Ernesto Sinatra: «Hay una banalización con el término de las adicciones»

El especialista en adicciones cuestiona que se haga foco en la sustancia por sobre el sujeto. Y plantea su punto de vista con una nueva palabra: «adixión». Qué pasa con las series y las redes sociales.

Por Oscar Ranzani.

Uno de los más prestigiosos psicoanalistas argentinos de los especializados en adicciones, Ernesto Sinatra, afirma algo que no siempre se dice: los individuos son el objeto real del consumo. ¿Por qué generalmente suele hacerse foco en la sustancia por sobre el sujeto? ¿Son, a la vez, sujetos y objetos de consumo? Esta es una de las tantas preguntas que se desprenden su libro Adixiones (Grama Ediciones). ¿Por qué con “x”? Básicamente, el postulado de este miembro de las Asociación Mundial de Psicoanálisis es que la palabra que inventó, “Adixiones” está vinculada a estos tiempos que corren: cualquiera puede volverse adicto de cualquier cosa, ya sea una sustancia o una serie televisiva, como ejemplifica en su publicación.

Ernesto Sinatra es psicoanalista, miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Escuela de la Orientación Lacaniana. Es codirector del Grupo de Investigación en Toxicomanía y Alcoholismo del Instituto del Campo Freudiano (TYA), docente del Instituto Clínico de Buenos Aires (ICdeBA), y de la Maestría en Clínica Psicoanalítica de la Unsam.

Algunos de sus libros son: L@s nuev@s adict@s. La implosión en la feminización del mundo¿Todo sobre las drogas?Más allá de las drogas (con Mauricio Tarrab y Daniel Silliti); La racionalidad del psicoanálisis y Consecuencias del psicoanálisis, entre otras publicaciones.

–Usted reflexiona acerca de hasta qué punto el empuje de la satisfacción ilimitada tomó la primacía en este siglo, comandada por el mercado de consumo. ¿Es una pregunta o una afirmación?

–Los tiempos que corren muestran que es una aseveración. Estamos en los tiempos del vértigo del mercado más allá de lo posible, confrontando a cada uno con sus propios límites, imposibilidades (lo que nosotros llamamos desde el psicoanálisis inhibiciones, síntomas y angustias). Claramente hay algunas firmas que sitúan con su logo a partir de una proposición minimalista una frase que dice: “Impossible es nothing”. Eso es un empuje para realizar lo imposible. Ahora, confrontado cada uno con esas inhibiciones, síntomas y angustias en las que refería, aparecen el «No puedo», «No llego», «No me alcanza», «No tengo con qué ir hacia eso», pero el empuje está. Ese empuje que aparece desde el exterior con el mercado, aparece desde cada uno jugado en su propia subjetividad. En ese desdoblamiento realizado entre lo que uno quiere hacer voluntariamente, busca el objetivo que se propone de algo que se lo impide constantemente. El nombre que alguna vez puso un paciente me parece muy preciso: «Tengo un picasesos instalado que no me deja hacer lo que quiero y que me confunde respecto de lo que yo quiero hacer y que los demás quieren de mí”.

–Los nuevos adictos no sólo se designan a partir de la sustancias sino de objetos de consumo ¿Ya no hay una única forma de intoxicarse?

