Por Eric Nepomuceno.
En diez años, la guerra civil en Siria, que causó impacto en todo el mundo, provocó 300 mil muertes.
En un año – un año – , el coronavirus mató en Brasil a más de 300 mil personas. Lo que una guerra civil tardó diez años en lograr, logramos en uno.
Tanto en lo de Siria como en Brasil, eso tiene un nombre: Genocidio. Y en el caso nuestro, tenemos a un responsable: Jair Bolsonaro (foto). O varios: él y todos sus cómplices, pero siempre al mandatario en primer lugar.
Vale recordar, otra vez, que tales números – oficiales – son más que dudosos. Hay mucha sub-notificación en Brasil, e investigadores, médicos y científicos dicen que ya alcanzamos la marca de los 400 mil.
Gloria, gloria, aleluya: ¡superamos la situación de Siria!
Quedémonos, en todo caso, con las muertes oficialmente reconocidas. Son como 820 cada día. Poco más de 34 cada hora. Más de dos por minuto. Y la marcha sigue y sigue acelerada.
Claro que me gustaría escribir de otra cosa, pero por donde quiera que se mire, mi país está en colapso, irremediable colapso.
Faltan insumos para atender a los enfermos, faltan plazas en unidades de terapia intensiva, falta un plan nacional de coordinación, falta todo. Todo.
Confieso a mis parcos lectores que me gustaría escribir de otros temas. Recordar a amigos que se fueron, contar anécdotas divertidas de gente como Piazzolla, Eduardo Galeano, Gabriel García Márquez… o de los que siguen por aquí, como Chico Buarque o Caetano Veloso, o vaya a saber…pero ni modo, es imposible.
Cada día me despierto pensando en quien será el siguiente.
Perdí, es verdad, a manos del virus maldito, amigos o casi amigos extranjeros. A Luis Sepúlveda, el gran gran escritor chileno con quien no tuve propiamente una relación de amistad, pero sí de afecto.
A nuestro inmenso Pino Solanas, de quien sí fui amigo durante décadas. Y así seguimos y seguimos y seguimos… infinidades de perdidos.
Otra vez, que me permitan y me perdonen mis parcos lectores: ya no aguanto más escribir sobre lo que pasa en mi país.
Tenemos a un Genocida como presidente, y no hay nada ni nadie que aparezca para no solo pararle la mano, sino para fulminarle, extirparlo.
Ahora, hay un movimiento para que se catapulte al ministro de Aberraciones Exteriores, Ernesto Araújo, de su sillón.
Perdón: Relaciones Interiores, ya que solo se dedica a complacer a Eduardo Bolsonaro, uno de los hijos presidenciales bandidos.
¿Bandidos por qué? Por apoderarse de recursos públicos. Por eso.
Mejor parar acá.
Alguna vez podré volver a hablar de las cosas buenas de mi país. Porque las hay, y son – al menos por ahora – muchas.
Alguna vez podré hablar de lo que sobrevivió.
Pero hoy mismo, sábado, día en que escribo, otra vez murieron más de cien personas por hora. Más de uno a cada quince minutos.
Cambiar al ministro imbécil, y lo cambiarán pronto, que aisló Brasil en el mapa global, que retrasó la entrega de vacunas y elementos para producirlas, es algo.
Pero nada más que eso: algo.
Se da por descartado que él, Ernesto Araujo, quien era un nadie antes de asumir el puesto de ministro de Relaciones Exteriores y transformarse en ministro de Aberraciones, será catapultado.
Pero eso es una gota, una gotita, de la tragedia enfrentada por Brasil y que podrá derramarse a los vecinos en primer lugar, y luego al mundo.
¿Cuándo se catapultará al Genocida? ¿Cuándo será mandado a un tribunal internacional para responder por crímenes contra la humanidad?
Fuente: Página 12