Por: Elio Masferrer Kan*
Censos nacionales y encuestas coinciden en que la presencia del catolicismo está disminuyendo en el continente americano. El Censo mexicano de 2020 corrobora esta tendencia que podría llevar a cualquier organización a realizar un análisis de los problemas detectados e incluso plantearse una reformulación del rumbo. Nuestras investigaciones muestran también que las Jerarquías eclesiásticas no han esbozado nuevas propuestas que tiendan a cambiar el rumbo institucional manteniéndose las mismas prácticas institucionales, aunque hay grupos y tendencias que tienden a estabilizarse e incluso pueden crecer.
Tomaré como indicador la dinámica de los matrimonios religiosos, una actividad que por su complejidad implica una toma de decisiones compleja que rebasa la de los bautizos, tanto por sus costos como por la decisión de sacralizar una relación que implica una multiplicidad de cambios en la vida cotidiana y social de quienes toman esta decisión. La alianza matrimonial además implica la construcción de alianzas sociales y la ampliación de la red de parientes, a la cual se agrega la construcción y ampliación de relaciones de compadrazgo.
Mi fuente de información son los Anuarios estadísticos de la Iglesia Católica, una fuente institucional publicada por la Secretaría de Estado del Vaticano, que reúne información de toda la institución a escala mundial, se complementa con el Anuario Pontificio que describe a todas las diócesis, congregaciones religiosas y demás instancias organizativas de la Iglesia Católica.
Tomaré la información de Estados Unidos, México, Brasil y Perú, cuatro países que reflejan la diversidad cultural del mundo católico latinoamericano. En 2003 los Estados Unidos tuvieron 160,000 matrimonios y en 2019 bajaron a 131,000; en Brasil disminuyeron de 302,000 a 196,000 en 2019; en Perú también hubo una disminución de 42,000 a 27,000 y para México la cuestión fue similar, en 2003 los matrimonios religiosos tuvieron 322,000 registros que contrastados con los ceremonias civiles representó un 55.1%; en 2019 la disminución fue más drástica pues hubo 211,000 matrimonios religiosos que representaron el 41.8% de las uniones civiles registradas.
La situación de los bautizos también es un síntoma de la crisis, según los datos oficiales disminuyeron de 8,342,000 en el año 2003, a 6,253 en el 2019, una caída del 25% en 16 años que nos permite identificar una tendencia decreciente muy consolidada.
La disminución de los matrimonios y la renuencia de las nuevas generaciones del continente americano a mantener el vínculo con la Iglesia católica en la que los bautizaron sus padres, se expresa en la disminución de las primeras comuniones que pasaron de 5,790,000 en 2003 a 4,708,000. Las confirmaciones también disminuyeron de 4,254,000 en 2003 a 3,706,000 en 2019.
Esta renuencia de niños, adolescentes y jóvenes a ratificar la relación religiosa en la que los involucraron sus padres al nacer es la prueba más evidente de la incapacidad institucional para renovarse e incorporar a las nuevas generaciones, haciendo propuestas pastorales que respondan a las necesidades y los cambios en la visión del mundo de los jóvenes milenials y de la generación Z (posmilenica).
Las Jerarquías católicas persisten en mantener un “discurso arcaico”, mientras que los evangélicos han crecido mediante la construcción de un discurso que intenta llegar a los millenials y a la generación Z, utilizando nuevos lenguajes digitales manejando tanto propuestas neoconservadoras, como innovadoras en materia de salud sexual y reproductiva, haciendo énfasis en el reconocimiento de derechos a la población LGTBQI+. Los niveles de segmentación de los evangélicos les permiten tener todas las opciones, desde conservadores que proponen terapias de “conversión” y que descalifican a las minorías sexuales, hasta iglesias “incluyentes” que aceptan matrimonios igualitarios y no tienen ningún inconveniente en ordenar para el ministerio, a personas abiertamente miembros de la comunidad LGTBQI+.
El mundo católico está muy anclado en una discusión que lo paraliza por discusiones teológicas, que se oponen a cualquier intento de innovación institucional. Esta actitud es vista con sospecha por sus feligreses pues son conscientes que la Iglesia tiene, y en posiciones relevantes, a miembros de esta comunidad estigmatizada en un “doble discurso”. Precisamente una de las características de la generación Z es el repudio a la hipocresía, como dijo un exponente de esta generación: “somos la generación de cristal, no por débiles sino porque somos transparentes en nuestros valores, porque no permitimos que se repita lo que se hacía mal en el pasado, porque no nos conformamos y porque luchamos por hacer un mundo mejor”.
El desafío es cómo construir un diálogo intergeneracional en que los “Baby boomers” (1946-64) y los de la Generación X (1965-79), sepan dialogar, aportar y construir con los Milenials o centenials (1980-94) y los Posmilenials o Generación Z (1995-2012), imprescindible aceptar que tenemos mucho que aprender de los otros. El desafío es entender “los signos de los tiempos”.
*Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH