Los creyentes ya no son feligreses. El abandono de las iglesias

Por: Elio Masferrer Kan*

El 12 de diciembre del año pasado, día de la Virgen de Guadalupe, la devoción más importante de México y varios países de América Latina, Alejandro Moreno nos brindaba una interesante encuesta donde ponía de relieve que el 58% de los mexicanos consideraba que la Virgen de Guadalupe era importante para su vida. El guadalupanismo rebasaba las fronteras confesionales, pues el 68% de los católicos, el 33% de los evangélicos y el 22% de los que no profesan ninguna religión estaban dentro de los creyentes en la Virgen de Guadalupe.

Recientemente Moreno nos aportó otra encuesta mas interesante para quienes trabajamos cuestiones religiosas y está referida a la asistencia a cultos religiosos en México. Sabemos que en estos momentos las iglesias están apelando a las modalidades virtuales y presenciales con limitaciones, dependiendo del semáforo epidemiológico, Llama la atención que los líderes religiosos exigen la apertura de los templos pues los feligreses necesitan alimentos espirituales. “No sólo de pan vive el hombre” reclaman. La pregunta sería ¿cuál el pan?

Según las encuestas, entre enero y mayo de 2020 el 44% de los entrevistados decía asistir a servicios religiosos con cierta regularidad, en el segundo semestre del año pasado bajó al 35% y en los primeros meses de este año está en el 21% y en marzo bajó al 19%. Esta disminución es más aguda en el catolicismo que en los evangélicos. Esto nos indica un descenso constante, no sólo en la asistencia física a los templos, que está complicada en muchos casos, sino que los feligreses están abandonando los medios virtuales.

El Censo de población del año pasado mostró un aumento de las personas no adscritas a ninguna religión había que había subido en México, al margen de las cuestiones metodológicas, aparentemente los creyentes estarían en alrededor del 89%, pero sólo el 19% está asistiendo a servicios religiosos. Estamos hablando de dos tercios de los mexicanos. Esta situación repercute en las cuestiones internas y cotidianas de las iglesias. En el medio de la pandemia, con miles de muertos y personas contagiadas la fe no ha disminuido, pero son las organizaciones religiosas las que fallan o no encuentran los canales adecuados en la atención de la espiritualidad de los mexicanos.

La Iglesia Católica mexicana centró durante mucho tiempo su estrategia pastoral en las cuestiones sacramentales: bautizos, bodas, primeras comuniones, ceremonias funerarias y la misa dominical eran los escenarios tradicionales en que se movió la institución, y donde se han registrado las principales pérdidas. Pero hubo una cuestión que los sacerdotes no quieren aceptar y es la disminución radical de las confesiones. Desde hace bastante tiempo los católicos no se confiesan y comulgan habitualmente. Nuestro equipo de investigación hizo un sondeo y encontró que muchos fieles católicos nos comentaban que ellos “se confesaban con Dios” y no con el sacerdote, que “era un ser humano igual que ellos”. Es notable la pérdida de la sacralidad de la figura sacerdotal, quien es visto con desconfianza por los feligreses, agravado con los escándalos descubiertos al clero. El diálogo directo con Dios fue uno de los motores de la Reforma Luterana.

Ya en una colaboración anterior mostrábamos la caída de creyentes católicos en Chile y en México. Es interesante mencionar que la baja afecta a los evangélicos, aunque en menor escala, que en Chile pues han sido muy eficientes en gestionar radios y medios digitales, en el caso mexicano, no se vieron afectados por escándalos que afectaran seriamente su prestigio

Existe una discusión entre los especialistas para predecir que pasará después de la pandemia. Algunos toman el escenario posterior a la epidemia de gripe española y el Decamerón de Boccaccio para predecir algo parecido a “los años locos”, el Charleston y la revolución de las costumbres en París y las grandes ciudades. Para los antropólogos latinoamericanos que, en muchos casos, hemos investigado a los pobres y los marginados, consideramos que para irse de parranda y fiesta hay que tener dinero y eso es la que está escaseando como resultado de la crisis económica, que pauperizó a las capas medias e incrementó las cifras de personas en pobreza extrema.
Hay millones de personas que están esperando propuestas culturales y religiosas acordes con sus nuevas realidades. ¿Estarán las instituciones a la altura de las circunstancias? La moneda está en el aire.

*Doctor en antropología. Profesor investigador emérito ENAH-INAH

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