Por: Luis Arnoldo Colato Hernández*
La libertad es la mayor conquista que en materia civil poseemos, pues es más que el simple derecho a la libre circulación, credo, pensamiento, opinión, etcétera, ya que su alcance va más allá de estas o las demás libertades que como ciudadanos tenemos; es el muy personal y fundamental derecho a disentir, a expresarme en oposición a la opinión imperante, a decir sí, o a decir no.
Tan familiar conquista, ahora trillada, es sin duda la mayor que la historia vio para el género humano.
No es perfecta, muy lejos de ello, pero por mucho supera a lo que describe la historia.
Entonces la región que nos veía nacer nos imponía, por ejemplo, la religión que practicamos, con todos los prejuicios que la historia reconoce que implicó, y que por lo regular derivó en los conflictos que por intolerancia tuvimos con nuestros vecinos.
Tal ejemplo ha sido superado en alguna medida, no sin excepciones, pues no aprendimos siempre de la historia, podemos empero mantener una conversación civilizada con cualquiera que opine de modo distinto, sea de otro origen étnico o crea que su versión de dios es un trozo de queso.
En nuestro particular caso, la búsqueda de libertad a costado un sinnúmero de conflictos desde siempre, y apenas treinta años atrás significó un conflicto armado con entre 70, 000 a 150, 000 asesinatos de acuerdo a la fuente consultada, concluyendo con acuerdos mínimos que garantizó, al menos formalmente, algunas libertades.
Las libertades citadas nunca han sido para todos por igual: siempre han sido determinadas por quién eres y que tienes.
Sin embargo y con una exigua existencia formal, ellas eran, de todos y todas.
Ahora esa ventana en nuestro tiempo historia de nuevo toca a su fin (pues no debemos olvidar que la nuestra es una sociedad lastrada por la exclusión sistémica e histórica), y como lo era antes del conflicto armado, de nuevo el acceso a la información es vedado desde el estado con argucias y leguleyadas, que no ocultan su descarnado objetivo de negarla.
Y es que cuando niego alguna información, no puede haber más explicación que procuro ocultar algo; es decir, intento evitar evidenciar ilícitos y mi implicación.
Cuando desde el estado niego la información o la restrinjo alegando que su difusión amenaza la seguridad pública, aunque sea relativa a la entrega de computadoras o el gasto en la pandemia, paso por alto el tenor constitucional que supone que ése sesgo es relativo al tema militar, por lo que tal justificación esta fuera de lugar y de ley, y lo que en verdad supone es que no quiero ventilar mi gestión, por los indicios que la pesquisa pudiera hacer patentes.
La historia es una maestra extraordinaria, y destaca como hasta los pueblos mas simples descubren que lo son, buscando su emancipación, por lo que incluso el calculo mas feliz del infeliz dictador, debe estimar que el tiempo de quienes violentaron la ley, se superará finalmente, siendo su único final el de la picota vil.
*Educador salvadoreño