Por José María Tojeira.
Entre las muchas opiniones que ha levantado el autoritarismo del actual Gobierno, no faltan quienes dicen que El Salvador lleva el rumbo de Nicaragua y Venezuela. Sin embargo, cualquier observador que se fije en el nacimiento del sandinismo y el chavismo, sus hechos y su evolución histórica, verá que hay muchas diferencias con nuestro país. El sandinismo nació de una revolución popular contra el autoritarismo somocista y con una ideología claramente social. Sustituyó su carácter liberador por un autoritarismo represivo, y su pensamiento social, por una política clientelista. El chavismo surgió de una escandalosa corrupción y de la desigualdad socioeconómica gestionada por los partidos tradicionales. Evolucionó casi inmediatamente hacia un mesianismo populista y cada vez más autoritario que pretendía llevar una especie de salvación y desarrollo a toda Latinoamérica. El sueño duró mientras el petróleo era caro y la riqueza del país, abundante. Terminó siendo un régimen autoritario apoyado por un ejército que se beneficiba del mismo.
En El Salvador, tras los Acuerdos de Paz, tuvimos Gobiernos que, en medio de la corrupción y la lentitud en el impulso a los procesos de desarrollo, trataron de gobernar favoreciendo especialmente los intereses de los más ricos y brindando avances en derechos políticos y civiles a los que generalmente solo tenían acceso las clases medias estables. Estas equivalían, más o menos, a un 30% de la población. El cansancio con la incapacidad de gestionar un desarrollo equitativo y el clima de corrupción concomitante condujo al voto masivo hacia un “salvador” que ofrecía barrer con el pasado de lentitud e incapacidad, que prometía trenes y aeropuertos vistosos, manejaba muy bien las redes sociales y presentaba un perfil de un joven y desinhibido ejecutivo capaz de tomar decisiones con energía y rapidez. Aunque su tendencia hacia el autoritarismo es evidente, no tiene como respaldo la ideología o la historia de reformas que en su momento tuvo el Frente Sandinista, ni los millones que tuvo Chávez. El manejo de las redes y los éxitos parciales frente a problemas de la población, que hay que reconocerle y que contrastan con la lentitud e inutilidad de sus opositores políticos, no tienen el peso de la historia ni el dinero que favorecieron a los líderes de los países con los que se suele comparar a El Salvador.
Cuando las bases de un movimiento social son distintas, aunque lleven al autoritarismo todas ellas, no puede pensarse que la evolución, tiempos de funcionamiento y desenlaces sean iguales. En ese sentido, bien harían los analistas o los comentaristas en no comparar con tanto énfasis a El Salvador con Nicaragua y Venezuela. El proyecto de Nuevas Ideas cuenta con el apoyo de un sector de los muy ricos y un sector de clase media con deseo de rápido crecimiento económico y social. Cuenta también con una gran esperanza popular, que ha sido clave para las victorias electorales. Los ricos, generalmente, se adaptan a cualquier Gobierno mientras sus negocios sigan caminando. Pero el punto más débil está en el apoyo popular. Son personas empobrecidas o vulnerables, cansadas de la ineficiencia de los Gobiernos anteriores, pero deseosas de que se tomen en serio las graves necesidades sociales existentes. En ese sentido, insistir casi con exclusividad en los derechos políticos y civiles a los que prácticamente solo tenían acceso las clases medias, no es el mejor modo de enfrentar a este Gobierno. Porque la misma clase media está profundamente dividida.
Aunque es indispensable mantener la crítica al autoritarismo y defender el Estado de derecho, también hay que defender los derechos de los empobrecidos y vulnerables de nuestras tierras, e insistir en ellos. El agua, la alimentación, el trabajo digno, los salarios decentes, la vivienda y la seguridad ciudadana, si se le garantizan a la gente, incorporan personas a la ciudadanía. Y la ciudadanía exige siempre Estado de derecho. El tiempo que pueda durar un Estado autoritario depende siempre de los niveles de conciencia ciudadana. Y los pleitos de poder entre la clase media no quitan ni ponen rey. Es la conciencia de las mayorías populares la que, en defensa de sus derechos, puede imponerse sobre ofertas populistas y obligar a las tendencias autoritarias a supeditarse al Estado de derecho. Olvidar eso es quedar en lo mismo de siempre y probablemente con los mismos de siempre.
* José María Tojeira, director del Idhuca.