En ‘Esclavos del deseo’ (Seix Barral), el caso número 30 de su emblemático comisario Brunetti, la escritora vuelve a denunciar, como ya hizo hace 26 años, el problema todavía hoy vigente de la esclavitud sexual en Europa
Por: MARTA AILOUTI
Fue en 1992 cuando Guido Brunetti llegó, “por pura suerte”, a la vida de Donna Leon (Montclair, Nueva Jersey, 1942). Como en una de sus novelas, sucedió una noche en una ópera, después de imaginarse qué pasaría si se cometiera allí un asesinato. “Nunca lo había hecho antes, porque yo me dedicaba al mundo académico, pero escribí el libro, se publicó y fue un éxito”, explica la prolífica escritora que, desde entonces, ha sido capaz de mantener el ritmo de libro por año. Luego llegarían el segundo, el tercero y el cuarto. Así hasta el último título, Esclavos del deseo (Seix Barral), que cumple la cifra redonda del número 30. “Todo ello ha sucedido y punto. Realmente no fue algo que yo quisiera hacer. No me planteaba una cruzada como esta para debatir los problemas sociales, simplemente quería ver si sería capaz de narrar una historia interesante”.
Aunque no es muy devota de la tecnología —vive ajena al teléfono móvil y a la televisión—, Leon atiende a la prensa española desde su casa, vía online, para presentar su última novela. El caso número 30 de su emblemático personaje gira en torno a la inmigración y al tráfico de personas. Una historia que se desata cuando el comisario investiga a dos jóvenes venecianos, sospechosos por omisión de socorro a dos turistas estadounidenses que aparecen gravemente heridas en el hospital tras un accidente en un paseo nocturno en barca. A partir de ahí el relato se va complicando.
Un Brunetti más oscuro y pesimista
La historia, sin embargo, no es nueva. “Escribí sobre el problema de la esclavitud sexual de las mujeres ya en el cuarto libro —señala con énfasis Leon—. Hace 26 años ya estaba dando voz a estas mujeres engañadas para venir a Europa con la promesa de un trabajo que acaban prostituyéndose contra su voluntad. Y resulta que casi tres décadas después se está haciendo lo mismo con las mujeres de una raza distinta, de otra nacionalidad, por parte de hombres de otra nacionalidad también, pero es el mismo patrón. Está pasando en Europa y no se está haciendo nada. Como si la policía estuviera de vacaciones porque las víctimas son mujeres. Me preocupa enormemente ver que en tanto tiempo no se ha hecho casi nada por poner fin a este drama. Además ahora es mucho más grave, hay muchas más mujeres que se importan como esclavas sexuales en Europa. Por eso he escrito otro libro”, justifica.
Pero en esos 26 años, algunas cosas sí han cambiado. Para empezar, el propio Brunetti se ha vuelto más pesimista y oscuro. “Ahora cuando mira el mundo, ve cómo ha cambiado a peor. Y su visión y su esperanza sobre la realidad se ha ensombrecido y se ha deteriorado un poco porque no ve un futuro muy halagüeño para la humanidad”, analiza. La propia Leon, no es ajena a esto y comparte con su personaje esta nueva mirada. Aunque, como advierte, “a mí me obsesiona más el calentamiento global y lo que le hemos hecho al planeta. A nivel intelectual miro el mundo y tendría que ser una lunática para estar feliz con lo que veo pero en mi pequeño mundo, mi vida es feliz. Tengo una vida privilegiada, estaría loca si a nivel personal no lo estuviera”.
