¡Tres para Sesenta!

Por: Francisco Parada Walsh*

“Recuerda que de esta vida solo te llevas una muda de ropa… (Y no eres tú quien la escoge). Qué verdad más dolorosa para los que creen en la auto suficiencia; sirva para mí, entender mi fragilidad, mi viaje cada día más cercano a una meta desconocida, no sé qué pasará conmigo, no lo sé; lo único que quisiera es  que una alma generosa se apiade de mis perrunos, bigotes y más; quiero que mi  muda de ropa sea un jeans desteñido como un libro que fue leído por muchos, una camiseta blanca de esas que venden en Dollar City, blanca no por mi pureza sino por lo frescas que son, unos tenis que recién compré para seguir recorriendo el mundo, ese es mi último deseo en cuanto a la ropa; para ese viaje ameno o aburrido quiero todos los libros de Galeano, Carlos Fuentes, Milan Kundera, Herman Hesse; cientos de botellas de vino, de ese vino tinto barato, que sean cajas de cartón Clos de Pirque; libras y más libras de chicharrones de Amayo; algunas latas de anchoas, espárragos; y más guaro para llevarle a las diablas que esperan por mí y seguir en esa vida de farra eterna; de música quiero tangos, toda la música de Diego El Cigala,  los Rolling Stones, Fleetwood Mac; Led Zeppelin , José Alfredo Jiménez y Cuco Sánchez; se me olvidaba el “Príncipe de la Canción”, muy diablas pueden ser pero caerán rendidas cuando escuchen: “Espera, la nave del olvido no ha partido”.

Empezarán los combates cuerpo a cuerpo ¡cachos contra cachos!  Cuando cumplí cincuenta años consideré importante dejar algo plasmado sobre mi vida, desvaríos, sueños, pesadillas y valió la pena. El año pasado, un tiempo demasiado difícil para la humanidad, pensé que no terminaba el 2020, pero sigo dando guerra, cada año más calmo, más reposado, más añejo y con algunas nuevas metas; cada vez las cosas son más sencillas; no me gusta complicarme la vida creyendo que tengo veinte, no, lo único que me desconcierta es mi amor y compasión por todos los animales, algo que disfruto como pocas cosas; sé que dentro de poco, todo habrá terminado y en una de esas la vida me premie y me convierta en gato y hacer realidad el sueño de Charles Bukowsky: “Para dormir 20 horas diarias y esperar a que me den de comer. Para no hacer nada y pasar buscando gatas picaronas”.

Mis pasiones quizá se han acentuado, amo la música universal, le llamo así a todo lo que es música, me eriza la piel los guitarrones de los Roling Stones, la dulce voz de Arielle Dombasle, la majestuosa voz de Sinatra y cuando canta “A mi manera” me identifico con esa canción pues, en esta vida de altibajos siempre he sido un caballo desbocado que he hecho lo que ha querido, sí me considero un anarquista y sé las repercusiones que eso conlleva pero no las veo, solo observo las ventajas de vivir una vida como quiero.

Nunca he tenido dinero ni lo anhelo en este momento de mi vida, cuando manejé algunos reales quien no tiene los pies en la tierra se pierde, siempre fui aterrizado y aun, con las dificultades existenciales que implica no tener fortunas, no me incomoda en lo más mínimo la vida sencilla que disfruto; mis fortunas son los libros, el vino que en vano limpia mis venas, los gatos, perros, los pajarracos que me chiflan cuando paso por sus propiedades, el sonido de un riachuelo que me calma, cocinar mis sueños y algún buen guiso, el café negro en tazas verdes como la esperanza que no puede faltar y escribir, mi pasión, amo escribir, amo pasar horas y horas frente a una sencilla computadora, a veces escribo poesías, de repente siento la cabeza que me va estallar de tantas ideas y debo plasmarla sin embargo pierdo todo, no soy desordenado sino demasiado ordenado y en esa dicotomía, de tener algo bien guardado pasa a una dimensión desconocida y no encuentro el cuaderno de poemas;  lo que me ha hecho tan feliz es encontrar flores silvestres y sembrarlas, luego empecé a comprar muchísimas plantas y poco a poco tengo un bello jardín, leí hace  ratos un proverbio japonés: “Si quieres ser feliz un día, emborráchate; si quieres ser feliz una semana, cásate; si quieres ser feliz un año, ten un hijo; si quieres ser feliz toda la vida, cultiva un huerto”. La mente quizá es el último cuarto de mi casa que no se oxida, sigo con ideas de creer en un mundo mejor, soy extremadamente realista y por ende, pateo el pesimismo pero no me miento ni  miento a otros; con lo que vivimos en El Pinochini de América todos mis sueños de un país o un mundo mejor no se cumplirán, al contrario, todo se viene abajo, la maldad del hombre salió a relucir como nunca; nada puedo hacer, nada.