–Bueno, tanto es así que no hay una sola forma de intoxicarse sino que se han llevado las categorías de adicciones a una categoría universal: escuchamos que todos son adictos, que todo es adictivo. Ha comenzado desde hace ya muchos años una tendencia a intentar generalizar la relación con las drogas, donde acciones –ya no sustancias– son identificadas como procesos adictivos. Ahora, la pregunta es: ¿por qué es eso así? ¿En qué se autoriza el mercado para instalar la cuestión, por ejemplo, de las personas tóxicas, de hablar de personas tóxicas? Ese es el principio que nosotros ubicamos y que he querido destacar cuando forjé el término «adixiones»: toda acción humana es pasible de transportar una satisfacción. Y eso lleva a la reiteración de esa satisfacción aunque al inicio vaya en contra de la persona misma. Y ese es el fundamento del concepto más polémico que hay en el psicoanálisis: el de pulsión de muerte; es decir, ¿cómo puede ser que alguien como su máximo bien quiera ir hacia el final atentando contra sí mismo? Esa paradoja fundamental Freud la instauró con el concepto de pulsión de muerte y Lacan la subrayó con el concepto de goce, para situar hasta qué punto el hombre no quiere necesariamente su bienestar. Si toda acción humana puede transportar una satisfacción, entonces, ello es ¿por qué? Digo esto para ir en contra de la banalización que hay con el término de las adicciones (el término corriente) donde todo es adictivo. La sustancia que existe en esas adixiones –para llamarla por el nombre que he intentado utilizar– es el goce mismo. Es decir, una satisfacción que puede ser en ocasiones contraria al bienestar de cada cual. No hay que olvidarlo porque, ¿qué cosa más paradójica que hablar de una persona tóxica? Vamos a suponer que el partenaire de uno es una persona tóxica. Le dan ese diagnóstico. «No podés seguir con tal porque es una persona tóxica». Lo primero que uno hace es cuestionar a esta otra persona; es decir, si esa persona es tóxica, primero tengo que apartarme de ella, si creo en ese diagnóstico. Y ahí lo interesante es que este diagnóstico presuntivo, utilizando el concepto de persona tóxica, hace que uno no sólo retroceda frente a esa persona sino que la causa del mal de uno aparece en el exterior colocado en el partenaire elegido hasta ese momento. «El es tóxico, yo no tengo toxicidad alguna. Entonces, lo que debo hacer es considerar al otro como la toxicidad misma y separarme de esa persona”. Es decir, se ha producido un desplazamiento de la responsabilidad, de la satisfacción, adjudicándoselo al otro.

–Ahora las propias mercancías tienen un valor adictivo como, por ejemplo, las series y los celulares, ¿no?

–Claro. Es tan fuerte eso… Es el principio de Karl Marx de tanto tiempo atrás del «fetichismo de la mercancía». Es notable hasta qué punto la mercancía en sí, por ejemplo, con la producción seriada pone en funcionamiento una satisfacción en el consumidor. Por ejemplo, cuando un objeto entra en el mercado con un valor no sólo de uso sino de goce importante. La marca sólo hace que uno se babosee cuando sabe que va a salir esa marca que ha ingresado como en el top del mercado. Y viene el último modelo más reconocido que todos anhelan, el más caro, y uno quiere tenerlo. Pero cuando lo tiene la obsolescencia de los objetos programada ya se desencadenó; es decir, ya uno está esperando el próximo. Y cuando uno consiguió el número 6 o el 7 o la letra que se coloque, el mercado se encarga de hacer saber cuándo ya salió y todos ya se lanzaron para querer comprar en el momento cero. Cuando el tiempo corre, a las 12 se abren las tiendas para poder acceder a él, o ahora por los distintos medios de compra. Lo que acontece es que después de haber pasado esas 24 horas con un tiempo lógico de algunos días, se hace saber que no era ese sino que el próximo móvil, por ejemplo, va a tener una diferencia absoluta con todos los anteriores. La promesa del mercado sabe explotar esa grieta que hay en el goce humano mismo, donde la insatisfacción marca el lugar al que van los objetos. Por lo tanto, ese objeto ahora ya es obsoleto en el mismo momento en que se lo compró.

–Un dato interesante que señala es que en Japón entre el 60 y el 70 por ciento de las de las parejas de más de 40 años no mantiene relaciones sexuales y que la mayor parte de la actividad sexual se desarrolla en “hipermercados del porno”. ¿Este es el tiempo de la porno-manía?

–Sí, claramente lo es. Es el recurso del autoerotismo por las vías masturbatorias. Incluso en Japón aparece algo en las salidas totalmente regladas y aceptadas en el after office: incluyen para aquellos que lo requieran el poder ir a unos box, sex box, donde hay un lugar de manera higiénica para poder acceder a todo tipo elementos cibernéticos con las pantallas correspondientes. Pero está también la posibilidad de obtener cremas para masturbaciones que localizan la posibilidad de obtener realmente una satisfacción a medida de cada cual. Es una manera de retornar al goce masturbatorio. Hay quien confiesa directamente que no requiere relaciones sexuales. La relación sexual es la relación con el otro porque hay que darse cuenta con estas prácticas hasta qué punto la relación con el otro adquiere una complejidad y una dificultad que se ve tan claramente en la clínica, donde cuestiones que uno puede pensar como naturales de la sexualidad permiten ver claramente hasta qué punto no hay nada natural en la sexualidad humana. Un hombre decía en un documental extraordinario, también en Japón: «En verdad yo no tengo pareja ni quiero tenerla (era un hombre joven) porque es mucho más simple utilizar las muñecas de la tecnología que ofrecen un pasar por los sex box, donde una muñeca no te pide nada». Y curiosamente, esta es una de las maneras en que los inventores de estos productos lanzados al mercado dicen riéndose de una forma canallesca y cínica: «Además de que las muñecas son tan parecidas a lo humano, ofrecen la posibilidad de reemplazar a las mujeres y también a los hombres, en tanto que una muñeca no te va a pedir nada». Es increíble. No hay que horrorizarse sino que hay que leer los signos al revés de la dificultad, de la complejidad que hay en el lazo con el otro. No sólo el lazo sexual con el otro sino en el lazo cotidiano con el otro.

