Luego de catorce días en riguroso silencio, finalmente el ultraderechista presidente brasileño Jair Bolsonaro mencionó el pasado sábado la denuncia que el diputado Luiz Miranda hizo en la Comisión de Investigación del Senado sobre la conducción del gobierno en la pandemia.
La denuncia se refería a un encuentro de Bolsonaro con los hermanos Miranda –el diputado y un alto funcionario del ministerio de Salud– cuando se enteró de mecanismos de alta corrupción manejados por militares incrustados en puestos antes ocupados por médicos, científicos y especialistas. A los dos hermanos el mandatario les dijo que ordenaría una investigación de la Policía Federal. Nunca lo hizo.
Pues en una entrevista a una radio argumentó que recibe a unas cien personas por mes, además de su agenda con ministros, y que no puede adoptar medidas a todo lo que le dicen.
Ocurre que fue algo de especial gravedad lo que oyó, y no hizo nada. Optó por proteger, con su silencio, a los denunciados.
La declaración del sábado sirve para confirmar dos puntos. Uno: Bolsonaro está completamente perdido, y eso ocurre en un momento especialmente negativo para él. Todas las encuestas de opinión pública reafirman que Lula da Silva lo arrollará en las presidenciales del año que viene, y ahora revelan algo inédito: más de la mitad de los brasileños – el 52% en una, 54% en otra encuesta – aprueban su destitución. Y más: el 63% de los encuestados no creen en nada de lo que dice.
Otro punto: la tensión institucional alcanzó niveles extremos. De un lado, Bolsonaro ataca de manera radical tanto a la Comisión de Investigación del Senado como a los integrantes de la Corte Suprema del país y del Tribunal Superior Electoral, instancia máxima del sector. Y, por si fuera poco, amenaza con no realizar las elecciones previstas para el año que viene.
Y de otro, los comandantes máximos de las Fuerzas Armadas amenazan a las mismas instituciones, y dejan clara la posibilidad de que interrumpan, cuando crean necesario, la vigencia de la democracia.
Todo eso a razón de lo que declaró el senador Omar Aziz, que preside la Comisión del Senado frente a la marea de denuncias contra militares tanto retirados como activos en las maniobras de corrupción del ministerio de Salud. Dijo él que la mayor parte de los militares deberían estar avergonzados por lo que hizo la minoría, la “parte podrida” de las Fuerzas Armadas, resaltando tratarse de una minoría.
La reacción injustificable del ministerio de Defensa y de los tres comandantes de las Fuerzas Armadas, amenazando con moverse en favor de la democracia y de las instituciones – léase: intervención – sorprendió y preocupó, una vez que coincide con la amenaza presidencial de no realizar elecciones en 2022 “a menos que haya voto impreso, para prevenir fraudes que lleven al nueve dedos al poder”.
“Nueve dedos” es una manera típica de Bolsonaro para referirse a Lula da Silva, que perdió un meñique en sus tiempos de obrero.
A propósito de la manera bolsonariana de ejercer la presidencia, y de su noción de dignidad del cargo que ocupa, vale recordar dos frases de los últimos días. Al referirse a la Comisión Parlamentaria de Investigaciónia (CPI), Bolsonaro dijo que “me cago en la CPI”. Y al mencionar al presidente del Tribunal Superior Electoral, que además integra el Supremo Tribunal Federal, dijo que se trata de “un imbécil, un idiota”.
Todo eso puede ser resumido en un cuadro de extrema tensión.
Hay un mandatario irremediablemente desequilibrado que se derrite frente a la opinión pública y se hace cada vez más agresivo para alentar a la minoría que lo sigue defendiendo a cualquier precio (entre 12 y 15% del electorado), que enfrenta graves denuncias de corrupción en sus tiempos de diputado, que protege a militares envueltos en iniciativas corruptas, que al negarse a atender a las recomendaciones de protección contra la pandemia se hizo cómplice de parte fundamental de casi 540 mil vidas perdidas.
Una Comisión de Investigación del Senado avanza en denuncias cada vez más sólidas de corrupción en el gobierno.
Unas Fuerzas Armadas que parecen haber perdido el rumbo entre mantenerse en sus funciones constitucionales y proteger a un gobierno corrupto encabezado por un psicópata.
Un cuadro trágico de desempleo, hambre, inflación, devastación de todo – todo – por un gobierno determinado a eso.
Y un horizonte inmediato cubierto de tinieblas.
Fuente: Página/12