Por: Francisco Parada Walsh*
Dichos populares, sabias palabras. Somos una sociedad donde la vida poco importa tal como un pañal desechable; matamos todo lo que podemos, matamos a la verdad, al amor, a la justicia, a la solidaridad, le volamos los sesos al puma que apenas saca los bigotes; matamos pericos, tortugas que su único pecado es desovar en estas playas llenas de drogas y seguimos matando.
Se mata al oponente político, se balacea al que no piensa como yo quiero ¿A cuántos he matado?: Debo confesar que soy un asesino, no un sicario, mato por placer a decenas o cientos de personas, les he disparado palabras, agravios, ofensas, disgustos, mentiras y tantas formas que hay para matar.
Estamos repletos de maldad, indigestados de mentiras y nada de eso mata al salvadoreño, nada, por eso debemos ser una sociedad obesa, grasosa, unos marranos salvadoreños que se hartan todo lo que pueden con la intención de morir y no pueden, siguen viviendo, siguen penando y día a día engordan hasta reventar pero no mueren, al contrario, engordan.
Vivimos en una sociedad donde los anti valores predominan y luchamos como diablos cuando vemos al cura venir; deseamos lo malo, la envidia, el odio y día a día nos revientan los tímpanos y el hígado con mensajes de odio pero nada pasa, nada perturba nuestras vidas y terminamos repletos de pensamientos grasosos y no viene un infarto, sino una mente pútrida y enajenada donde solo vive el ego doblegado de ese salvadoreño borracho, pendenciero y jugador; volvemos a engordar, volvemos a tener un corazón grasoso, un corazón palpitante de maldad, debemos engordar. Sabiduría popular.
No entiendo cómo podemos ver la vida al revés, subimos escaleras que bajan y llegamos al inframundo, sabedores que no tenemos miedo al pecado, aplaudimos al mal, nos vanagloriamos de joder al hermano, vivimos en una jaula cual los motociclistas infernales donde lo único que deseamos es ver caer al hermano, al otro pobre, al otro desdichado.
Vivimos empachados de guaro y de ignorancia, habitamos un circo y somos nosotros los payasos; los elefantes, los micos y los leones sin dientes se sientan en las sillas del palco y en la tribuna del pueblo y así, los amigos animales aplauden al ver cómo nos mordernos, cómo nos devoramos, ríen y disfrutan de nuestras payasadas, de nuestras estupideces.
El circo se llama El Salvador y todos somos los actores; unos viejos, otros jóvenes, pequeños, altos, flacos y gordos y cada uno tienen una función que dar, hacer reír a un reino animal que merece vernos acorralados, pintarrajeados, maltratados. Una sociedad ausente, nada nos hace girar la mirada hacia el bien, no, cada salvadoreño tiene en su corazón un circo romano, una arena donde existen los malos y los peores y esa es nuestra identidad, almas grasosas incapaces de morir, egos que escurren manteca, riquezas mágicas que rebosan de grasienta falsedad, eso somos, un conglomerado de marranos capados, sin huevos, sin valores, sin rumbo.
Vivimos en una fétida porqueriza y nos devanamos en el fango de la miseria humana donde chapaleamos el lodo, esa tierra sucia y apestosa a la que hemos de volver.
El Pinochini de América se sacude el fango, nunca se había visto tanto odio y ni eso indigestó a un país históricamente dividido, seguimos dando palos de ciegos y apostamos por comer lo peor que una sociedad necesita: La indolencia; parece mentira pero acá, en esta sangrienta tierra cualquier cuento se hace realidad: Ciudadano: Paisito paisito, ¿Por qué tienes los dientes tan grandes?: Paisito: Para comerte mejor. Ciudadano: Paisito, paisito, ¿Por qué tienes los oídos tan pequeñitos?: Paisito: Para no escuchar tus lamentos. Ciudadano: Paisito, paisito, ¿Por qué tienes los ojos tan pequeñitos?: Paisito: Para no verte mejor. Ciudadano: Paisito, paisito, ¿Por qué no tienes lengua?: Paisito: Para nunca levantar la voz, para nunca gritar una denuncia, para nunca gritar una injusticia.
*Médico salvadoreño