Bukele se ha sumado a la lista de los presidentes que han optado por la militarización para acabar con la violencia social. Paradójicamente, se coloca así en el grupo de sus más detestados enemigos, los expresidentes Flores, Saca, Funes y Sánchez. Hoy la idea es duplicar la cantidad de los efectivos del Ejército para asignar “un soldado por pandillero”, con lo cual se apuntaría otro hito histórico, de esos que tanto le gustan: “Nunca antes […] después de la postguerra, había tantos soldados”. El director de la Policía puntualiza que el plan es “incursionar” en “lugares donde algunos todavía creen que van a tener algún nivel de injerencia en […] generar terror o generar algún nivel de violencia”. Y el ministro de Seguridad, obsesionado con el pasado, señala: “[La] tarea es revertir esto, los 30 años de posguerra no nos dejaron un país más seguro”.
La “incursión” de Bukele no es ninguna novedad. Primero fue la “Mano Dura” de Flores. En 2003, policías y soldados recuperarían los territorios en poder de las pandillas y encarcelarían a sus jefes. Al año siguiente, vino la “Mano Súper Dura” de Saca, que, optimista, anunció: “¡Se les acabó la fiesta! […] los delincuentes y malacates ahora sí se quedan en la cárcel”. Luego, en 2010, Funes aumentó la presencia militar en la seguridad. Sánchez no se quedó atrás. En 2016, declaró la guerra a las pandillas, para la cual creó unidades de reacción, de intervención y recuperación territorial, de táctica policial y batallones de reacción inmediata. Ninguno alcanzó sus objetivos. Ahora, Bukele se agrega a la lista de los fracasados.
En cualquier caso, es legítimo pensar que esta vez será distinto. Cabe preguntar, entonces, si hay razones para aguardar un resultado diferente. Aparte de la dificultad intrínseca para financiar, organizar y dirigir un Ejército tan numeroso, la vaguedad de la propuesta está reñida con la rigurosidad de la planificación militar. Un obstáculo adicional es la baja ejecución presupuestaria, que indica poca eficacia operativa. Además, Bukele asume infundadamente que las pandillas encajarán la embestida de manera pasiva. De sobra han demostrado su maestría para reacomodar su potencial ofensivo. Hasta el día de hoy, su superioridad en inteligencia, poder de fuego y operatividad es indudable. En cambio, Bukele no abandona la nebulosa. Sin mayor explicación, el objetivo “ya no será la reducción de la cifra de homicidios”, sino “la incursión”, la última fase del Plan de Control Territorial.
El vicealmirante a cargo del Ejército no es más claro. La “incursión” “no se está haciendo de la misma manera, sino de otra forma, porque estamos partiendo del centro de gravedad”. Al igual que “la recuperación”, “las oportunidades” y “la modernización”, las fases anteriores, esta última “depende de procedimientos que deben seguir por la estructura de nuestro país, por las leyes que se tienen que respetar”. Y su éxito está garantizado, porque “hay un método científico que nos permite ejecutar un plan […] si usted hace algo científico tiene que tener un resultado y tendrá que haber resultado”.
El juicio del vicealmirante desconoce los fracasos anteriores y que algunos de sus colaboradores más cercanos participaron en la Mano de Dura de Flores. El ministro de Seguridad y el fiscal general tuvieron a su cargo la División de Élite contra el Crimen Organizado. El actual director de la Policía y otros tres altos cargos eran subdirectores de la Policía de Flores. No parece prudente intentar lo mismo con los mismos que ya fracasaron la primera vez. Además, el ministro es tan responsable del “crecimiento de estas estructuras terroristas” como aquellos a quienes reprocha que critiquen la nueva versión de la militarización. Y el talento que el director de la Policía se atribuye para justificar su salario de más de cinco mil dólares no parece haber hecho ninguna diferencia entonces y ahora.
Inadvertidamente, el vicealmirante deja entrever que “la incursión” no es la respuesta: “No digo que con todo lo que se está haciendo se resolvió el problema”. No es así, porque “cualquier persona que goza de salud mental sabe que el problema social de raíz que tiene años, no se va a resolver en dos años». Más claro, la militarización no es la solución para un problema de carácter social. Tal vez por eso, el ministro de Seguridad la vende como una “ventana de oportunidades” para los sin educación y empleo. Una vieja idea de las dictaduras del siglo pasado. Es cínico calificar como “oportunidades” el maltrato, la mala paga y el mal futuro del recluta.
Las ideas nuevas duraron poco; las pandillas las agotaron. Bukele ha vuelto a la tregua y a la militarización de siempre para proyectar la imagen de un país seguro. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que la tregua es mucho más eficaz que la militarización. Entonces, por qué insistir en la salida militar.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.