal a sus principios, disciplinado. Vale la pena recordar que, en sus inicios, las élites salvadoreñas tenían sus propios espacios de socialización en donde los militares no podían entrar. El Casino Salvadoreño, fundado en 1880 y el Club Internacional, en 1903 eran espacios exclusivos y excluyentes. Es por ello que algunos años después, en 1919, la Revista del Círculo Militar iniciaba su circulación y legitimaba un nuevo espacio social que no dependía de las rígidas normas del apellido y la clase social, sino de las heroicas hazañas de los tenientes y los coroneles, que empezaban a aparecer en los periódicos de la época como unos nuevos y aguerridos héroes. El mejor de ellos fue el general Maximiliano Hernández Martínez, que después de trece años en el poder dio pie a que distintos gobiernos militares se mantuvieran en el poder hasta 1979.

Antonio Gramsci, el comunista italiano, señaló en sus cuadernos desde la cárcel que en la hegemonía, es decir, en la dominación que un líder o un grupo de personas ejerce sobre un grupo social hay algo más que fuerza bruta. No basta con pegar, matar, o tener un arma, señalaba este pensador. Es necesario seducir, y para que exista la seducción, la complicidad es fundamental. Hay en los dominados una relación que no es consciente, pero que admira profundamente algo del dominador. Quizá sea la fuerza, o el vértigo del miedo, pero algo nos seduce.

Bukele y su equipo lo saben bien. Saben que si bien los acuerdos de Paz dijeron que había que reducir el poder del ejército, la seducción por la cultura militar viene de muy lejos para nuestra sociedad. Saben que el FMLN ha sido el partido que, después de la firma de los Acuerdos de Paz, dio más poder al ejército, quizá porque al final, el FMLN era un partido político nacido de un ejército. Y saben que los medios de comunicación celebraron este poder adquirido.

Bukele y su equipo saben que la sociedad salvadoreña ha valorado al ejército mucho más que a la democracia. Que a la gran mayoría de las personas, sin importar el nivel educativo o el lugar de proveniencia, les seduce la posibilidad de legitimar la pena de muerte, la proliferación de las armas, el servicio militar obligatorio como proceso de corrección y educación social.

Bukele y su equipo saben que somos lo que somos. Saben que el ojo por ojo, y que el diente por diente atrae. Que hay demasiado dolor. Y saben que de nuevo olvidaremos. Que no importará que lo que han hecho es mejorar el mismo guión propuesto por el FMLN. Saben que omitiremos el pequeño detalle de que son parte de “los mismos de siempre” y que solo necesitan una buena actuación militar-presidencial. Necesitan mostrar de nuevo que es él, Bukele, el hombre digno, fuerte, disciplinado, trabajador, el verdadero indignado, el nuevo guerrero junto a su nuevo ejército verde olivo. Y pensaremos que esas son las nuevas ideas, las únicas capaces de erradicar las pandillas y los males que nos aquejan.

Después del 9F de hace un año viene el 28F. Y lo más probable es que este remake consiga un Óscar a la película más taquillera por parte de nuestra sociedad. Y es posible que, a partir de ese momento, cuando tenga la mayoría en la Asamblea, no se necesite ya nada más. Algo sabe el siglo XX de lo fácil que es entrar a los regímenes militares, pero también lo difícil que es salir de ellos. Y Bukele y su equipo lo saben también.

(Proceso)

 

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