Por: Francisco Parada Walsh*
“Una plañidera (Del latín plangere) era una mujer a quien se le pagaba por ir a llorar al rito funerario o al entierro de los difuntos”. Bueno, he llorado de desamores, de frustración, ante una locura dicha por un amigo que desata en mí una infinita carcajada, y sin recibir un centavo.
Somos una cultura con indescriptibles rituales aunque creamos que casi somos un país del primer mundo; El Salvador es un país lloroso, triste, perdido sin embargo se nos llama “El País de la Sonrisa”, ese estoicismo donde reímos por no llorar debe ser evaluado por la sociología y la antropología para entender por qué ante sendas adversidades preferimos siempre tener una sonrisa; sin embargo se puede ver que el dolor, el sufrimiento, el hambre y la inseguridad nos machacan la risa para dar paso a una cara larga, adusta, sin rumbo; esta cualidad tan peculiar no es exclusiva ni pertenece a un grupo determinado; mientras mi hermano no tiene qué comer, sé de miles de personas que se ahogan en alcohol, ricas viandas y un sin sentido a la vida.
Las preocupaciones son tan disímiles que ofenden, grupos de profesionales preparados académicamente o hermanos lejanos que vienen a ostentar lo ganado, se lucen dando rienda suelta a un status que no les pertenece, y a nadie parece importar el rumbo de un país y quizá muy pocos han pensado en el futuro de sus hijos.
Que le paguen a uno por llorar está bien pero pagar por llorar está mal, convertirnos en una sociedad que paga a un estado por sufrir, por perder su empleo, tener que irse a Islandia, a Costa Rica da vergüenza y dice los nubarrones que se nos vienen y no tenemos forma de protegernos de los rayos, truenos y relámpagos que la pobreza que se vive y que se vivirá mandan por doquier.
Tristemente el fanatismo no pertenece a una clase social, conozco profesionales muy calificados y otrora guerrilleros que disfrutan con saña, con perversidad el derrotero que lleva el país; la falta de argumentos o creerse parte de un proyecto político los hace diferentes ¡Válgame Dios! son los dueños de la verdad aunque en sus míseras vidas no sean más que unos pobres diablos que solo una mudada disponen, ingresos de hambre y que en el peor de los casos si tuvieran que salir de sus casas alquiladas, saldrían con una mano adelante y otra atrás; una mezcla de resentimiento inimaginable que solo ellos no saben que sus insultos y vulgaridades se transformarán en llanto, otro tipo de plañideras; acepto que pago por llorar ante lo que está sucediendo, no tengo sangre de prócer ni soy un patriota, sencillamente soy un salvadoreño que sufrió una guerra civil y que después de treinta años que terminara ese conflicto nada ha cambiado, las causas que llevaron a esa vorágine de muerte siguen presentes, aun, las raíces están más profundas y nuevamente estamos ante una sociedad más dividida que nunca donde “estás conmigo o estás contra mi” y ese salvadoreño “animalita”, “Vivián” de a poco queda desnudo y no es más que un hombre sencillo, ignorante, vulgar y analfabeta total a pesar de haber alcanzado un grado académico profesional.
Pagar por llorar es algo inadmisible pero es lo que vivimos y viviremos; tristemente a la oligarquía, culpable en mucho de lo que sufre el país se ha envalentonado más que durante los gobiernos de ARENA; la sencilla y futura plañidera desconoce que esos grupos de poder son intocables y cree que los argumentos esgrimidos por “analistas políticos” que aseguran que hay un ataque frontal contra la oligarquía, o reciben algún estipendio o “mentas” por parte del estado como muchos o realmente, la vejez los ha vuelto aparte de testarudos, algo perturbados en su psique tal como ocurre con el que fuera el símbolo del sindicalismo a nivel mundial, aquel hombre bigotudo, fortachón como lo fue Lech Walesa, quien a sus edad, poco le importa posar desnudo, nada que envidiarle a los disparates de nuestros “grandes analistas”. “El país de las plañideras”, donde pagamos por llorar y aun, esto no ha comenzado. Diputados misóginos que alardean de sus hazañas y de repente callan, desaparecen, tienen miedo.
Ese es el salvadoreño promedio: Cobarde, indolente, violento que apenas con una sobre dosis de poder se cree un diputado brillante; nada debe extrañarnos, nada, tenemos lo que merecemos y mientras nos ahogamos en futbol y guaro, poco importa el futuro de nuestros hijos; ese es el plañidero digno de representar a nuestra tierra, a esta tierra a la que debemos volver, mientras, a pagar por llorar. Algo nunca visto, por eso es que El Pinochini de América es una caja de Pandora, no deja de sorprender, a pesar que el tobogán de la Plaza Alegre no será nada con lo que se avecina.
Que Dios se apiade de nuestro llanto y que lo vuelva fecundo para tener no el valor sino basta con el discernimiento para ver más allá del árbol, y disfrutar de un bosque que bien merecido lo tenemos ante tanto dolor de patria que venimos sufriendo desde nuestra falsa invención.
*Médico salvadoreño