En 1969, la policía entraba en el Stonewall Inn con el objetivo de hacer una redada. No era la primera vez, aunque aquel 28 de junio sería diferente. En el pub gay, situado en Greenwich Village (New York), las operaciones policiales eran frecuentes. A la 1:20 h de la madrugada, los agentes entraron en el bar gritando que «estaba clausurado». Habitualmente, los jóvenes salían y se identificaban. Se procedía a la detención de los hombres que fueran vestidos de mujeres, o las pocas lesbianas que frecuentaban el bar que vistieran de «forma no femenina». Pero esa noche todo cambió. Alguien gritó «no nos vamos». Tres palabras que hicieron estallar el ambiente. Tres palabras que encendieron la mecha de los disturbios de Stonewall.
Las revueltas en la ciudad de Nueva York marcaron un punto de inflexión en el movimiento LGTB estadounidense. Ya nada volvió a ser lo mismo desde aquel 28 de junio, fecha en la que se celebra anualmente el Día del Orgullo. A partir de la revuelta se formó el Frente de Liberación Gay (GLF) con su propio programa y convocatorias a la revolución.
Muchas de las personas alborotadoras eran de origen latino o afroamericanas. El movimiento negro revolucionario de la década de 1960 en EEUU y el movimiento gay tenían una gran cosa en común: la clase, no la clase trabajadora organizada industrialmente, sino la clase trabajadora desorganizada de la calle. Ambos movimientos surgieron de las calles y sus respectivos guetos. En la superficie, el GLF o Black Panther eran organizaciones de personas oprimidas muy diferentes, pero organizadas desde las mismas calles y barrios.
Estos movimientos se construyeron desde y sobre las calles, desde los armarios y hacia las calles, como decía el lema. Las personas sin techo y vagabundas, jóvenes que huían de entornos opresivos, se unieron a un gran número de evasores del servicio militar obligatorio.
En ese momento, Estados Unidos tenía reclutamiento militar y cientos de miles de pobres que no podían permitirse el lujo de evitarlo huyeron y pasaron a la clandestinidad donde había un ejército potencial de hombres y mujeres jóvenes con descontento en las principales ciudades, excluidos de la sociedad en general debido al reclutamiento y abiertos a la política revolucionaria.
La política de los movimientos LGBTI y negros se ha alejado considerablemente de su base original fundamentada en la política de esa clase revolucionaria pero inestable. La economía rosa y la clase media negra han gobernado sus respectivos refugios durante décadas.
Un ejemplo de ello son los festivales como el World Pride de Nueva York (iniciado en el año 2000), que han abandonado la reivindicación y abrazado la fiesta y convertido el Stonewall Inn, donde una vez la gente LGTBI acudía sopesando el riesgo de ser detenida, en una especie de “Disneyland» en el que cientos de turistas se fotografían sin conocer siquiera la historia de lucha que atesora. Hacen fotos a un campo de batalla que envejece, mientras el movimiento olvida sus orígenes, dejando de lado historias de personas transgénero racializadas que de forma significativa, junto a otras, protagonizaron aquellos hechos.
La sociología burguesa de la época de Stonewall nos muestra cómo la ideología dominante empieza a denominar los movimientos de protesta de esa época como “nuevos movimientos sociales” y a desposeerlos de su carácter de clase al desligarlos del movimiento obrero. El sistema aplica de nuevo el viejo lema “divide y vencerás” para poder sobrevivir a su propia barbarie.
En la actualidad podemos ver cómo los entonces incipientes movimientos pacifista, feminista y ecologista se han desarrollado en más y variados grupos y movimientos, cada uno de ellos bajo una reivindicación social concreta sin tener en cuenta las contradicciones de clase que afectan a cada una de ellas y entorpeciendo, por tanto, su resolución.
La persecución de las personas LGTBI en el Estado Español, al igual que ocurrió la noche de la redada de Stonewall, también llegó a una situación límite que se expresó en la manifestación de Barcelona el 26 de junio de 1977 bajo el lema “Nosaltres no tenim por, nosaltres som” para exigir la derogación de la “Ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social” de la mano del movimiento obrero de esa época, con organizaciones como la CNT o el PSUC.
Hoy en día, en Barcelona como en New York, la división entre las capas sociales que conforman la clase obrera es un hecho punzante, el origen y los principios de Stonewall, como los del 8 de marzo, han sido manipulados y desposeídos de su carácter de clase, transformados en movimientos de colores para cubrir la oscuridad de la opresión que imponen el patriarcado y el capitalismo, que oculta a las personas en la marginalidad, la pobreza y la guerra.
Por ello es necesario recuperar el espíritu de Stonewall que aunó las luchas por la liberación de género junto a la liberación de clase, “Una sola clase, una sola lucha construyendo proceso revolucionario”.
Fuente: ANRed.