Por: Francisco Parada Walsh*
Dos palabra opuestas, dos palabras que no nos gusta conjugar; pareciera un tema sin ninguna relevancia pero es mi historia. Recientemente una perrita que rescaté de la calle llamada “Ministra” en un arrebato de territorialidad me destrozó a una bella gatita; cuando escuché lo que sucedía me apersoné, la gatita convulsionaba, estaba totalmente destrozada de su columna vertebral; pude haberla puesto a dormir, aun, lo puedo hacer pero jamás asumiría una conducta divina de dar o quitar la vida y es aquí donde entra la misericordia y la compasión para mi bella gatita, de a poco se viene recuperando, poco me importa si debo alimentarla el resto de su vida o la mía pero no puedo desecharla, no, ella es feliz, comía como un pequeño leoncito, ni ella tuvo la culpa ni mi perrita, sencillamente es el destino que nos pone tales pruebas y me preguntaba por qué hay mininos que desde que nacen, todo es adverso, ver a sus hermanitos brincar, jugar y verla a ella, envueltita, parte el alma; sin embargo cuando la alimento y la acaricio me veo reflejado en ella, me pregunto si hubiera sido mi persona la que cae fulminada por un accidente
¿Cómo quisiera que me trataran? Con desprecio o asco como sucede muchas veces o con la dignidad intacta, con ese amor inconmensurable donde debe el amor al prójimo prevalecer, si mi bella gatita fallece no me quedará un ápice que no pude brindarle amor, cuidos primorosos pues eso mismo haría con cualquier ser humano; ya lo he hecho y esto no es un mérito sino un deber que es ser compasivo y misericordioso con todos, sin excepción.
Recuerdo un episodio que nadie sabe, era un doce de noviembre de 1989, un día después que iniciara la ofensiva, cuatro empleados que laboraban en la gasolinera principal de Zacatecoluca quedaron atrapados en la bodega de lubricantes, esa gasolinera fue un objetivo de la guerrilla como lo fue el Hospital Nacional de esa ciudad; recuerdo que todos presentaban quemaduras en el cien por ciento de sus cuerpos, aun, así uno puede reconocer a una persona por su fisonomía, había uno de ellos que siempre me atendía en la gasolinera, platicábamos y por la atención le regalaba algún dinero; ese hombre era mi amigo y llegó destrozado, algo que ni en una película de terror se puede ver, después de desbridar toda la piel achicharrada fue enviado al servicio de Medicina Hombres, ese hospital era un caos, había personas, pero parecía que nadie hablaba, nadie sabía qué pasaba, mientras, la morgue empezaba a acumular cadáveres azules y blancos; mi amigo, en su tremenda confusión se levantó de la cama, no sé qué pasaba por su mente pero lamentablemente tenía una sonda vesical que lo haló y sufrió una aparatosa caída, aparte de tener quemaduras en el cien por ciento de su cuerpo sufrió esta caída; repito, todo era un caos, nadie sabía lo que pasaba, nadie; me fui a platicar con él, le pregunté qué sentía y él me dijo que era un fuego interno horrible, que quería estar en una laguna; como siempre mi estancia en esta Tierra Roja ha sido salirme de la fila de la vida, no dudé por un momento en humedecerle los labios con una torunda con agua fría, él, disfrutaba cada gota que caía, de a poco le fui dando pequeños tragos de agua helada, él estaba feliz, me dio las gracias; la medicina no es uno más uno, no, existe esa parte donde la misericordia y la compasión deben sustituir al dolor y los cánones estrictos de una medicina eminentemente curativa; mi amigo falleció a las cuatro de la tarde de ese día; todos los empleados de esa gasolinera fallecieron.
Hacer una comparación entre cuidar a una gatita y humedecerle los labios a una persona que fue carbonizada parece que no hubiera relación sin embargo entiendo que la compasión y la misericordia es o debe ser parte de nuestras vidas y como tal, se debe conjugar sea con mi prójimo o con un indefenso animal.
Cuando me han llamado a reconocer el cuerpo de una persona mayor que ha fallecido por causas naturales, apenas descubro su rostro, respeto esa paz que tiene el rostro de un anciano y rezo una pequeña oración en el mayor silencio, no quiero que me escuchen, no, es para mí ese momento y con todo el respeto del mundo, los persigno. Vayan con Dios. Al final, todos somos uno solo y esa gatita, mi amigo empleado de la gasolinera y el anciano al que reconozco, todos somos el mundo. Todos.
*Médico salvadoreño