En asuntos de política, lo normal es que después de cada elección, haya ajustes de cuentas internas en los partidos que pierden y reacomodos para ejercer el poder en el partido ganador. También es normal que quien gana entona el discurso de que gobernará para todos, tanto para los que votaron por ellos como para los que no, y los que pierden anuncian que harán una oposición constructiva. Eso es la normalidad, pero El Salvador hace ratos que dejó de andar este camino. Tanto Arena como el FMLN vienen viendo cómo se reduce su caudal de votos desde hace algunos años y, aparentemente, eso no provocó mayores cambios internos en estos partidos. Ahora, independientemente del rol que se planteen jugar en la Asamblea Legislativa, para el papel de la oposición que es controlar el ejercicio del poder, su margen de actuación será nulo. GANA y sobre todo el CD, salieron también trasquilados el 28 de febrero, pero por su incondicionalidad al presidente sienten que tienen una cuota en ese triunfo, aunque a uno de ellos lo amenaza la cancelación. El PCN y PDC también salieron con exiguos resultados pero parece que se hacen los desentendidos. Por su parte Nuevas Ideas, a pesar de sus holgadas victorias en 2019 y 2021, sigue con un discurso confrontativo que no difiere mucho del de la reciente campaña electoral.
En este tiempo de transición, la expectativa es lo que viene después del 1 de mayo, una vez que el presidente Bukele tenga todo servido para lograr lo que pedía y quería: el control cuasi total del aparato de gobierno. Y, aunque los partidos todavía parecen estar asimilando el golpe electoral y pensando qué hacer con lo poco que les quedó, en la sociedad civil se mueven más las teorías, creencias y apuestas sobre el futuro cercano.
La población que votó por la N, y que fue protagonista del realineamiento electoral del 28 de febrero, espera que por fin los cambios estructurales a favor de las mayorías que ofreció el presidente se comiencen a ver. Para la mayoría de esta gente quizá el estilo del presidente no sea el centro de su preocupación, lo que apremia es la satisfacción de las necesidades humanas básicas que no se han resuelto desde que en el país hay una democracia formal. Su margen de tolerancia dependerá de la dirección en la que empiece a actuar el gobierno una vez que ya no tenga el obstáculo de los mismos de siempre.
Por su parte, el movimiento social organizado, y las organizaciones de la sociedad civil de diversa índole, auguran una continuidad de lo que ya mostró el presidente en el más de año y medio de gobierno: un camino que conduce al autoritarismo, a la falta de transparencia, a la corrupción y que amenaza con perpetuarse en el poder. Ante ello es indispensable la unidad de la sociedad civil y el papel de la comunidad internacional para contener esas supuestas pretensiones.
Por otro lado, algunos analistas que otrora fueron miembros del FMLN, afirman que es el momento más propicio para una revolución en el país; es hora de un cambio radical en la forma de gobernar que hasta hoy ha beneficiado a cúpulas. En este proceso histórico el pueblo es el conductor y el presidente es un “instrumento” de la voluntad popular. En este análisis no cuentan los signos de autoritarismo, el interés de clase, la ética de los funcionarios ni los abundantes señalamientos de corrupción. Todo parece ser guiado por una especie de Espíritu Absoluto hegeliano o por una suerte de Mano Invisible smithiana que garantiza un derrotero predeterminado de la acción humana.
En realidad, como ya se ha dicho mucho, el presidente tendrá toda la institucionalidad a su favor para implementar las políticas y leyes que desee, sin necesidad de recurrir al uso de la fuerza ni a la represión. Las condiciones internas para implementar un proyecto son inmejorables. Solo si la actuación del gobierno no responde a lo que el pueblo que lo votó espera o si va contra la honestidad de la que tanto han hablado, entonces no tendrá otro camino que apoyarse en el uso de la fuerza como ha sucedido con otros gobiernos que llegan al poder gracias a las bondades de la democracia pero que, una vez en él, terminan destruyéndola.
Estas son las expectativas de cara a lo que le depara al país. Solo el gobierno podrá despejarlas. Lo que sí parece ser seguro, es que la experiencia organizativa del pueblo salvadoreño, garantiza una respuesta a uno u otro camino.
* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 38.
Fuente: UCA Noticias