En los trece relatos de este volumen, la inminencia de las pérdidas aparece como variaciones existenciales de la fragilidad de estar en el mundo.
Por Silvina Friera.
Afinar la mirada no es un ejercicio fácil. Ignacio Molina escribe como si observara a los personajes desde una cercanía que impresiona. Hasta cuando narra en tercera persona parece encontrar otra manera de bucear en la proximidad. En los trece cuentos de Todos los minutos para vos (Falsotrébol) la inminencia de las pérdidas son variaciones existenciales de la fragilidad de estar en el mundo. Un padre se pregunta en qué momento su hijo se convirtió en un adulto; un hombre camina sin rumbo fijo por una ciudad cada vez más desconocida y busca refugio en la casa de su madre, que lo traiciona. Un arquero del ascenso y fumigador presiente que le queda poco tiempo en el fútbol y se deja llevar por un extraño rencor.
El tercer libro de cuentos de Molina (Bahía Blanca, 1976) llega quince años después del primero, Los estantes vacíos (2006). El cuentista en que se convirtió despliega una escritura al hueso que sabe encontrar la temperatura ideal donde la lengua adjetiva sin temor a la emoción. El autor de las novelas Los modos de ganarse la vida (2010) y Los puentes magnéticos (2013) coordina talleres de lectura y escritura y publicó también los poemarios Viajemos en subte a la China (2009) y El idioma que usan todos (2010); el libro de relatos En los márgenes (2011) y la nouvelle El cuarto deseo (2018). El escritor dedica Todos los minutos para vos a la memoria de su hermana Florencia, que murió en septiembre del año pasado después de luchar contra un cáncer.
-No busqué representar la actitud de los hombres, pero ahora que lo decís puede ser… Yo no escribo para demostrar algo o con la certeza de algo, sino que la misma escritura me va generando preguntas. Sin duda muchos hombres hacen la vista gorda de la violencia que sufren las mujeres, como este personaje. Al día siguiente, la mujer golpeada sube a las redes una foto en donde se la ve feliz, con el marido que la golpeó. El cuento también habla de lo que se muestra en las redes sociales y el abismo que hay con respecto a la vida real. Quizá pensé el cuento más por ese lado y no tanto por la violencia de género. Pero lo que piensa el autor es un detalle ante lo que termina mostrando el texto.
-Hay un hombre que no puede decir en voz alta que su papá murió. ¿Por qué el libro está tan atravesado por la muerte?
-Ese cuento, “Oscureciendo la casa”, lo escribí después que se murió mi padre, hace seis años. Hay otro cuento en el que muere una mujer de 49 o 50 años. Me acuerdo de un cuento de Lucia Berlin, que se llama “Espera un momento”, en Manual para mujeres de limpieza. La narradora cuenta la muerte de su hermana por una enfermedad terminal y dice algo así como que el tiempo se detiene para la persona que muere, pero para quienes están alrededor el tiempo se desquicia. Mi hermana murió hace unos meses, justamente más o menos a la edad del personaje femenino de mi cuento, pero el cuento se resignifica porque lo escribí mucho tiempo antes, cuando Florencia no estaba enferma. Cuando alguien joven muere, se cambia el ciclo natural de las cosas y aparece la conciencia de la finitud de la vida. Me costó mucho tiempo decir que mi hermana murió, todavía me cuesta… Todo lo que uno pueda hacer o decir a partir de la muerte es insignificante. La literatura ayuda a pensar, pero no sé si a mitigar el dolor de la muerte.
-El cuento “Samuel HYPERLINK «https://www.pagina12.com.ar/247367-samuel-zunz»Zunz” pone en estado de pregunta qué es un lector, porque hay un personaje que lee un cuento, “Emma Zunz”, y entiende que él es el personaje del cuento que lee, ¿no?
-Leí “Emma Zunz” hace mucho tiempo y también leí “Erik Grieg”, cuento de Martín Kohan que toma al marinero finlandés que se acuesta con Emma, cuando ella simula ser una prostituta. “Emma Zunz” fue publicado en el 49; un año antes salió en la revista Sur y cuando me crucé con ese ejemplar se me ocurrió tomar a Erik Grieg en el año 48. Él se fascina con la idea de la ficción, a la que define como historias que no eran verídicas, pero que de alguna manera tampoco eran falsas. De esa fascinación termina siendo el lector de su propia vida, que termina en una escena parecida al final de “Emma Zunz”. Para mí es el mejor cuento del libro, pero no sé bien cómo me salió (risas).
-En ese cuento también aparece la figura del parricidio. ¿Se podría decir que en todo lector hay un parricida, como lo hay en todo escritor?
-Yo no sé si soy un parricida porque estoy dialogando con Borges, aunque sí abjuré mucho de la literatura argentina del siglo XX en mis primeros libros porque no me gustaba la idea del cuento tradicional. Lo que me pasó estos últimos años es que empecé a leer de otra manera a Borges y otros autores y me amigué con ellos. Antes mis cuentos eran estructuras más abiertas que intentaban ser muy diferentes, por lo menos ese era mi propósito.
-¿Por qué abjurabas de la literatura argentina del siglo XX?
-No sé… quería hacer algo nuevo y abrevaba más en la literatura norteamericana, en (Raymond) Carver o (Ernest) Hemingway llevándolos a un registro argentino. Es algo común cuando uno es más joven querer hacer algo que no se parezca a otras cosas que se hicieron antes. Ahora tengo más del doble de la edad que tenía cuando empecé a escribir y sería aburrido escribir siempre igual.
-El arquero de tu cuento se hace una serie de preguntas: ¿De qué vive toda esta gente? ¿Cómo juntan tantos miles de pesos para pagar el alquiler? ¿O cómo juntaron los miles y miles de dólares que se necesitan para comprar un departamento así?
-Esas preguntas están siempre presentes en mis textos; la pregunta sobre cómo hace la gente para ganarse la vida; pero también las relaciones sentimentales, las pequeñas sociedades que se forman entre las personas; el amor y su contracara. Yo soy hincha de Excursionistas, un equipo de la Primera C, y me interesa mucho cómo es la vida de un jugador de la C, un jugador que es profesional, pero que al mismo tiempo está alejado del glamour que se piensa que tiene un jugador de fútbol.
Fuente: Página/12