Por: Francisco Parada Walsh*
Remontémonos a 1969, fecha para el olvido al recordar la guerra contra la hermana República de Honduras, esa mal llamada “guerra del futbol”, de “las cien horas” solo demostró que nuestra solución a los problemas es la violencia; resultado de esa absurda guerra hubo una clase política y junto al estamento militar que saquearon todo a su paso, desde sencillas colas de machos, diademas y demás bisuterías hasta ganado, carros, camiones y más; fuimos como chapulines a arrasar con todo lo que se pudo.
Mi padre fue a ese conflicto como médico y contaba que al final terminó enamorándose de una enfermera gringa y reafirmo lo dicho pues el día que él regresó a Berlín había tantas cosas que bajar del vehículo que lo transportaba ¡Todo saqueado! Esa es mi historia y nada puedo hacer.
Luego viene esa guerra civil que en apariencia duró doce años, tiempo donde viví el dolor, la incertidumbre, la muerte de tantas personas que su delito era únicamente pensar diferente, querer un país más justo, soñar con una patria y una bandera que cobije a cada uno de sus hijos pero de eso nada pasó, todo fue un burdo experimento de “los mismos de siempre”, gringos que por un lado atizaban el fuego y por el otro, le echaban gasolina, ocote y maldad a esa guerra civil que dejó ni pérdida ni victoria, sino un empate técnico donde los perdedores fueron los más de ochenta mil muertos; al contrario, todos los dirigentes de la guerrilla y del ejército fueron premiados con quedarse con todo lo robado, por cosas del destino conocí a muchísimos militares que hicieron de esa masacre, sus riquezas de las cuales disfrutan.
Debe el lector saber dónde tristemente nuestra oligarquía vuelve a tener un protagonismo cuando se firma aquel pacto de “San Andrés” que dio argumento a aumentar el I.V.A. al 13 % pero la aprobación de tal medida fue gracias al dinero repartido al bando de la guerrilla y alguna que otra institución bancaria, de esas pequeñas pero suficiente para vivir como príncipes en Europa.
Pareciera que se vivía en paz, todo era ficticio, recuerdo que mientras realizaba mi servicio social en el hospital Nacional de San Bartolo atendí a un pandillero recién deportado de Los Ángeles, su conducta era agresiva, violenta; poco a poco hicimos amistad, llegaba todo los días a curación y me explicó en 1992 cómo es el negocio de la droga, llamé a un periodista de El Diario de Hoy quien no tuvo interés en realizar un reportaje sobre el surgimiento de las pandillas, ese joven me advirtió lo que sucede en este momento.
El Salvador ha sido azotado por una guerra silente, siempre el pobre es el que sale perdiendo, al momento de escribir este artículo nadie habla de estos grupos delincuenciales, las cortinas de humo nos alejan de la realidad, de los desaparecidos, de la pobreza, de la migración; mientras nos seguimos matando, odiando, temiendo.
Lo más triste que se le viene encima a este país es esa guerra entre hermanos, nuevamente El Pinochini de América empieza a escribir una página con tinta roja, es cuestión de tiempo para que la bomba explote en la cara de un país que ha sufrido demasiado, sin embargo parece que somos una sociedad masoquista, donde el sufrimiento nos encanta y lo disfrutamos; en este momento hablar de política es abrir una caja de Pandora donde salen los peores monstruos que albergamos en el alma, el ambiente es denso y mientras el país cae a pedazos nosotros nos hacemos pedazos; es esa maldita pobreza la que toca la barriga del salvadoreño promedio, no encuentra qué hacer pero, la fiesta eterna debe seguir.
Mientras el estado equipa a los cuerpos de seguridad con las mejores armas para contener disturbios, sugiero que se necesita equipar a los cuerpos de seguridad con libros, cultura pero no; y nuevamente será el policía pobre el verdugo de su hermano pobre, peleando por ideologías o medidas que tanto afectan a uno como al otro y debo aclarar, pedir justicia, exigir que el dólar siga circulando son derechos inherentes a cualquier sociedad, pero no, se prefiere no pensar, es una salida fácil, muchas personas conocidas me dicen que hasta que el problema toque a su puerta empezarán a ver qué hacen; ese el salvadoreño, indolente como pocos, cobarde como muchos, ciegos sordos y mudos.
*Médico salvadoreño