Por: Marcelo Valko*
En un libro que titulé Pedestales y Prontuarios sostengo que nada es más peligroso que una estatua en su aparente inmovilidad ya que en ningún momento cesa de decir. La estatuaria derrama sentido, es modélica, nos doméstica, nos acostumbra a ver desde abajo al “héroe” instalado arriba. Es la expresión más cruda de la dominación y el sometimiento hasta que de pronto es percibida. Lo ocurrido en Chile lo demuestra donde la revuelta iniciada en 2019 derribó decenas de monumentos y lo mismo ocurrió en 2020 en EEUU tras el asesinato de George Floyd movimiento que luego se traslada a Inglaterra, Bélgica y otros países.
No es necesario ser un crítico de arte para advertir que los monumentos dedicados a Cristóbal Colón lo suelen representar en solitario, preferentemente en lo alto de un pedestal del cual el monumento de Barcelona es un claro ejemplo ya que el almirante se encuentra nada menos que a 57 metros del suelo.
Esa misma idea ofrece el conjunto escultórico que tenemos en Buenos Aires con una altura de 26 metros, si bien en su basamento el escultor dispone un abigarrado conjunto de personajes no hacen más que contrastar con la soledad del navegante que corona el podio resaltando de ese modo su ingenio personal y tenacidad para adentrarse en el desconocido océano.
Generalmente su estatua luce un suntuoso atuendo y suele tener en sus manos un rollo de mapas, una cruz, un ancla, incluso un timón como en La Paz. En otras ocasiones se apoya en un globo terráqueo y sostiene la bandera del Reino de España siempre con la mirada puesta en el lejano horizonte como medida de su soledad al que en ocasiones señala con el otro brazo como la obra que se encuentra en Cárdenas (Cuba) que al parecer ostenta ser la primera erigida en su memoria en América Latina en 1862.
Ahora bien, cuando el almirante se aviene a compartir el pedestal con alguien, ese alguien indefectiblemente suele ser una joven como una alegoría de América frente a la España conquistadora. En todos los casos la acompañante femenina luce características anatómicas propias de los parámetros de belleza y rasgos europeos. Pero hay un detalle, esas mujeres están poco menos que desnudas. Recordemos que la desnudez es la primera característica que ingresa al Diario de Colón tras el 12 de octubre “luego vimos gente desnuda…desnudos todos hombres y mujeres como sus madres los parió” más adelante hace una sugestiva aclaración que cientos de años después parece guiar el cincel de los escultores “hay muy lindos cuerpos de mujeres…”.
Una de los más patéticos monumentos se encuentra en la ciudad de Colón en Panamá y posee un historial de lo más ajetreado. La estatua del navegante fue realizada en 1866 por el afamado escultor italiano Vicenzo Vela y se trata de un obsequio de Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia y esposa de Napoleón III.
Inicialmente la obra estaba destinada a México, pero dado los avatares políticos en el destino elegido el regalo quedó varado cuatro años. Para salir del paso barajaron varias alternativas hasta que mirando el mapa descubrieron el nombre de esa ciudad que calzaba perfecto y al estar en Centroamérica era casi lo mismo y terminó allí por esas casualidades del azar donde arribó en 1870 permaneciendo en cercanías del puerto.
Cuando comenzó la construcción del Canal el conde Ferdinand de Lesseps advirtió que la obra sería muy adecuada para decorar el jardín de su mansión y con el pretexto que tenía el basamento deteriorado aseguró que la empresa se encargaría de restaurarlo y fue trasladada a su residencia en 1886 donde el conde realizó una fastuosa reinauguración de la estatua. Luego en 1916 la escultura quedó en la Zona del Canal territorio controlado por los EEUU donde fue removida de la mansión de Lesseps para instalarla frente al Washington Hotel hasta que en 1930 tuvieron “la deferencia” de devolverla a Panamá que la instaló en el Paseo del Centenario de la ciudad de Colón en medio de inusuales festejos que tomaban el regreso de la movediza estatua como una “victoria patria”.
Veamos que celebraban… El conjunto escultórico creado por el artista Vicenzo Vela carece de mayor originalidad pero no de interés y vale la pena señalar algunos detalles. Presenta a Cristóbal Colón en lo alto de un pedestal con un gesto feliz o amistoso tras el desembarco acompañado por una joven indígena que se encuentra encorvada, en un primer golpe de vista su figura contrahecha podría remitirnos a la bruja de los cuentos, sin embargo su espléndida juventud apenas cubierta por un escueto faldellín de hojas que parece a punto de caérsele y deja sus caderas casi al descubierto nos sugiere otros carriles perceptivos.
