Por: Francisco Parada Walsh*
Nosotros, los salvadoreños, los hijos y nietos de Roque Dalton somos unos salvajes caníbales, nada nos importa más que saciar nuestra sed de sangre y de hambre. Una sociedad que queda expuesta en su egoísmo, en mostrar una desnudez sin escrúpulos queriendo cubrirla con chirajos de valores, con harapos de desprecio donde estamos prestos a olfatear el cadáver del colega caído, no para rendirle tributo sino para caerle encima a lo poco que deja, una plaza. Somos caníbales, nos comemos, nos devoramos y debo resaltar una característica de nuestro tropical canibalismo donde nos comemos vivos, ni siquiera esperamos a que el amigo muera, lo devoramos de pies a cabeza, no dejamos nada más que un rastro asqueroso de nuestros pasos.
La pandemia no nos hizo malos, no, somos malos por naturaleza y la pandemia solo reafirmó los anti valores que practicamos donde la mentira, el robo, la descomposición es la tierra que pisamos, es el aire que respiramos, es la patria que asesinamos. Nosotros, los caníbales parimos canibalitos, les mentimos, los engañamos, los usamos y sentimos un profundo gozo que alcanza un patriotismo enajenado al ver que jodimos al hermano. Nosotros, los caníbales nos afilamos el pico, las garras y revoloteamos las alas en franca señal de victoria ante la derrota y la muerte del hermano, del colega.
Un gremio que de gremio no tiene nada, una plebe de hambrientos y necesitados profesionales que nada los sacude, nada los estruja, estatuas frías con grandes dientes prestos a morder al hermano, ¡Qué triste! No hay pasillos de honor, quizá los pasos de honor que vi, eran vanas ilusiones, estaba soñando al ver a orgullosos colegas caer rendidos ante su amigo fallecido, firmes, dignos, humanos. Nosotros, los caníbales no somos humanos, somos una mezcla de vicios, bajezas y ausencias que ni el dolor más grande nos conmueve, vivimos anestesiados, endrogados y apenas balbuceamos alguna palabra; el tiempo siempre da la razón, somos peores de lo que imaginamos, somos una lacra que se auto fagocita despacio, despacito; no hay dolor, solo hambre, hambre de comida pero sobre todo de valores.
Cuando vino a mi mente escribir sobre los colegas masacrados durante la pandemia y tratar de enaltecer a tanto médico fallecido nunca imaginé que rendir un tributo al médico desconocido y olvidado me traería más sin sabores que dicha, alegría, y alguna ingrata satisfacción pero no fue así, todo es al revés en El Pinochini de América, sé que el bien ganó al mal pero todo lo bueno que creí que hacía sirviendo al personal de salud fue borrado de tajo por determinadas acciones donde el odio, la venganza y el miedo se hicieron presentes; pareciera que es una pintura surrealista donde todo está patas arriba y así, esa obra es el deleite del caníbal.
Pensé en escribir un libro, nada astral más que plasmar mis sentimientos y pesares sobre lo vivido por el personal de salud durante la pandemia pero todo quedó en ese pasado injusto, donde a nadie parece importar ¡nada! Me queda la enorme satisfacción de haber enaltecido el nombre de muchos colegas que fueron tirados a la muerte con todo el dolo del mundo pero todo se resumió en que lo que hice fue antagónico a la paz, a la justicia y a la solidaridad. Primó el canibalismo al dolor, pudo más el hambre que la amistad, ganó el mal al bien. Nada me extraña, nada, vivo y muero en una sociedad hedonista, egoísta y mentirosa donde el canibalismo se ha convertido en una forma de vida, despedazar al adversario es la regla y si podemos coserlo a balazos, mejor. Lo vivimos en la calle.
Triste herencia a los canibalitos, no heredamos valores sino miserias donde el bien personal está por sobre el bien común, todo es un festín donde se celebran rituales a la muerte, todos queriendo comer un pedazo del muerto, todos; los caníbales se arrastran y no es Adán ni Eva los pecadores sino esa culebra que se convierte en hombre para clavar su ponzoña a su hermano; todos bailan alrededor de un fogón, ahí se cuecen las infidelidades, el dinero robado, la hipocresía y la traición.
Caníbales de blanco, último bastión de una dignidad de antaño, ahora un completo rebaño que apuntas tus flechas en el flanco, que en silencio esperas la plaza del colega abatido, no hay honor, eso aburre, los pasillos que vivimos son cosas del pasado. Que siga la fiesta, que viva el guaro, la indolencia, la envidia y nuestra humana miseria.
*Médico salvadoreño