Sigo sirviendo a ese paciente invisible, cada vez más invisible, ¿Por qué se han vuelto tan invisibles?: Se están yendo al norte, nadie quiere seguir en esta tierra roja, y no los critico, al contrario, animo al joven que viene a consultarme, que quiere un consejo y luego me escribe que está feliz en la tierra de Cochise. Mis amigos, más cercanos que antes, ese tesoro de tener grandes amigos me hace feliz, inmensamente feliz, no nos vemos a cada momento, basta conversar por teléfono pero lo que amo es esa ayuda sin siquiera pestañear por servir al paciente de mi montaña, esa dicha es infinita.

Tengo un proyecto para este año, montar una pequeña cliniquita para esterilizar perrunas y gatunas pues la sobrepoblación en la zona alta es inmensa con el agravante que los propietarios dejan morir a las perritas y gatitas solo por ser féminas, así que deseo aprender muchísimo sobre veterinaria, ya soy reconocido por “costurar” perrunos, marranos y medicarlos y he salvado a varios bandidos; quizá antes de morir pueda comprar una tarea de tierra para hacer un refugio, sería para mí un santuario, donde santos perrunos y gatunos vivan a sus anchas, como yo, vivo.

Mientras eso llega, le disparo un balazo a un corcho de una botella de vino y entramos en calor, la música no puede faltar, quizá deje a un lado a Led Zepellin y me decante por el tango ¡Qué belleza de vida transformada en música! Siento melancolía por todos aquellas personas mayores que se  irán de mi vida, eso me entristece y sé que después debo sacar mi visa al infierno, en el cielo vivo, en este cielo rojo; no, quiero irme de farra al chimbolero, ahí no se debe llevar nada, conozco a las diablas más diablas que esperan por mí; ríos de cerveza regia, vino y güisqui que solo bastará poner el pichel para seguir jodiendo; si he jodido en esta vida ¿Por qué debo esperar la muerte para tener una conversión? ¡Nunca! Al contrario, a seguir jodiendo más y luego, después de ese infierno azul, debo morir y seguir mis peregrinajes, no es El Caminito de Santiago de Compostela, es la vereda de los locos y soñadores que debo andar.

Cuando era joven y visitaba el Colegio Médico con mi hermano Salvador Salazar, platicábamos sobre nuestro futuro, era ese terreno con esa edificación que tiene tal institución lo que sería nuestra casa; han pasado 42 años y lo único que tengo de ese sueño es una mesa de billar; claro, en una decisión de vida o muerte decidí sacar la mesa de billar a la terraza, me dije: “Debes jugar billar, debes estrenar tu mesa, luego puedes morir en paz”.

Puedo morir en paz. Recientemente jugaba billar con Jorge, mi alter ego, hermano gemelo  o mi otro nombre y escuchábamos tangos, tomábamos cerveza; ese el nivel más alto de espiritualidad que he encontrado, oír a Gardel cantar mientras las pelotas chocan unas contra otras, algunas se enojan, otras se abrazan y tomar cerveza mientras el frio calienta mi alma; nunca había experimentado esos placeres juntos, son cosas sencillas pero todas juntas, es una sinfonía de ruidos, de felicidad. “Cuando se acaba la partida, el Rey y el Peón van a la misma caja”.

*Médico salvadoreño

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