Perú: Pedro Castillo, presidente

Por: Daniel Garmendia*

Campesino, indígena, maestro rural y gremialista; hace cuatro meses ni los más avezados analistas preveían que podía alcanzar la segunda vuelta y convertirse en Presidente de la Nación. Un pantallazo a la vida del nuevo mandatario y desafíos a los que deberá enfrentarse su gobierno. La escuela está depositada en la ladera del cerro, casi que apoyada, como punto sagrado en la altura de aquel pequeño poblado. La abundante vegetación, el exangüe caserío y las nubes apenas arriba de los techos, cortejan las extensas caminatas por los caminos de greda en ese entorno andino y rural.

Se trata del poblado de Puña, distrito de Tacabamba, provincia de Chota, departamento de Cajamarca. Un caserío de aproximadamente 90 viviendas donde nació Pedro Castillo Terreros, un allá por 1969, justamente el año en que el presidente nacionalista Juan Velasco Alvarado impulsaba la reforma agraria y terminaba con el sistema de servidumbre de los pongos.

Pedro Castillo es el tercero de nueve hermanos. Sus padres, don Irenio Castillo Nuñez y doña Mavila Terrones Julón, siempre fueron campesinos. Aún viven en el poblado, sombrero aludo, piso sin carpeta y paredes de barro. Algunos gatos entreverados y una historia de sacrificios constantes en el tiempo. Nunca pudieron asistir al colegio. Tampoco los mayores de sus hijos. Pedro es el único que alcanzó el nivel superior.

De primero a tercer grado cursó en la escuela rural N° 10465 del poblado, esa que está apoyada en la ladera del cerro como punto sagrado. Luego, para poder terminar la primaria, caminaba dos horas por caminos de tierra, barrial cuando llovía, rodeado de naturaleza y montaña, para llegar hasta el caserío vecino de Chugur, distrito de Anguía.

Se levantaba todos los días a las cinco de la mañana y salía con su fiambre y su alforja.
Ese trajinar por los caminos, compartiendo charla con arrieros, le mostró los recovecos del sacrificio silencioso bajo el sol. Aquel plasmado en los versos del poeta del Perú, César Vallejo. “Arriero, vas fabulosamente vidriado de sudor./La hacienda Menocucho/cobra mil sinsabores diarios por la vida./Las doce. Vamos a la cintura del día./El sol que duele mucho.

Cuando terminó los estudios primarios no arrancó enseguida la secundaria. Perdió dos años por cuestiones de trabajo. Su padre lo llevaba a la selva a trabajar; tres días de camino, con sed, con hambre. Montados en pelo meta silbar. Extensos silencios y de vez en cuando alguna charla de enseñanza, donde el padre le marcaba –según su parecer- los tres pilares fundamentales: respeto, obediencia y honradez. Con el paso del tiempo, siempre tuvo que alternar los estudios con trabajos esporádicos.

Es así que vendió helados, fue canillita y también lavó baños. Finalmente Pedro cursó sus estudios secundarios en el colegio Arturo Osores Cabrera y luego los cinco años del pedagógico en el Instituto Superior Octavio Matta Contreras de la provincia de Cutervo. Después, para orgullo de la familia, se convirtió en el primero en alcanzar la educación universitaria al recibirse en 2013 de magíster en psicología educativa en la Universidad César Vallejo. Aquel de los versos tan suyos.

Tan para él. Tan para su familia

Arriero, con tu poncho colorado te alejas,/saboreando el romance peruano de tu coca./Y yo desde una hamaca,/desde un siglo de duda,/cavilo tu horizonte y atisbo, lamentado, por zancudos y por el estribillo gentil y enfermo de una ‘paca-paca’. Fue así como Pedro Castillo Terrones se convirtió en el maestro. Ya desde 1995 se desempeñaba como docente de primaria en la escuela rural 10465 de su Puña natal. Muchas generaciones lo tuvieron al frente del aula. El lema: “Que los niños aprendan a defenderse en la vida”.

Rondero y gremialista

Desde su adolescencia y juventud, el maestro Castillo fue rondero. Las rondas campesinas surgieron en la década del setenta como medio de organización para que los comuneros protegieran al poblado de la delincuencia y luego, en los ochenta y noventa, como medio de protegerse contra el terrorismo. Una especie de comités de autodefensa. “Ronderos con cojones, amarrados bien los pantalones” dicen los campesinos de Tacabamba.

A esa faceta de paisano presto a arriesgarse para defender a su comuna, el maestro rural le agregó la participación gremial. Desde sus años de estudio como bachiller en educación, se sumó a los reclamos por la falta de materiales y sueldos bajos, principalmente en los sistemas educativos de las áreas rurales –algo que según denuncian desde el sector docente, es una constante tras treinta años de políticas neoliberales-. Se sumó también a las “ollas comunes” u ollas populares que los maestros organizaban para enfrentar y denunciar el Fujishock, el paquete de medidas económicas del Consenso de Washington aplicadas por el entonces presidente Alberto Fujimori.

