Por: Francisco Parada Walsh*
Esta foto fue tomada un viernes 17 de Noviembre de 1989. Ese día abandoné el hospital nacional Santa Teresa de la ciudad de Zacatecoluca; era mi última semana en la rotación de Medicina Interna, llevaba la mejor nota no por inteligente sino por estudiar con tesón, por tener callos en los codos. Esa semana fue la peor semana que haya vivido; ese fatídico 11 de Noviembre empezó la “Ofensiva Final”, siempre estoy donde debo o no debo estar y ese sábado tenía turno, era un día normal, se rumoraba que habría una ofensiva, nada nuevo en este país herido a más no poder; esa masacre empezó el sábado por la noche, el día siguiente la emergencia era una locura, y ya la morgue empezaba a albergar a algunos hermanos; no había energía eléctrica, no hubo comida, apenas comimos un plátano crudo; el lunes todo fue diferente, la violencia de una guerra es intolerable, inentendible, sangrienta y el miedo se fue apoderándonos de todos los médicos internos y los médicos residentes; decidimos estar juntos, el hospital no era hospital, era un campo de batalla, hubo un momento en que todos los que quedamos prisioneros de esa locura nos abrazamos, nos dimos la mano, nos despedimos; pensábamos que no saldríamos vivos de ese manicomio.
Un gran error de la Fuerza Armada fue tener una radio en la azotea del hospital custodiada por seis soldados; pude platicar con ellos en vida, ese era el objetivo de la guerrilla, destruir esa radio costara lo que costara y lo lograron; de esa azotea volaron ángeles a caer destripados a la tierra, hilos de sangre azul y blanco corrían por sus labios; agonizaban, los guerrilleros pasaban a la par de ellos, ni siquiera tenían interés en las armas; por caridad humana los subíamos a un destartalado canapé a que la Santa Muerte se los llevara, me entristezco cuando recuerdo esa tragedia vivida por el pobre, siempre el pobre sale jodido; escribo este artículo no como un homenaje a nadie más que a la muerte y al dolor, cientos de miles de jóvenes no tienen ni idea de que esto sucedió, en ese momento existía aparentemente una lucha por un país justo, equitativo, solidario y bla, bla, bla; ahora les pregunto ¿Quién peleará contra una Fuerza Armada si el enemigo es un pueblo entero?: Cada quien debe responderse, esa foto donde aparezco junto a mi sobrina no tiene nada de interesante, esa risa no es risa, es el llanto escondido después de ver una morgue atiborrada de hermanos salvadoreños: Soldados, guerrilleros y civiles ¿Qué se ganó con esa masacre? ¡Nada! Ese día viernes decidí hablar con el jefe del servicio de Medicina Interna Dr. Guillermo “El Negro” Rivas, le hice ver que me retiraba, que no soportaba esa locura y me dijo que al único que le daría nota para el examen privado de Medicina Interna sería a mi persona y que a los otros compañeros por haber llegado cuando yo me marchaba les daría también y que solo sí pasaba el examen, nota arriba de cinco aprobaría la materia, sino me aplazaba; en ese diálogo le hice ver que la rotación de Medicina Interna la podía cursar las veces que fuese necesario pero que mis padres habían perdido a dos hijos y que mi deber era estar con ellos.
Hablé con mi padre, le dije que si no llegaba en una hora y media es que nos habían ametrallado en el camino; ya empezaban a circular algunos buses; fui a dejar a mi hermano Dr. Vicente Villalta a su casa en la colonia Miramonte y llegué a abrazar a mis padres, esa foto muestra mi rostro flaco por el hambre aguantada, el dolor vivido, la sangre derramada. Se me llenan los ojos de agua azul y blanco cuando recuerdo esa tragedia que no sirvió de nada, de nada; los altos mandos del Ejército y de la guerrilla se lucró con ese dolor.
Escribo estas líneas para aquel joven que no conoce nuestra historia, que hace treinta años nos matábamos con todo el odio del mundo y que, si quiera por cultura se debe revisar esa página negra de nuestra historia. Nuevamente estamos ante una polarización social como nunca, en nombre de “Los mismos de siempre” vamos a un despeñadero, cuando esto suceda quizá esté muerto físicamente, pero el joven de veinte a treinta años estará muerto de hambre, de pobreza, de confusión, de miseria.
No me gusta ser profeta del mal pero si no se ha entendido que el país está quebrado y que lo que viene es el tiro de gracia solo confirma la indolencia y la cobardía de una sociedad que no es sociedad, siquiera ser rebelde por un segundo, dejar el táctil a un lado y preguntarle a sus padres si lo que está escrito es verdad o mentira; ellos sí vivieron la guerra y dudo que deseen ver a sus hijos disparando a un hermano; ni modo, poco se puede hacer, muy poco; merecemos todo lo que sucede y esa foto debe volver a su tumba, no es alegre lo que ese día pasó en mi vida, no, fue una tragedia en un país trágico como él solo.
Ya no creo en santos ni en Dios, mataron a monseñor Romero y ni su muerte sirvió de algo; si dios existiera, no viviéramos este infierno porque entiendo que dios es un dios de amor y no de muerte, de odio, de confrontación. Ojalá, antes de que empiece el pueblo a entender lo que pasa, sea nuestro presidente, hombre visionario y con el don de lenguas a que hable con dios como lo hizo en la Asamblea Legislativa y que dios, siquiera por un momento se apiade de El Salvador, altivo nombre para un país que no es país, una sociedad que no es sociedad, un rebaño que sí es rebaño.
*Médico salvadoreño