De una Venecia sin turistas al Nápoles del caos
Como es conocido, la escritora que durante un tiempo fue guía turística en Roma y profesora en distintas escuelas norteamericanas, vivía desde 1981 en Venecia, ciudad que abandonó hace apenas unos años y que aún continúa ambientado la saga de su comisario. “Me fui por los 30 millones de turistas», lamenta hoy. «Se hizo imposible andar o salir a comprar queso. Ahora vivo en un pueblecito en Suiza con 350 habitantes, incluso mejor, con 350 vacas”. En este sentido, señala, algunas consecuencias de la pandemia han sido algo positivas. Al menos, “para los que han recuperado la ciudad. Ahora hay menos de 50.000 residentes. Antes de la pandemia había 30 millones de turistas anualmente, con lo cual para un veneciano poder pasear por la calle era un ejercicio de nado entre humanos, tenían que apartar literalmente a los turistas. Para esta gente la pandemia ha sido mágica. Pero para los que viven del turismo la cosa ha sido muy complicada”, reflexiona.
Con todo, si se lo preguntan, ella se posiciona del lado de los venecianos. Leon, de hecho, valora mucho la intimidad. Perfectamente adaptada a su nuevo entorno suizo la escritora rehúye la fama al punto de que por petición expresa sus novelas no se traducen al italiano. “Me gusta ser una don nadie porque me parece que te ayuda a ser persona —dice—. El éxito y la fama son muy complicados de gestionar. Aunque yo me hice famosa a los 60 y hay pocos riesgos de sufrir las consecuencias, pero si te haces famoso con 18 esto te afecta”. No obstante, no lo oculta, hay otra razón de peso para este deseo. “Lo que temo —confiesa—es que los italianos que no han leído los libros se puedan sentir ofendidos de que una no italiana escriba sobre los problemas de Italia. Seguramente dices lo mismo, pero la respuesta es distinta. Tú puedes escupirte en la sopa pero no quieres que nadie te escupa en la tuya”.
Sea como sea, tras su marcha quien si se quedó fue Brunetti que, como ya aventuró la escritora en 2019 en una entrevista a El Cultural, “igual en la novela número treinta me lo llevo a Nápoles”. Dicho y hecho. “Nápoles es la pura esencia del caos —sostiene ahora—. Es un desastre todo, pero las cosas salen adelante y salen adelante bien. Los napolitanos son divertidísimos, encantadores, seguramente un poco caraduras, pero me da igual. La ciudad realmente me fascina. Por suerte, en los primeros libros Brunetti ya había trabajado allí y su mejor amigo es un napolitano”. Algo que sin duda facilitó su transición a esta ciudad.
Denuncia social y escritura
Pero, desde su primer libro hasta este último, si algo es común en las novelas de Leon, además de Venecia, es la importancia que la escritora otroga a los temas sociales. Abuso de poder, misoginia, homofobia, tráfico de personas o el cambio climático son algunos de los asuntos que ha abordado en sus novelas. De hecho, si hay algo que, como su protagonista, ella tampoco tolera, es a los abusones, “los que utilizan su fuerza superior, tanto si es física, económica o social. Esto me enloquece —continúa—. Realmente me pongo muy nerviosa cuando veo un abuso de poder. Y eso está muy marcado en Brunetti porque a menudo asume investigaciones que no tienen nada que ver con la ley o la policía, simplemente no le gusta que alguien haya sufrido una injusticia. Esa es la esencia de los libros”, asegura.
Sin embargo, ¿puede la literatura cambiar algo realmente? “Denunciar sugiere un tipo de actitud —responde—. Para una autora de ficción —señala con el dedo— es el beso de la muerte. Tiene que ir con mucha cautela antes de levantar el dedo y apuntar al lector. Lo que creo que tiene que hacer una escritora es mostrar la realidad y punto. Luego el lector ve un ejemplo real de las consecuencias de esta conducta y, entonces, quizá se movilizará. Pero este no es el deber ni la obligación de una escritora. Nosotros solo narramos historias”.
