Por Silvia Ribeiro*
A casi medio siglo de que Naciones Unidas declarara el 5 de junio como Día Mundial del Medio Ambiente –en su primera conferencia sobre Medio Humano en 1972, en Estocolmo– el panorama ambiental global es mucho peor que entonces.
La ONU ya advertía que la devastación del medio ambiente debido a la sobreexplotación y contaminación de ecosistemas en tierra, mar y aire, así como el avance del cambio climático tendría serios impactos sociales y económicos. En décadas posteriores se multiplicó la institucionalidad ambiental a nivel internacional, con más de 500 instancias oficiales, pero no cambió el rumbo.
Al contrario, aparecieron nuevos impactos, como el surgimiento cada vez más frecuente de epidemias y pandemias de origen zoonótico, como la de Covid-19, relacionados a la devastación de ecosistemas, como reconoce la ONU (https://tinyurl.com/vzcsxt8a).
Desde 2009, el Stockholm Resilience Center planteó que existen nueve grandes “límites ecológicos planetarios”, cuya transgresión pone en peligro nuestra sobrevivencia. Se refieren al cambio climático, la erosión de la biodiversidad, la acidificación de los mares, el uso de agua dulce, la destrucción de la capa de ozono, la erosión de suelos, la disrupción de los ciclos de fósforo y nitrógeno, la contaminación atmosférica y la contaminación química y por “entidades nuevas”, como compuestos de nanotecnología, plásticos, transgénicos y agrotóxicos.
Todos esos límites se han transgredido o están muy cerca de traspasar un umbral mínimo de seguridad. Una revisión de 2015 mostró que en cambio climático, erosión de la biodiversidad, erosión de suelos y alteración de los ciclos de fósforo y nitrógeno la situación es realmente muy grave, pero podría serlo también en otros sobre los que no hay suficientes datos.
Esto no sucedió por falta de conocimiento sobre su impacto, sino pese a ello. Por ejemplo, más de las tres cuartas partes de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que causan el cambio climático fueron emitidas después de 1972. Décadas antes se sabía que los combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón) son el mayor factor de esas emisiones. Cien empresas ligadas a la extracción y producción de esos combustibles (empresas de energía y construcción), la mayoría trasnacionales, son causa de las dos terceras partes de emisiones globales de GEI. Gases que también son causa de la acidificación de los mares.
El sistema alimentario agroindustrial (desde semillas industriales a supermercados) basado en extensos monocultivos, con uso intensivo de maquinaria, semillas híbridas y transgénicas, fertilizantes sintéticos y agrotóxicos, está directamente ligado a la transgresión de límites planetarios: por uso y contaminación de agua dulce (la agricultura industrial usa y contamina 70 por ciento del agua dulce disponible), por disrupción de los ciclos naturales de nitrógeno y fósforo (ambos componentes de los fertilizantes sintéticos), por erosión y pérdida de suelos, por erosión de la biodiversidad agrícola y forestal, por deforestación (más de 70 por ciento de la deforestación global es a causa de la expansión de la frontera agropecuaria industrial), por contaminación con agrotóxicos, plásticos, transgénicos y otras sustancias químicas.
La destrucción de bosques, manglares, humedales y praderas naturales, debida a esas industrias (agropecuaria-alimentaria industrial y de extracción y producción de energía fósil) junto a mineras, megaproyectos viales y urbanización descontrolada, producen una devastación de la biodiversidad sin precedente, que también es origen de enfermedades zoonóticas. Esos ecosistemas son además fundamentales para absorber el exceso de carbono en la atmósfera.
Por ello, Naciones Unidas declaró una Década de la Restauración de Ecosistemas (2021-2030), comenzando este 5 de junio. El reconocimiento de la importancia de ecosistemas como bosques, manglares y humedales, así como la urgencia de su restauración es fundamental. No obstante, las industrias que han provocado su destrucción están en una carrera para hacer nuevos negocios, lo cual aumentará la devastación. La receta se llama ahora “soluciones basadas en la naturaleza”. Es una nueva ola de venta de servicios ambientales, de expropiación y privatización de bosques, tierras y territorios, inventando áreas para “secuestrar” carbono, para imponer desde transgénicos a monocultivos y plantaciones de árboles. Intentan acceder a nuevas áreas naturales y territorios, para generar bonos transables en mercados de carbono o “compensaciones por biodiversidad”, lo cual también podría conllevar la expulsión de las comunidades que allí viven. Como señala el Movimiento Mundial por los Bosques en su boletín 255 sobre este tema, no son “soluciones”, sino despojos basados en la naturaleza (https://tinyurl.com/2wum6kxw).
Los principales actores para la restauración de ecosistemas son las comunidades rurales campesinas e indígenas, que con sus formas de vida los han cuidado e impedido que haya una destrucción aún mayor. Por ello es imprescindible que se respeten todos sus derechos y se les apoye a partir de sus propias formas de organización y de sus decisiones, no de programas externos o para integrarlos a esos negocios que destruirán aún más la naturaleza y a las propias comunidades.
* Investigadora del Grupo ETC.
Fuente: La Jornada.