–¿Qué lugar ocupa en la soledad globalizada, que usted define, el consumidor de dispositivos electrónicos que puede estar conectado 24 horas a redes sociales?

–Con el concepto de soledad globalizada que hemos forjado ya hace muchos años, intentamos situar otra paradoja: ¿Cómo puede haber una soledad globalizada? Pues bien: la globalización promueve estas conductas que tienen una fuerte tendencia autoerótica en el retiro del otro, del otro sexual, del compañero, porque ese retiro hace que cada uno pueda encontrar en las pantallas un refugio. Y es hoy una de las cuestiones más complejas para poder tratar la “adixión” a las pantallas. Y digo con «x» porque hay que tomar siempre en cuenta que no hay adicciones light, como quiere vender el mercado, en una cierta banalización de los términos. La «x» de adixiones marca que hay una satisfacción en juego siempre que toma la forma individual de cada sujeto y que hay que tomar siempre en cuenta cuando se interviene analítica o terapéuticamente respecto de cada cual. Y eso debe ser respetado. Además, hay que tener en cuenta respecto de las inhibiciones, síntomas y angustias que pueden provocar. Por ejemplo, esas pantallas, ¿qué valor tienen para cada cuál? ¿Cómo hacer para que alguien se desprenda de algo que no sabemos qué significa para cada uno? Porque es muy fácil generalizar lo que acontece en el empuje del mercado del «todo para ver». No se trata de tomarlo como una premisa tonta de denuncia de la tecnología, sino de entender dónde entró la tecnología. Hay algo de la estructura de la subjetividad misma que está fallado, que no funciona bien. Y una satisfacción a medida es lo que cada uno busca. Por eso, cuando el mercado promete una satisfacción que valdría para todos es fácil lanzarse donde la mirada hace gozar de tal manera con todos los dispositivos tecnológicos que saturan el mercado. Hay que estar muy advertido de qué hace cada uno con lo que consume. Por más que sea una cuestión general las pantallas para todos, 24 horas de consumo, hay que tomar en cuenta para no intentar sacar eso de golpe, por ejemplo, a un joven. Es ver qué es lo que necesitó sustituir con esa fijación a esa pantalla, cuál es la satisfacción que le proporciona singularmente a esa persona. Ese es el trabajo que nos proponemos hacer, que es mucho más farragoso pero mucho más orientador respecto de lo real de la constitución subjetiva humana. La adherencia a una satisfacción puede ir contra sí mismo. Por más light que parezca una satisfacción, siempre hay un lado mortífero en juego, al cual hay que prestar atención.

–Con las adicciones de la era posmoderna, que no son sólo a las sustancias sino también a las mercancías, como las que usted menciona: las series, por ejemplo, ¿no se corre el riesgo de banalizar el término «adicción» en relación a que pierde la carga de dramatismo que de por sí conlleva esa situación?

–Sí, por eso cuando empleo el término «adixiones» lo que intento hacer es una operación conceptual, epistemológica, psicoanalítica sobre un término que lanza el mercado banalizado porque “todo es adictivo”. Ahora es fácil decir: «Soy adicto a las pantallas». O no es sólo «Soy adicto a la cocaína o a la marihuana sino que soy adicto a una persona que es tóxica». Entonces, es cómo deconstruir eso para apuntar a encontrar la singularidad de la satisfacción que cada cual obtiene allí. Efectivamente, no se trata de sacarle el objeto de goce sino de intentar que el goce de ese objeto no atente contra la subjetividad de cada uno 24 horas en una pantalla. No se trata de la maniobra en sí sino del lugar que ocupa para cada cual, para intentar apuntar a que cada cual pueda llegar a desinvestirse con esa elección de objeto de una cuestión de toxicidad de la satisfacción misma que atenta contra él o ella.

Fuente: Página/12.

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