En este sentido, tampoco se muestra muy positiva Leon cuando se le cuestiona cómo conseguir un cambio. “Los malos han acabado en el poder y si quitamos a los malos que no nos gustaban llegan los mismos perros con otro collar —afirma—. Percibo un giro gradual hacia la derecha. No solo en Europa sino en muchos países. Es una pregunta que no puedo responder. Tengo dudas a la hora de responder porque, como Brunetti, mi visión del mundo se está ensombreciendo cada vez más. Si miro el panorama político en Italia y en otros países europeos, la verdad es que no veo razones para el optimismo. Quizás es el Covid que ha paralizado todo el avance. No sé. Me encantaría poder responder pero no tengo respuesta”.
Malos más sofisticados
Como reina del crimen, Leon reconoce que los malos, además, se han vuelto menos evidentes y más sofisticados con los años. “Es la historia de la mafia. Si leéis sobre ello en la prensa italiana, la mafia ya no es el típico tío que entra en un puesto de pizzas y pide cien o doscientos euros, no. Es un tipo que es un empresario respetado en su pueblo, cuya hija quizás estudia Derecho en Londres o está en Nueva York en un banco de inversión. La mafia se ha actualizado y ha pasado a ser una clase respetada. Y con esto ha pasado a tener más dinero y más poder, obviamente”. Un ejemplo, señala, son las guerras de la mafia que se producían en los años 70 u 80. “Muchos fotógrafos se ganaron la vida yendo a esas guerras. Pero ya no pasa, ya no se matan, ahora se unen, forman alianzas, ponen pleitos…”.
Sobre los criminales, no obstante, también guarda para sí una visión un poco más paternalista y empática. “Yo solo puedo hablar de mi país de origen, Estados Unidos. La gran mayoría de los criminales allí son afroamericanos, lo dicen las estadísticas. Unos datos que también muestran que son gente que van a colegios horrorosos, maltratados por la sociedad en la que viven, los asistentes sociales y la policía. No es realista sorprenderse luego de que respondan de forma desagradable porque ellos llevan vidas desagradables y no tienen ninguna razón de alegrarse. Si vemos lo que hace que los criminales se conviertan en criminales, entonces debemos mostrar compasión porque la mayoría de nosotros hemos tenido más suerte», reflexiona.
«Hemos tenido una familia que nos dio una cierta disciplina para luego aprender a controlarnos. Esto es una ventaja increíble. Muchos delincuentes que crecen de manera desorganizada de algún modo tienen una discapacidad», justifica la escritora. «No es enteramente su culpa, simplemente están expuestos a un mundo que no es agradable y reaccionan de forma desagradable, con lo cual no veo donde está la sorpresa o por qué hay que ser tan punitivo como el sistema de justicia estadounidense”.
Brunetti para rato
Infatigable, Donna Leon da antes de terminar su intervención algunas pinceladas de cómo escribir una novela negra. “Necesitas un personaje que guste a los lectores y lo mejor es eliminar a alguien empático —aconseja—. Es una pérdida de tiempo matar al malo. Necesitas una víctima que despierte empatía. Y creo que es mejor que no aparezca sangre. Hay muy poca sangre en mis novelas. Los crímenes son muy aristotélicos, tienen lugar fuera del escenario. El narrador ve lo que sucede a través de los ojos del personaje que lo describe. Pero este es mi prejuicio personal contra la violencia».
«También las escenas sexuales o eróticas no se calculan del todo bien. Muchos escritores nórdicos han intentado superar este prejuicio de los lectores de este género. No sé… Y también dar con el tono. Mostrarte agradable con el lector. Tratar al lector como igual, como alguien que entiende las cosas”, continúa la escritora, que mientras promociona Esclavos del deseo, ya ha terminado su novela 31. Tratará sobre la beneficencia y la gente que quiere salvar el mundo —“es preciosa y muy negra”, adelanta. Así que sí, si alguien se lo está preguntando, de momento Leon no piensa despedirse de su leal compañero literario. “Brunetti y yo estamos unidos mientras siga disfrutando de la escritura. Y aún disfruto”, asevera.