Por: Francisco Parada Walsh*
Estas líneas están cargadas de amor, de solidaridad, de agradecimiento para aquellos amigos que viven en mi memoria, en mi corazón, en mis oraciones. Hombres cachimbones que se fajan día a día contra la maldad, que no dudan ni por un segundo servir a mis pacientes, en servir a Dios encarnado en el enfermo. Hay líneas escritas por otros de dolor, de falta de agradecimiento, de una cadena de maldad; me quedo con la cadena de amor, de compasión, de servicio.
Todo empieza el martes, atiendo una paciente muy grave y debe ser referida a San Salvador (Previo a mi consulta médica, esta paciente amiga fue evaluada por dos o tres médicos particulares obteniendo un lucro desmedido, nada que envidiarle a un ladrón y asesino, nada; su objetivo es engañar al paciente, inventarle exámenes de laboratorio, de gabinete, sueros colorados y poco les importa si este paciente vive o muere); personalmente llamo a cada paciente atendido o le escribo, hasta saber que todo está bien; ese día le hablé a un amigo e inmediatamente él decide que la paciente sea referida, aun, sin ser él, el responsable de su ingreso; esos hombres que no se rajan a nada, que toman decisiones pensando en el enfermo y no en ellos, grandes hombres que ponen el pecho ante la adversidad, que no se ahuevan, que luchan contra la muerte sin importar a cuántas caídas dure esa lucha, seres luminosos; en horas, la paciente es atendida como se merece; cuando recibo la llamada de él, lágrimas rodaron por mi rostro, lágrimas de orgullo de tener un amigo como el Doctor Oscar Vásquez Cordón ¡un grande! y sentir que hice lo correcto, no mentí ni aumenté el drama que ya vivía la paciente y su familia, sino ser honesto, franco, claro y nunca olvidar la compasión como el puente más bello que un humano pueda cruzar para llegar al alma del otro.
Realizaba el servicio social en el hospital Nacional de San Bartolo, meses después llegó mi amigo Oscar, por cosas del destino acudían muchos visitadores médicos y ante una señorita muy bella que nos frecuentaba, ella pide el nombre de cada doctor y como mi estado normal es la locura, decido cambiar mi nombre a Francisco D Aubuisson, hijo del fundador del partido partido que se acabó este país, luego dio ramas y frutos prohibidos que dieron el tiro de gracia a esta pobre nación; una vez llega esta joven visitadora y pregunta por el Doctor Francisco D Aubuisson, todos, en el cuarto de médicos mejor decidieron ver hacia otro lado, sus risas estaban a flor de labios para que soltaran una fenomenal carcajada, pero fueron fieles a mi disparate y una vez que la joven se marchó, no parábamos de reírnos; otra locura que les causaba gracia que junto a un amigo, más loco que yo, queríamos que nos pusieran una sonda vesical larguísima para no tener que levantarnos a orinar, y seguir enrollados como gatos, mi amigo Oscar solo se reía de mis chifladuras.
En esos momentos firmamos la amistad. Hace poco mi mejor amigo de la adolescencia, Salvador Salazar me escribe un mensaje, que si no conozco a un cardiólogo para ser atendido, inmediatamente le digo que sí, que conozco a otro amigo de amigos y que veré cómo le ayudo; Salvador me salvó del aburrimiento, del tedio, de llorar, de no consumir guaro, de no dejar de probar la marihuana, algo que nunca me gustó, prefiero el vino, vino que en vano limpia mis venas; jodimos en esta vida lo que a cualquier persona le llevaría unas diez vidas joder, fuimos locos buenos, risueños, felices, amantes del deporte junto a otro gran amigo, Manuel “El Camión” Rebollo, el master de los deportes y junto al “Chele” Tovar hicimos y deshicimos de esta efímera vida; mi amigo Salvador necesita a un cardiólogo, le escribo a mi gran Amigo, Dr. Tito Livio Herrera Rucaj quien inmediatamente me dice que con gusto lo verá sin cobrar ni consulta ni algún examen que se necesite; le expliqué que mi amigo Salvador no pudo salvarse de un accidente cerebro vascular y que tuvo que regresar del norte donde dio norte, hoy mi amigo Salvador no ejerce la abogacía y debo servirle, fue, es y será siempre mi amigo; él no daba crédito que hubiera colegas amigos que no le cobraran, estaba sorprendido; luego me habló el padre de mi amigo Salvador para ultimar detalles de la cita médica.
Una amistad no se decide por las veces que uno se ve, sino por el amor, respeto, lealtad que se riega cada segundo de nuestras vidas. Gracias a dos amigos, grandes médicos pero sobre todo, maravillosos seres humanos mi mundo gira en torno a un mapamundi del amor, las cadenas que hacemos son de solidaridad, compasión y entrega y derrotan a las cadenas de maldad, que tanto abundan en esta llorosa tierra.
*Médico salvadoreño