Las Pinturas de mi vida

Por: Francisco Parada Walsh*

Es de madrugada, no reparé en la hora y preparé un café negro con azúcar blanca en tazas verdes como la esperanza. Al empezar a escribir veo que son las dos de la mañana, demasiado temprano pero prefiero empezar el día y esperar las sorpresas de la vida.

Mientras estoy recostado en un cómodo sofá siento que todas las bellas pinturas que adornan la casita me están viendo, hay una en particular que me incomoda, es Roque Dalton que con sus manos metidas en las bolsas del pantalón, viste un suéter oscuro y su desgarbada figura me observa, pareciera que hay algo que no le gusta por lo que debo preguntarle qué es: El me responde que no le parece que encienda la luz tan temprano, que lo estoy desvelando y en un santiamén está sentado junto a mí, revisa lo que escribo, no pudo disimular su desencanto y me dijo que no le gusta lo que escribo, solo babosadas, banalidades cuando el país atraviesa por el momento más peligroso de su historia y que debemos ser más críticos, mientras se pueda.

De repente lo veo que está otra vez en el cuadro, dio un brinco de luz y solo me dio las buenas noches y me dijo que le saludara a la familia del gran poeta guatemalteco Otto René Castillo, a su hija, doña Mayarí y particularmente a su viuda, Doña Carmencita ; bajo la figura mítica de Roque está un sencillo cuadro que tiene dos pájaros  que parecen quererse, parecen; no sé cuántos años tiene esa pintura pero si sé que tiene décadas de pertenecer a mi familia, lo curioso de esta obra es que fue pintada en un lienzo que es la corteza de un árbol; pensaba que si yo fuera una pintura cuántas capas de miedos, temores, dudas cubrirían a ese niño interior que todos tenemos; soy un hombre desnudo, no tengo nada que ocultar pero llegar a esta etapa de mi vida no fue fácil, no, todos queremos dar la imagen de perfección cuando no somos así; frente a mi está una pintura de una mujer campesina boliviana que lleva  a su bebé en un refajo, además carga sobre su cabeza  un buen tercio de leña mientras arrea a unas ovejas, no sé quién soy, si soy la mujer, el bebé, la leña o la oveja, prefiero ser leña para encender y calentar a otros; no pasa desapercibida la litografía de los “Zapatos Viejos” que dicen lo que debemos caminar, hablan de los surcos que dejamos, de nuestra lucha diaria y que, unos zapatos que un día fueron nuevos, con ese olor a cuero inconfundible , ahora lucen destartalados, lo mismo sucede con mi persona.

A la derecha disfruto de unas sencillas pinturas realizadas en repujado que descubren la belleza de la Bahiana,  la mujer brasileña,  esas grandes damas que organizan el Carnaval de Rio;  lo que me parece algo raro es que todas las pinturas que adornan el mundo  casi siempre destacan al pobre, al sufrido, al trabajador; en la esquina tengo dos pinturas que creo que son de Tailandia, son bellísimas pero no las entiendo como pasa conmigo mismo, la mayoría de veces no me entiendo.  La pared que da a una linda montaña la engalanan tres pinturas del gaucho, ese vaquero y campesino de Sur América que toma mate, desayuna un asado y  lucen unas botas de cuero bellísimas; nuestro campesino y toma café, desayuna pan dulce, calzan unas botas de hule, ninguna diferencia, ninguna, cada uno es un noble hombre que hace de la naturaleza su amiga, la cuida, la respeta, la venera.

Recientemente recibí uno de los obsequios que más valoro, Celeste Perez Bennett, trajo a mi montaña una pintura astral, astral, ocupa un lugar importante en una casa donde todo es importante, aun, guardo la tarjeta con una dedicatoria hacia mi persona.

La pintura más bella que pude, puedo y podré  tener es una que me regaló doña Julia Díaz  cuando fui su médico de cabecera; entre whiskies y pinturas mis visitas médicas más parecían reuniones sociales, me fascinaba visitarla, esa está en una bóveda de un banco; recuerdo que una vez dejé el protocolo de ser médico y le llevé un ramo de rosas rojas, ella, mujer educadísima me dijo: “Qué lindo detalle doctor, muchísimas gracias”. ¿Por qué debo creer que solo yo tengo vida y no las pinturas? Depende de mí hacer de cada pintura una amiga, que me enseñe algo, que me cuide como yo las cuido.

Si el genio de la lámpara se me apareciera  y me permitiera tres deseos, le dijera que me convierta en vino, ese vino que en vano limpia mis venas; mi segundo deseo sería ser un libro para que alguien me lea, me acaricie, que ría, que llore; en tercer lugar desearía ser música, no sé en qué presentación pero música; de ajuste pediría ser  un perro o un gato, para dar amor.

*Médico salvadoreño

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