Todo sucedió en un lujoso centro comercial. De esos visitados por esos burgueses pobretones, esos engañados que están de moda. De repente entra una elegante mujer, sus finas facciones despiertan las miradas de los comensales.
Por: Francisco Parada Walsh*
Sin mencionar el escultural cuerpazo, unas nalgotas redondas como sandías del bajo Lempa y unas tetotas propias de una novela mejicana; llega, saluda de beso a un apuesto hombre que recién se había bajado de un lujoso carro con placas D.L.R. (Devuelvan Lo Robado).
Es la bella quien llama a la mesera y ordena un té, mientras le sirven la bebida entra al finísimo restaurante un hombre que luce un destartalado sombrero que no permite ver su rostro; es el guapo hombre quien al verle entrar le dice: “Sr. Juez, aquí estamos”, el misterioso hombre se dirige hacia la mesa y después de darle un cariñoso y fraterno beso a la exuberante mujer, le da un fuerte apretón de manos al musculado hombre.
Todos tienen cara de extrañeza, a pesar de ser conocidos se nota la incredulidad en sus rostros, en sus lindos y nuevos rostros. Intento escuchar la conversación, a pesar de que todos hablan suavemente, logro escuchar al hombre el cual un sombrero le cubre el rostro y le dice a la guapa mujer: ¡Vaya, vaya, frente a mí la siguanaba, la dueña de ríos, de pasiones locas y de arrebatados hombres! Pero por Dios, mujer ¿Qué te hiciste?: La mujer, entre apenada y altanera le dice que, con la tecnología actual se redujo el busto, le menciona que quizá perdió de cada mama unos diez kilogramos y que, aprovechando el verano, a la vez le corrigieron la deformación en sus pies; es el hombre fortachón quien, con una voz chillona afirma que se ve lindísima y que, él, a pesar de sus tradiciones ancestrales prefirió darle un cambio total a su apariencia física; es la mujer, quien mientras da un sorbo al té de nacaspilo le pregunta que si acaso habían visitado al mismo cirujano plástico, el hombre, algo apenado acepta que fue al mismo lugar que ella, a una exclusiva clínica en la zona de la colonia San Benito, o algo parecido a la colonia La Mascota.
Es la mujer quien le dice: Pero Cipitío, eres otro, dime ¿Qué te hicieron?: El galante hombre, no puede ocultar el deseo de contar cómo sucedió su transformación, voltea a ver que nadie lo escuche, intento disimular leyendo un pasquín, algo llamado periódico El Salvador de Qué; cuenta que en tiempos de la guerra fue víctima de una mina colocada por la guerrilla y perdió el pie izquierdo y que una vez recuperado se fue ilegalmente a Minnesota pero al fallecer la madre Cipitía tuvo que regresar y seguir asustando a los desprevenidos trasnochadores y que aprovechando la impresión que causaba y ante la pobreza que vivía no desperdiciaba oportunidad para bolsear al aterrorizado hombre y comenta que una tarde de Agosto conoció a un alto funcionario del gobierno, esos burguesitos de mentiritas, que se desinflan cual globo y quien le aconsejó una clínica de cirugía plástica y un hospital cuya especialidad es la reducción del estómago, parece que se llama “Bariatric Center”, propiedad de un funcionario que no funciona pues siendo la máxima autoridad en la salud, no tiene los permisos correspondientes para que ese lugar funcione; este hombre le hizo ver que ya dejara de andar asustando, que bastaba la entrada del bitcoin y las desapariciones para que el pueblo viva asustado.
Dice que ante semejante sirimba cual pelota el doctor le recomendó una liposucción, colocarle implantes en las pantorrillas y en las nalgas y unas aplicaciones de botox; el hombre del sombrero solo los observa, no comenta nada.
Es la bella mujer que se remonta a la guerra civil contando que ella ya no podía bañarse tranquilamente en los ríos y que debía siempre estar alerta pues entre guerrilleros y soldados del alma corría grave peligro de ser violada, aunque en un tono suave y con una sonrisa pícara dice que, al final, un batallón apenas la hacía feliz; El hombre con sombrero, calla; es la elegante dama quien le dice: Pero Señor Justo Juez, ¿Por qué no deja ver su rostro? El hombre entre apenado y molesto le dice que de nada sirve, y que de justo no tiene nada pues ha sufrido ataques verbales y escritos de una pacotilla de mal vivientes y que su apariencia física no le envidia nada a todo el gabinete ¡No tienen rostro y menos, cerebro! Todos ríen a batiente carcajada.
Es el Cipitío quien pide la cuenta, todos aprovechan para intercambiar sus celulares y más; al salir del restaurante tienen frente a ellos al lujoso carro y un chofer que le abre las puertas al fornido hombre; es el “Justo Juez” quien le dice: ¡Qué carro más precioso tienes! ¡Como que te está yendo bien en la vida mí querido Cipitío! Es el Cipitío quien dice, ¡Pero Señor Juez, si esta es la carreta chillona! que igual, no quiso quedarse en el pasado y ante el despilfarro de dinero que se vive, no dudó en mandar al carajo las tradiciones y convertirse en un carro lujoso y deportivo.
Todos se conocen, nadie es desconocido y es la siguanaba, que vuelve a ser la horrible y temible mujer del río que les dice: “Entre gitanos, no nos leemos la mano”. Todos somos ¡Fantasmas en el tiempo!
*Médico salvadoreño