Por Rodolfo Cardenal.
Uno de los motivos más evocados por el presidente es la originalidad de sus ideas y posturas: lo suyo es totalmente inédito, nunca nadie había hecho como él o él es el primero en dos siglos de historia nacional. El discurso del 1 de junio contiene algunas perlas de esa curiosa conciencia de ser un mandatario inimitable, el primero y el último. El encabezado del twitter presidencial enuncia la autopercepción de esa singularidad: “Escribiendo una nueva historia”. En la arenga del 1 de junio, se destacan dos formulaciones: “Por primera vez en 200 años”, en alusión al bicentenario de la independencia centroamericana, y “Por primera vez en la historia” o, simplemente, “por primera vez”.
Esta es la “primera vez en 200 años” que “la oligarquía perdió [la] oportunidad de controlar el poder formal”, que los oligarcas “no tuvieron otra opción que salir y dar la cara”, que la democracia no es “una pantomima”; “llevamos apenas 30 días de haber tomado democráticamente el poder formal […] pero estamos construyendo una verdadera democracia”, un “destino inexorable que tardó 200 años en llegar”.
Y es “la primera vez en la historia” que “realmente estamos tomando las riendas de nuestro propio destino”, que “tenemos en nuestras manos la oportunidad de emanciparnos […] romper las cadenas que nos tuvieron tantos años atados a la injusticia, a la zozobra y al pesimismo”; que varios de los proyectos viales más grandes […] se están realizando”; que “nuestra historia empezó a cambiar para siempre”; que “no hay izquierda ni derecha”; que “9 de cada 10 salvadoreños apoyan una visión, a un gobierno, a un presidente”; que “el pueblo es parte de este movimiento, de estas transformaciones”; que “el pueblo es el único poder fáctico terrenal al que el gobierno obedece”; que “somos sede de un campeonato mundial de surf. El primero en la historia que clasificará atletas a los juegos olímpicos”. Y, más recientemente, el país es “uno de los 14 acontecimientos más importantes en 12,000 años de la ‘Historia del Dinero’”.
Estos prodigios, según la heterodoxa interpretación presidencial, se deben a que “es la primera vez que tenemos una providencia que sí nos ampara”. La afirmación roza la herejía. La Providencia divina cuida por igual de todos los seres humanos de todos los tiempos, esto es, no privilegia al mandatario salvadoreño. Dios “hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45), porque es Padre de todos, no solo de los Bukele, sus socios y sus seguidores. Ese Padre bondadoso no discrimina a nadie, contrario a la práctica presidencial. Por tanto, si, como asegura Bukele, “no nos debemos a nadie, ni debemos quedar bien con nadie, más que con Dios y con la gente”, debe cambiar radicalmente su conducta. Quien cree, en un arranque de insolencia, que el Dios de Jesús solo se complace en él, no camina “con Dios por delante”.
Apropiarse de la Providencia divina es una acción tan disparatada como la de los constructores de la torre de Babel, que en su vanagloria quisieron alcanzar el cielo e igualarse a Dios, pero se perdieron en la confusión. Es la desmesura de una naturaleza humana desordenada, que, confiada en una falsa seguridad ilusoria, cree que el futuro es infaliblemente suyo. De ahí la insistencia en su índole única e inimitable. En el fondo de esa creencia hay mucho de superstición. Al igual que Marx, Bukele cree en la existencia de una ley infalible que conduce la historia al paraíso y que él es el partero que acelera el nacimiento del edén salvadoreño.
Esa supuesta seguridad obedece, según el papa Francisco, a un voluntarismo autorreferencial y prometeico, que confía fanáticamente en sus propias fuerzas y se siente superior a los demás. Esa engañosa convicción adolece de un elitismo narcisista y autoritario, que siente fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, se vanagloria de su propia gestión, encasilla a los demás y gasta energías en controlar. “Ni Jesucristo, ni los demás interesan verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo antropocéntrico” (EG 94, 95).
La superstición de Bukele vuelve perezosos a sus seguidores, encandilados por el disfrute inmediato de las delicias del paraíso. Pero el progreso no es inexorable ni infinito. Los liberales del siglo XIX, que comulgaron con esa superstición, colocaron los fundamentos de la sociedad de la cual Bukele ahora reniega. El progreso se da, pero también el retroceso. En cualquier caso, progreso habrá cuando se dediquen a la educación las mejores energías, entendiendo por educación no una mera capacitación técnica, cerrar la brecha digital; ni parcial, la primera infancia, sino el esfuerzo para que cada persona dé de sí lo mejor.
La pereza hace que muchos deseen ser dictados por quienes quieren ser dictadores. Un hecho confirmado por las intervenciones fanáticas y los entusiasmos delirantes de las redes sociales que acompañan al partero del paraíso nacional.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.