La política salvadoreña está plagada de frases vacías. Se utilizan ciertas palabras para nombrar realidades contrarias a lo que aquellas significan. Los ejemplos son muchos. Se habla de seguridad jurídica y ciudadana cuando es la inseguridad y el riesgo lo que reina. Especialmente en las altas esferas del sistema y según sean los casos, se habla de justicia para referirse a procesos de impunidad o de venganza política. La democracia equivale al autoritarismo del más votado y al uso arbitrario de los bienes comunes. La transparencia administrativa busca la reserva y ocultación de datos estatales. La moralidad notoria, una de las la frases que más se repite en la Constitución para definir los puestos públicos, no tiene nada que ver con la moral ni con la ética. Mentir y manipular es costumbre inveterada.
Desde el fin de la guerra y hasta la fecha, cada vez que han dado su voto a un partido político, los salvadoreños han terminado encontrándose con más de lo mismo. Las aparentes buenas intenciones de los líderes políticos desembocan las más de las veces en negociaciones amistosas con la parte más dócil del capital y en el enriquecimiento de los funcionarios, que salen del Estado mejor de como entraron, más allá de lo que diga la Corte de Cuentas. La pobreza y la vulnerabilidad de la gran mayoría conviven con la irresponsabilidad social de los millonarios y la indiferencia consumista de los sectores acomodados, políticos incluidos. A los pobres y excluidos solo les queda escuchar la propaganda de lo mucho que el poder, sea estatal o privado, dice hacer, compartir y regalar.
Con todo, no faltan en el país luces de esperanza. Un buen grupo de ciudadanos mantienen su libertad crítica frente al coro de los poderosos y sus aduladores. Muchas personas en las Iglesias trabajan a diario en la solidaridad, la creación de comunidad fraterna y el desarrollo de la conciencia. Asociaciones de jóvenes desean un futuro mejor para todos y se comprometen a objetivos concretos de ayuda a los necesitados. Surgen nuevas organizaciones defensoras de derechos y se crean mesas participativas en las que se analiza la situación del país y se proponen leyes que puedan resolver problemas. El derecho de acceso al agua aglutina muchos esfuerzos, al igual que la lucha contra la minería lo hizo en el pasado. Hay motivo para la esperanza a pesar de los graves retrocesos en el Estado de derecho y la débil o nula moralidad de los altos funcionarios. Las calles y las encuestas empiezan a decir que algo está cambiando.
Ante un régimen que ya no oculta sus afanes antidemocráticos y sectarios, es fundamental establecer vínculos y compromisos de acción conjunta, impulsar un liderazgo solidario, democrático y libre que compita con la mentira, el abuso y la manipulación. Enraizarse en las necesidades de las mayorías pobres y vulnerables, acompañarlas en sus luchas y en sus sueños, aportar conocimiento y técnica a sus esfuerzos, es tarea de todos, pero especialmente de las nuevas generaciones. Es tiempo de juntar fuerzas y esperanzas. Tiempo de no perder el ánimo y de que “el pueblo haga oír su voz”, como decía Ignacio Ellacuría. Tiempo de abrirse al diálogo con todos, buscando construir una sociedad solidaria en la que el verdadero respeto a la dignidad humana dé consistencia a la dinámica social. Hay momentos en la historia en los que toca resistir y no venderse; resistir diciendo la verdad, defendiendo y promoviendo el diálogo, y teniendo como objetivo el desarrollo de las capacidades de todas y todos los salvadoreños. Hoy, El Salvador pide eso.
Editorial UCA.