RELATO: El uniforme verde olivo

Por: Prof. Mario Juárez.

La niña Mary se deleitaba viendo al muchacho, que corría con su fusil en la mano derecha, y en su fuero interno no dejaba de pensar que algún día su primogénito sería un comandante, como su padre, que había quemado su piel en mil batallas. Como el muchacho era diestro tirador, y la destreza y la astucia que llevaba en sus huesos lo habían salvado de incontables bombardeos y escaramuzas, recibió como recompensa un uniforme verde olivo, nuevo e intacto. Al principio le picó la gana de usarlo, pero luego desistió de su afán y se lo confió a su madre, a quien le dijo: “Alzármelo, mamá…, que me lo pondré cuando se dé el banderillazo de salida a la ofensiva final”. La señora, perturbada por aquellas dos últimas palabras de su hijo, lo guardó como un tesoro.

Desde entonces la agitación se apoderó de ella y le confirmó sus conjeturas cuando a sus oídos llegaron aquellas voces timbradas y firmes, de hombres y mujeres, a través de un radio, llamado Vikingo que, bajo las estrellas era trasladada en mulas a distintos sitios para protegerla del enemigo. Era el corazón de la milicia. A toda hora el aparato emitía mensajes cifrados que ella no entendía a cabalidad y se concebían de nuevos planes de insurrección que no precisaban fechas ni horas. Entre dientes se hablaba de un viaje suicida hacia algún lugar…

Genaro –que así se llamaba el hijo de la niña Mary-, había declarado que el día en que su ejército rebelde decidiera quemar su último cartucho, se casaría con la Isabel; entonces iría al altar con su uniforme verde olivo, bien planchado y oloroso. Su progenitora le había dicho: “Lo único que me queda sos vos, y mi gran deseo es que te cases con la Chabela; acordate que yo, al rato estiro las patas…”

A Genaro lo sostenían el ímpetu del tigre, un corazón de oro y la mirilla del águila. Sólo tenía un adversario: el despotismo. Sus tentáculos habían esquilmado la democracia, y Genaro y sus camaradas reclamaban al cielo la eficacia y la energía para suspender su progreso.

En su silla-mecedora, la niña Mary se aferra al uniforme verde olivo; lo apretuja como a un bebé en su regazo; ¡y quien trate en arrebatárselo, que lo piense muy bien! En su cabeza no cabe más que su prenda querida. El tiempo ha perdido su vigencia en la memoria de la anciana que, a pesar de todo, se niega a quemar las páginas gloriosas de su héroe.

Y es que Guazapa presenció la bala certera que fulminó el pecho de Genaro en aquel octubre enlutado. El castillo de las ilusiones, forjado a base de la perseverancia, se vino a pique. Sin embargo, el “la ofensiva hasta el tope” llegó, y dolida por la ausencia de Genaro, se consolidó y arrodilló al enemigo. La victoria dijo: aquí estoy.

Y la niña Mary, una vez más – desde hace trece años-, hundida para siempre en su silla, con su vaivén interminable, se obstina con ternura al lustroso uniforme.

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