Por Roberto Garduño.
En el poblado maya de Felipe Carrillo Puerto, donde el tiempo postró en ruinas las paredes de su templo franciscano, el presidente Andrés Manuel López Obrador pidió perdón por la oprobiosa y antiquísima discriminación contra la población originaria del sureste mexicano.
Puso sobre la mesa la razón: “aquí, por un imperativo de ética de gobierno, pero también por convicción propia, ofrecemos las más sinceras disculpas al pueblo maya por los terribles abusos que cometieron particulares y autoridades nacionales y extranjeras en la Conquista, durante los tres siglos de dominación colonial y en dos siglos del México independiente.”
En la huerta del Museo de la Guerra de Castas, al pie de sus frutales se solicitó perdón. El mandatario mexicano, acompañado de su homólogo de Guatemala, Alejandro Giammattei –quien se apoyaba en bastones por convalecer de una afección en la pierna derecha–, recibieron una limpia maya. Los secretarios Alejandra Frausto y Marcelo Ebrard, y los gobernadores de Yucatán, Tabasco, Campeche y Chiapas observaron el ritual.
A un centenar de metros, en la plaza de la población, mayas –que habían llegado desde las 5 de la mañana– solicitaban atención del Presidente. Fueron contenidos por vallas alineadas en torno al museo, instaladas por oficiales del Ejército y los integrantes de la ayudantía del tabasqueño con el propósito de resguardar el sitio del evento.
Pasado el mediodía ya con el inmenso calor, los mayas comenzaron a subir el tono de su protesta, a la par de lo que ocurría en el museo.
El presidente López Obrador llegó con retraso al pueblo, porque en un cruce del tramo de carretera entre Felipe Carrillo Puerto y Jotztzuc atendió a un numeroso grupo de campesinos que exigen resolver un añejo conflicto agrario.
Ya aquí y desde la plaza, quienes demandaban atención elevaron el sonido de su megáfono mientras el Presidente emitía su mensaje. Aun así, López Obrador se hizo escuchar y recordó que en 1849, al inicio de rebelión de los mayas yucatecos, parte de la opinión pública era, “aunque parezca increíble”, favorable a acabar con las indígenas.
En la lectura del texto consideró que, a pesar de la pobreza prevaleciente en la región, “no podemos decir que el presente es como el pasado oprobioso porfirista, porque ahora hay libertades, son públicas, notorias, se expresan sin censura y hay, sobre todo, una nueva voluntad de hacer justicia, como en los tiempos de la Revolución.
“Tan es así que por eso estamos aquí ofreciendo perdón y exponiendo que jamás vamos a olvidar a los pobladores del México profundo”.
“Perdonémonos”: Sánchez Cordero
A la secretaria de Gobernación correspondió solicitar el perdón del Estado mexicano: “en la Guerra de Castas el poder se ensañó con los indígenas, siendo excluidos de sus derechos y autodeterminación. Que sea esta una oportunidad para la reconciliación”.
La funcionaria decretó que de ahí deviene la importancia del perdón; “por eso a partir de ahora habrá un cambio que habrá de reflejarse en una relación de respeto del pueblo maya. Pedir perdón es un acto necesario para mirar al futuro. Si trabajamos en la humildad, podemos alcanzar la paz. El día de hoy soy portavoz de un reconocimiento al pueblo maya”.
Leyó con la dificultad que implica la lengua maya: “por todo ello perdonémonos”, y añadió, “el día de hoy pedimos perdón por los agravios y la discriminación de que son víctimas en el presente. Uno de los productos del perdón es la paz”, reiteró.
Así, mientras se cerraba la puerta a la discriminación, desde la acción del gobierno, las mujeres y hombres que resistieron la elevada temperatura –cerca de los 35 grados centígrados–, entre ellos militantes de Morena, persistían en la demanda de poner el fin a la “tiranía” del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), que ahora toma forma como un nuevo grupo de poder en el entorno maya.