Más inteligentes, cuando aportamos esfuerzo y paciencia

Eespecto a la inteligencia y su desarrollo existen diversos mitos: que si es bueno jugar ajedrez desde niño, escuchar música durante el periodo de embarazo, leer libros extensos, asistir a exposiciones artísticas. Sin embargo, no existe evidencia positiva de que estas actividades realmente nos hagan más inteligentes por sí mismas.

Estudios recientes desenmascaran concepciones erróneas que generalmente se tienen en torno a algunas actividades intelectuales, a las que algunas personas le atribuyen un incremento del coeficiente intelectual.

Es una realidad que ejercitar ciertas habilidades hace que los sujetos puedan dominarlas con más facilidad en el tiempo. Sin embargo, es poco probable que –a juicio de los científicos– jugar ajedrez sea una actividad que, por sí misma, haga más inteligentes a las personas.

En la cultura popular generalmente se asocian con el talento actividades elevadas en el desarrollo cognitivo de las personas; por ejemplo, existe la creencia de que escuchar música clásica durante el embarazo hace que los niños sean más inteligentes al nacer. Esto no quiere decir que sea cierto.

Otro aspecto importante y a tener en cuenta es el factor ambiental en el que se desarrollan las personas, el cual puede promover que ciertas habilidades se faciliten más que otras y esas otras queden entonces rezagadas porque se asume la idea de que no se necesitan o simplemente se obvian y no se usan.

De esta manera se fundamenta que no existe un solo tipo de inteligencia, sino que hay varias. El psicólogo estadounidense Howard Gardner, de la Universidad de Harvard, habla sobre esta teoría en la década de los años 80 en su obra Estructura de la mente: la teoría de las inteligencias múltiples, en la que destaca ocho tipos diferentes de talentos en el desarrollo humano: inteligencia lingüística, lógico-matemática, espacial, musical, corporal y cinestésica, intrapersonal, interpersonal, naturalista.

Además, se especifica en las investigaciones que el hecho de leer libros largos o extensos no necesariamente eleva el coeficiente intelectual de las personas. Puede ser, incluso, que alguien termine un tomo completo y no haya entendido nada de él.

Actualmente los asuntos referentes a la inteligencia –en amplios debates– se presentan como de difícil medición y se conoce poco de sus orígenes.

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