Alma de decurión

Aquel cargo y modo de organización del imperio incaico que consistía en ser procurador, socorrer y tomar solicitud de las inquietudes de los miembros de su comunidad, como ha escrito el Inca Garcilazo de la Vega en “Páginas de los comentarios reales”. Cuidar de los suyos. Con el tiempo fue elegido presidente del Comité de Lucha de las bases regionales del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación del Perú (SUTEP) y Secretario General de la Federación Nacional de Trabajadores en la Educación del Perú (FENATEP). Durante la huelga del sector educativo en 2017, tomó un protagonismo mayor y se hizo conocido como líder dirigente no ya a nivel regional, sino nacional.

El candidato

A mediados de 2020, Pedro Castillo oficializó su candidatura a la presidencia del Perú. La fórmula, junto a Dina Boluarte, fue avalada por las autoridades, de modo que comenzó la campaña. Una campaña sencilla, sin los millones que caracterizan a las campañas electorales en Sudamérica, sin publicidades hollywoodenses, sin impacto en redes sociales. Pero con definiciones muy claras.

Cambiar la constitución fujimorista del 93, que solidificó el modelo neoliberal, mediante convocatoria a Asamblea Constituyente “para que el Estado tenga mucho más participación en la economía peruana”; desactivar el Tribunal Constitucional en caso de oponerse a la reforma de la constitución; promover desde el Estado actividades con capacidad de generar empleo en agricultura familiar e industria, fortalecer el sindicalismo para garantizar estabilidad laboral, abolir la tercerización y la informalidad en el mundo del trabajo; nacionalización de los principales yacimientos mineros, gasíferos, petroleros y centrales hidroeléctricas, “el Estado debe tomar el control sobre los tres importantes sectores que generan riqueza, que el 70% de las ganancias se quede para el país y se lleven el 30% y no al revés como es hoy”; prohibir las importaciones de productos que pueden hacerse en el país; revolución educativa para mejorar la calidad de la enseñanza pública; crear el Ministerio de Ciencia y Tecnología; fortalecimiento del sistema de salud pública.

Con estas propuestas, entre otras, y su perfil originario, Castillo se convirtió en la voz de una gran parte de la población peruana, marginada históricamente. De esa parte que ya en 1928 el pensador José Carlos Mariátegui describió en su obra “Siete ensayos de la interpretación de la realidad peruana” y que se presenta como el mayor problema histórico del Perú, la abismal separación entre la costa criolla y la sierra indígena. La diferenciación geográfica costa-sierra que ha representado caracteres étnicos, culturales, políticos y económicos diferentes, cerrando la posibilidad de identificación y homogeneización entre la población. La ciudad blanca y rica contra el campo indio y pobre.

En una entrevista de campaña dijo: “No necesito disfrazarme de paisano para llevar una propuesta a mis hermanos agricultores. Soy chacarero, soy obrero, soy agricultor, soy rondero y soy maestro a mucha honra, y me siento totalmente avergonzado de esa clase de Estado que sigue manteniendo una constitución que ha reducido a su mínima expresión los derechos constitucionales”. Finalmente el candidato de Perú Libre obtuvo el 19% de los votos en la primera vuelta, entre 18 candidatos y se adjudicó un lugar en la elección definitiva para el cargo de presidente. Entre el domingo 6 y el miércoles 9 de junio, en segunda vuelta y tras el escrutinio del cien por ciento de las actas, Pedro Castillo Terrones superó a Keiko Fujimori por 70.774 votos (50,19% y 49,80% respectivamente) y se transformó en el nuevo Presidente del Perú.

Expectativa y desafíos

Al fin tu llegarás donde debes llegar,/arriero, que, detrás de tu burro santurrón,/te vas…,/te vas… Tras liderar la primera vuelta, el maestro de Tacabamba comenzó a desfilar por los medios de comunicación. Su imagen de campesino montado a caballo para ir a votar, llevando siempre sombrero de paja, y su tono pausado de cadencia ancestral, era tratado con la soberbia de quien interrumpe constantemente en plano de superioridad. Todo el establishment, “los de arriba, los que salen en la tele” como dicen los campesinos de Puña, lo trataron desdeñosamente como a “gente de campo, de provincia”, sinónimo de ignorancia.

Asimismo, fue catalogado de marxista, de comunista, de agente venezolano, aliado de Nicolás Maduro; se lo señaló como parte del brazo civil del grupo guerrillero Sendero Luminoso. En definitiva, el tratamiento periodístico de las empresas más poderosas lo puso en el lugar de acusado. De amenaza para la Nación. Por otra parte, los sectores progresistas, intelectuales, de las grandes ciudades lo miraron con desconfianza por su posicionamiento contrario respecto a temas determinados como la educación de género, el matrimonio igualitario o la legalización del aborto.

