La popularidad y la credibilidad son cosas diferentes. La popularidad hace referencia a la fama y aceptación de una persona; no equivale a ser bueno, probo y honesto. Por contrapartida, hay personas e instituciones que tienen credibilidad, aunque no gocen de altos índices de popularidad. En los tiempos que corren, lo importante es la popularidad, ser aclamado y reconocido sin que se mida el alcance real de las acciones. Y los políticos y gobernantes frecuentemente caen en esa trampa: buscan la popularidad y acumulan seguidores y fans virtuales, dejando de lado la tarea de transformar la realidad en beneficio de las mayorías. Por eso, hoy en día, la credibilidad en los dirigentes es un bien escaso, ausente, imponiéndose la popularidad como elemento de referencia. Sin embargo, decir y hacer solo en función de alcanzar popularidad o fortalecerla se paga con el atraso y la corrupción de los pueblos. No hay peor gobernante que el que no quiere gastar su capital político haciendo cosas buenas y de impacto perdurable, aunque impopulares.
A lo largo de los más de dos años que lleva Bukele en el Ejecutivo, el factor más subrayado por él, por los suyos y por la opinión pública en general es su elevada popularidad. A pesar del paso del tiempo, el mandatario sigue manteniendo altos niveles de respaldo social, pero el apoyo no es tanto a su Gobierno, sino a su persona. En la lógica del mandatario, el único criterio para gobernar es el respaldo popular. Todo lo que él hace, afirma, obedece a que el pueblo lo ha avalado con su voto. Que la deuda haya llegado a niveles extremos, que el costo de la vida suba cada día, que se haya desmontado la poca institucionalidad democrática, que se desprecie a las víctimas y a las organizaciones feministas, que se busque imponer el bitcóin y que se camine a pasos agigantados hacia una dictadura son hechos menores ante el imperativo de mantener la popularidad presidencial.
Nayib Bukele tiene gran aceptación, hace que los funcionarios de todos los poderes le rindan pleitesía y logra que gran parte de la ciudadanía no lo contradiga, pero no tendrá credibilidad mientras haga lo mismo que critica. Despidió humillantemente a empleados y funcionarios de otros Gobiernos por nepotismo, pero tiene a toda su familia en el Gobierno; es el más crítico de la corrupción, pero hace oídos sordos a la Lista Engel, a la Cicies y a revelaciones periodísticas; habla de la transparencia, pero oculta toda información que tenga que ver con el uso de los recursos públicos; proclama una verdadera democracia, pero ha anulado todos los poderes del Estado para decidir solo él y sus hermanos. Mientras exista esta profunda incoherencia entre lo que dice y lo que hace, el presidente será popular, pero no creíble.
EDITORIAL UCA.