Luce un collar y un tocado de plumas mientras una de las manos de Colon abraza el talle de la joven en un gesto que podemos interpretar como de protección paternalista o de directa apropiación de la sumisa indígena en representación del Nuevo Mundo que acepta el ademán sin pretender evadirse.
La escena muestra actitudes contrapuestas que evidencian la enorme distancia social entre los personajes que participan de la clásica dialéctica de amos y esclavos, un Colón altivo ataviado con una gran capa sobre sus atuendos mientras que la mujer muestra una desnudez inocente que de alguna manera busca cubrir y ocultar al encorvarse y que potencia aún más su candidez virginal. No olvidemos que hace 150 años exhibir cuerpos desnudos en un ambiente conservador no era tan simple. El desnudo debía tener una clara justificación y por sobre todo ser decoroso. Recordemos por otra parte que la vestimenta siempre alude a la razón y la desnudez a su ausencia, a lo primigenio, a una ambigüedad que oscila entre la inocencia y el pecado original.
Como expuse el navegante genovés no suele compartir la gloria con nadie y eso es lo que significa y dice a gritos su pedestal que equivale a que la gloria le pertenece en exclusividad como el monumento de Barcelona que lo ubica en un podio a 57 metros para escrutar el horizonte y ser contemplado en todo su genio muy lejos de los simples mortales. Ahora bien, cuando el artista decide acompañarlo con otra figura su partenaire tiene una constante, siempre es una agraciada joven semidesnuda en una invariable actitud de humillación y acatamiento frente al almirante representando al Nuevo Mundo sometido a Europa.
Los ejemplos demuestran que la escenografía de los conjuntos monumentales es modélica, no cesa de expresar los designios del poder, de proponer una realidad acomodaticia imponiendo desde el pedestal un estado de sometimiento y desmemoria con el agregado erótico de la joven desnuda que pone en evidencia el despojo de todo lo que hace su identidad cultural y su cosmovisión estando pronta para vestir el ropaje occidental de la colonización del imaginario.
Estos monumentos desperdigados en distintas regiones y producidos por diversos artistas muestran sin embargo que son emergentes de un único centro de producción simbólica común que se desparrama por América y articula el imaginario local. Se trata de una enorme operación del imperialismo cultural. El peso de la apropiación abruma, sigue presente en la construcción discursiva donde Latinoamérica es naturaleza, exuberancia, sexo, materias primas.
El terrorismo simbólico, una de las aristas del genocidio también es la conquista y apropiación del cuerpo de la mujer y la exclusión completa del cuerpo del hombre originario que es suplantado por el cuerpo del amo. Estoy convencido que si Hegel hubiese visto la imagen que ilustra esta nota en lugar de escribir cientos de páginas sobre la dialéctica del amo y el esclavo publicaba la foto y entraba a una cervecería de Munich. La historia oficial que nos inculcan es la obra maestra del poder.
Un último detalle que no es menor. Frente a la estatua de Colón en la ciudad homónima en 2003 la presidenta de Panamá Mireya Moscoso inauguró una estatua del cacique Quibian que está en franco dialogo simbólico con el genovés mediante un eje visual donde ambos se observan avenida de por medio en un espectáculo curioso. La obra del artista Edgar Urriola muestra al cacique de pie con los músculos tensos esgrimiendo una maza de piedra hacia el almirante en una actitud ciertamente hostil y que guarda relación con lo ocurrido en 1503 durante el cuarto viaje del almirante ya que el indígena combatió para expulsar a los europeos.
Sin embargo en una clara muestra de esquizofrenia la placa de bronce que acompaña al monumento “en honor al cacique Quibian señor de la tierra” dice de lo más campante que conmemoran “los quinientos años de su encuentro con el almirante” contradiciendo la actitud amenazante de la estatua que enfrenta a Colón. Aunque las castas parasitarias buscan eternizarse, es lento, pero viene…
* Psicólogo, docente universitario, especialista en etnoliteratura y en investigar genocidio indígena, autor de numerosos textos como Pedestales y Prontuarios y Pedagogía de la Desmemoria.