“Hay que defender a la familia en la escuela. Pensar en otra cosa es quebrar a la familia. Como maestros respetamos los valores de la familia y hay que profundizarlos” dijo en abril de este año ante la pregunta sobre la educación con orientación de género. En el patio de su casa, entre la vegetación y las montañas de Puña, donde vive con su esposa Lilia Paredes Navarro y sus hijas, un cartel colgado reza en inglés “Jehova is my Shepherd” (Jehová es mi pastor). Según se sabe, Castillo ha tenido una formación católica, es devoto de la Virgen de los Dolores, pero también ha participado en la iglesia evangélica “Del Nazareno”, ubicada en el poblado.

Todos estos elementos aparecen como contradictorios, cuando no conservadores, para vastos sectores enmarcados en la izquierda continental. Tal vez, sea así. Tal vez, también, el progresismo de izquierda sudamericano, recluido en las comodidades de la clase media de las grandes ciudades, en rutinas cargadas de trabajos intelectuales de excelencia académica y sets de televisión, con vestimentas y peinados a la moda en las capitales europeas, no se ha percatado que no interpela ni representa a quienes dice representar. Tal vez, también, hace rato, ha dejado de entender las necesidades cotidianas y espirituales de quienes sólo cuentan con sus manos para sobrevivir.

Las elecciones demostraron que aquel panorama descrito por Mariátegui permanece inalterado. Existen dos Perú claramente delimitados. En ese marco, la fragmentación de las fuerzas políticas en el Congreso y la crisis institucional, con tres presidentes en una semana a fines de 2020, constituyen grandes afrentas para el gobierno de Castillo que sólo podrán ser sorteadas, según los especialistas, si se logra la apertura del proceso constituyente y la formación de consensos parlamentarios.

Otro de los grandes desafíos tiene que ver con la catástrofe que ha significado la pandemia para el Perú. Se trata del país con más fallecidos por millón de habitantes del mundo, con unidades hospitalarias desbordadas, sin oxígeno y con gran parte del personal de salud precarizado.

A su vez, desde el punto de vista económico, la pandemia ha agudizado los problemas de desigualdad y pobreza que se vienen arrastrando desde hace décadas, motivados por la aplicación de las recetas neoliberales más ortodoxas. Inaugurado con la llegada a la presidencia de Alberto Fujimori (1990-2000) y continuado luego por los gobiernos de Alejandro Toledo (2001-2006), Alan García (2006-2011), Ollanta Humala (2011-2016), Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018), Martín Vizcarra (2018-2020), Manuel Merino (2020-2020) y Francisco Sagasti (2020-2021), el modelo peruano ha estado en boca de todos los voceros del neoliberalismo en la región como ejemplo a seguir.

Durante la primera década del siglo XXI, la economía de Perú registró niveles de crecimiento inéditos, alcanzando un promedio del 4.9% anual durante los últimos 20 años, y superando a la mayoría de los países latinoamericanos. Esto se debió al ciclo de precios elevados de las materias primas a nivel internacional, donde el país andino se vio beneficiado a raíz de sus exportaciones mineras, principalmente (segundo productor mundial de plata, tercero de zinc y sexto de oro). A eso hay que sumarle un bajo nivel de deuda, una inflación contenida y cuentas fiscales equilibradas.

Sin embargo, ese sostenido nivel de crecimiento no se tradujo en una mejora nítida de la vida de la mayoría de la población. La teoría del derrame, de la copa de abundancia que se llena y cae sobre todas las capas de la sociedad, no se dio en el caso peruano. El 10% más rico gana salarios similares a países europeos como Portugal o República Checa y el 10% más pobre de la población gana salarios como en Bangladesh, uno de los países más pobres del mundo. A su vez, la pobreza ronda, desde hace treinta años aproximadamente, el 50 por ciento; tres de cada cuatro trabajadores permanecen en la informalidad y miles de familias viven en condiciones dehacinamiento con acceso parcial al agua potable.

“No más pobres en un país rico” sentenció el presidente electo en campaña. Para tratar de modificar esa herencia de crisis económica, social e institucional, ha propuesto avanzar en un nuevo régimen económico que él mismo ha postulado como “economía popular con mercado”. Un sistema donde el Estado tenga un rol protagónico, donde se revisen los contratos y se modifique el reparto de utilidades en los sectores estratégicos.

No obstante, ese programa le ha significado el encono de los sectores privilegiados y poderosos que han tenido las riendas de la nación hasta ahora. Desde medios de comunicación y toda la cúpula política de la derecha neoliberal hasta representantes de las empresas multinacionales. Habrá que ver si ese tándem del poder real se sienta a dialogar con Castillo o si elige la confrontación sin cuartel para agudizar la crisis.

Decididamente, el maestro rural del poblado de Puña devenido presidente, depositario de las esperanzas del “verdadero pueblo peruano”, tal como él ha dicho, deberá enfrentarse a un escenario muy complejo. Podrá salir bien, podrá salir muy mal.

Sin embargo, su repentina aparición contra todos los pronósticos en tiempos del marketing y la tecnocracia, de gobernantes que no se parecen a los pueblos, ya rompió los moldes. El tiempo dirá si nace una nueva épica latinoamericana como fue la de Evo Morales, aquel sindicalista cocalero de Orinoca que se transformó en presidente de Bolivia.

*Resumen Latinoamericano

 

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