El Sombrero Azul

Por: Francisco Parada Walsh*

“El pueblo salvadoreño tiene el cielo por sombrero, tan alta es su dignidad en la búsqueda del tiempo; en que florezca la tierra por los que han ido cayendo, y que venga la alegría a lavar el sufrimiento, y que venga la alegría a lavar el sufrimiento”. ( Me eriza la piel escuchar esta bellísima canción, sin embargo el dios tiempo pone las cosas en su lugar y poco a poco desdibuja esa tan alta y  falsa dignidad; no, no hay dignidad, hay sumisión, hay hambre, muerte, desempleo, migración, desaparecidos, llanto pero no dignidad; nuestro sufrimiento es ya un mal crónico, nuestros caídos son miles sin contar Las Chalchuapas y a nadie parece importar más que a su familia; una sociedad indolente tiene sus días contados como sucede con esta tierra roja y llorosa; nunca hemos visto la alegría que baja de los cerros y montañas a lavar el sufrimiento, no, al contrario, Las Colinas se llevó vidas valiosísimas y de una tarrascada se robaron el dinero que Taiwán donó; el dolor y el sufrir no se deben lavar, se deben vivir para nunca olvidar a los causantes de ese tormento, de ese sufrimiento).

“Dale que la marcha es lenta pero sigue siendo marcha, dale que empujando al Sol se acerca la madrugada, dale que la lucha  tuya es pura como una muchacha, cuando se entrega al amor  con el alma liberada”. (No hay tales marchas, todo es ver, oír y callar; nadie parece abatirse por la apocalipsis a lo salvadoreña que viviremos; nos abatimos a tiros que es muy diferente pero esa marcha no es del pueblo que muere aun viviendo, será una marcha al revés, de esos empleados obligados a salir a defender lo indefendible pero el hambre es el motor que liquidó a la dignidad y los patrones entendieron que un pueblo hambriento es un pueblo perdido; no hay lucha ni hay muchacha y menos amor ni alma liberada; atrás quedaron los ápices de dignidad, hoy se vive indignamente como un pájaro que abre el pico para recibir basura y aun, agradece las dádivas de la miseria. No hay Sol que ilumine a nuestro país, todo es oscuridad, terror, cuervos que revolotean prestos a sacarnos los ojos, ya el dinero lo sacaron antes, muchísimo antes).

Dale salvadoreño, dale que no hay pájaro pequeño, dale, que después de alzar el vuelo, dale, se detenga su volar”. (Dale salvadoreño, dale pero no puedes volar pues tus alas fueron cortadas en nombre de la libertad).

“Al verde que yo le canto es el color de tus maizales,  no el verde de las boinas, de matanzas tropicales, las que fueron a Vietnam a quemar los arrozales  y andan por estas tierras como andar por sus arrozales”. (Al verde que yo le escribo es al verde de los dólares que serán un hermoso recuerdo de una patria medio libre, medio soberana, medio pendeja y siempre perdida, siempre; el águila imperial no quema los arrozales sino las tripas de los comensales; nuevamente somos unos conejillos de indias donde se prueba todo con la anuencia del mundo pero sobre todo de un país que no es país, de una sociedad que no es sociedad, de un rebaño que si es rebaño y solo bala y ni siquiera tira patadas, un guanaco fervoroso de que su nombre se escriba en la historia de la humillación, del hambre, de la locura cuando toque su puerta una visitante nueva llamada realidad).

“Dale salvadoreño, dale que no hay pájaro pequeño, dale, que después de alzar el vuelo, dale, se detenga su volar”. (Dale salvadoreño, dale pero no puedes volar pues tus alas fueron cortadas en nombre de la libertad).

Hermano salvadoreño,  viva tu sombrero azul, dale que tu limpia sangre germinará sobre el mar y será una enorme rosa de amor por la humanidad, hermano salvadoreño, viva tu sombrero azul”. (De ese bellísimo sombrero no queda ni una pizca de azul, todo es rojo, ese sombrero llora lágrimas de sangre que germinarán en este país  sacado de la chistera del diablo donde se inventa hasta el hambre para que dócilmente seamos marionetas que bailan no por gozo sino por un condicionamiento que se activa ante un reflejo, un chasquido de “Los mismos de siempre” y ni siquiera vemos el árbol no digamos el bosque; no, un pueblo que vive pendiente del guaro y del gol tiene la obligación del sufrir por indolente, por egoísta, porque somos unos hijos de puta que reímos por no llorar).

“Tendrán que llenar el mundo con masacres de Sumpul. Para quitarte las ganas del amor que tienes tú”. (El país de los Sumpules, masacre tras masacre y nadie se conmueve, a nadie le importa; masacre en Chalchuapa y ni siquiera somos empáticos con esas tumbas de hermanos salvadoreños mientras dos amorosos padres cargan la foto de su hijo santo desaparecido ¿Que amor podemos tener?: Ninguno, ninguno; todo cambia cuando el dolor es nuestro, ahí queremos que el mundo se detenga, mientras, póngase la mano en el ombligo, súbale volumen al Sombrero Azul mientras va a un cajero a sacar la pobreza que lo espera, baile, baile, baile mientras pueda, pueda, pueda. Querrá morirse cuando apenas entienda que aparte de zamparle un tiro de gracia llegaron a rematarlo, re- matarlo, significa que lo han matado muchas veces; de hambre, de desempleo, de migración, de miedo pero se prefiere que usted está muerto en vida ¡Qué tristeza, qué tragedia!

Dale salvadoreño, dale que no hay pájaro pequeño, dale, que después de alzar el vuelo, dale, se detenga su volar”. (Dale salvadoreño, dale pero no puedes volar pues tus alas fueron cortadas en nombre de la libertad).

Médico salvadoreño

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