Por: Francisco Parada Walsh*
Era una tarde calurosa, las olas golpeaban el malecón, el restaurante estaba lleno, no me gusta esperar pero me habían afamado tanto los mariscos y particularmente las ostras que decidí sentarme y ver el mar, mientras, pedí una cerveza, era tanto el calor que me tomé la cerveza de dos largos tragos; de a poco empezó a quedarse vacío; se acercó el mesero a decirme que si deseaba mesa a la orilla o en el centro, le dije que prefería una mesa a la orilla, sentir que las olas con su furia y pasión llegarían cerca de mí, quizá podría platicar con ellas mientras esperaba me llevaran el menú; no dudé por un segundo pedir una docena de frescas ostras y otra cerveza.
Mientras daba un sorbo a la cerveza contemplaba la inmensidad del mar, su silencio, su bulla, su magia; siempre he sido amante del mar, cuando joven quise ser ostrero pero pudo más el miedo que el deseo; minutos más tarde aparece el mesero con una charola, las ostras se desbordaban de sus conchas, el limón, la sal, el chile eran testigos de mi incredulidad ante tan majestuoso banquete; mientras me preparaba a disfrutar tan espectacular manjar no dejé de sentir algo raro, parecía que las ostras me miraban, fue entonces que decidí pedir otra cerveza; mientras les echaba chile y limón algunas ostras parecían convulsionar, su frescura era evidente sin embargo una ostra hacía todo lo contrario, se enconchaba, parecía empequeñecerse y cuál fue mi sorpresa cuando decidí echarle unos granos de sal que de la ostra surgió una bellísima perla nacarada.
¡No podía creerlo! Y quizá ella notó mi desconcierto y con voz suave me dijo: “No tengas miedo, te contaré mi secreto”, ¿Cómo no iba a tener miedo si tenía frente a mí a una ostra parlanchina? Lo primero que hice fue pedir un balde cervecero, pensé que ya medio bolo quizá tendría valor de escuchar los secretos de la amiga ostra.
Fue ella quien comenzó a decir: “Mira mi apariencia, soy fea, parezco una piedra pero puedes darte cuenta que de mi interior ha salido la perla más bella que tus ojos hayan visto, te veo algo confundido pero hazte el desentendido, haz como que no me estás poniendo atención, quise hacer lo mismo el mes pasado con otro cliente pero se lo llevaron amarrado pensando que estaba loco y no quiero que te pase lo mismo; disfruta de mis compañeras, a mí, déjame vivir”.
Francisco: Trato hecho, solo la perla es suficiente para paliar esta situación que vivo, le llamo “La abundancia de escasez” pero hablar contigo es de locura y te doy mi palabra que te devolveré a la mar”; la ostra limpiaba sus ojos, quizá el limón se los irritó pero me dijo: “No me limpio los ojos por el limón, sino que lloro, estoy triste, desde que me reproduzco elaboro un cemento que me pega a las piedras, hasta que llega alguien a arrancarme, ese es mi ciclo, vivir en un total silencio y morir aderezada de un bocado, quizá algún parecido tendré con los salvadoreños”.
Los ojos de la ostra se abrieron de tal forma que me asusté, ella sorprendida y apenada me dijo: “Solo eso faltaba, que fueras salvadoreño ¡Qué pena! Pero ni modo, no te puedo mentir, ustedes nacen, viven y mueren en un silencio que supera al mío, yo, por lo menos me doy cuenta de lo que pasa en las profundidades, que me hago la desentendida es diferente pero ustedes ¿En qué mundo viven? Mi compadre el camarón me visita de vez en cuando pero como dice aquel viejo refrán: “Camarón que se duerme se lo lleva la corriente” y es que es tan dejado el compadre camarón y disculpa pero ustedes, con mi silencio y con ese cerebro que tiene el camarón como que mejor no te puedo describir mi querido amigo”.
No entendía lo que pasaba, que una ostra me dijera mis verdades era una locura por lo que pedí el segundo balde cervecero, me sentía apenado ante tan certeros comentarios, no encontraba palabras para refutar lo que la amiga ostra decía; fue que decidí preguntarle que si de sus entrañas regala una perla tan bella.
¿Cómo es que viene a vivir pegada a una roca?: Mi amiga ostra mantenía fija la mirada en el limón, parecía que no me escuchaba cuando me respondió: “Vivo en un profundo silencio, veo como el pez grande devora al chico, veo como la anguila electrocuta a sus adversarios, veo cosas con las que no estoy de acuerdo, pero no puedo hacer nada, en cambio ustedes, parece que tienen vida pero no es una vida propia, no hacen nada por nada ni por nadie, son egoístas y tristemente me platicaba el pulpo que el ciclo del hombre es: “Nacer, chupar, endrogarse, reproducirse, endrogarse, chupar y morir” ¡Que vida más triste! mírate Francisco, apenas tienes para comer y ya te zampaste como quince cervezas, ese es el salvadoreño promedio, un bueno para nada”.
Más que enfado sentí que la amiga ostra decía la verdad, quizá ya los efluvios del guaro hacían su efecto, no sabía si era la borrachera o si todo era realidad, la amiga ostra pareció darse cuenta de mi desconcierto y me dijo: “Sé que estás bolo, bueno, nada raro en ti y te pido perdón por haberte quitado tu tiempo, tu felicidad ha dado paso a la tristeza, a la duda y me siento culpable de hacerte perder tu tiempo, aunque mi querido amigo, ustedes los salvadoreños como que ya están muy acostumbrados a eso, a perder su tiempo; me contaba mi abuela ostra que ustedes son tan felices cuando vienen al mar, a tomar cerveza y ver un partido de futbol, esto no es nuevo mi querido amigo salvadoreño, así que no te preocupes, no te sientas mal, trágame y esto acabó”.
¿Cómo quieres que te trague si soy tan afortunado de tener una amiga ostra? “Gracias amigo salvadoreño, vete, ya estás bolo, vete, maneja con cuidado, ve a la primer casa de empeño y lleva la perla, no sé cuánto te darán, la riqueza y la pobreza es lo mismo, todo depende de ti”; pero amiga ostra, ¿Cómo se te ocurre que iré a empeñar lo más preciado y bello que me has dado? “Ay mi amigo, conozco al salvadoreño, paga la cuenta, vete, vete, vete…”.
*Médico salvadoreño