Por Rodolfo Cardenal.
El gigantismo en nombre de la modernización es característico de los regímenes autoritarios. El deseo de imprimir una nueva realidad en lo existente es irresistible. Destruyen desconsideradamente las estructuras que encuentran y las reemplazan por otras de nuevo cuño. Las nuevas construcciones no modernizan las sociedades, pero satisfacen los delirios de grandeza. Levantan monumentos formidables, la mayoría de veces con poco gusto y muy poca utilidad. Las obras gigantescas o fabulosas ocultan realidades vitales descuidadas o abandonadas a su suerte. Entre más grande el proyecto, más grande el soborno del contratista. La admiración y los aplausos suscitados por la monumentalidad ocultan la corrupción.
El bitcóin ya forma parte de la nueva identidad en la cual el régimen de Bukele está empeñado. Una “pirueta”, dice The Economist, para contentar a dos de sus hermanos, fanáticos de la criptomoneda. Aun así, la reelección es tal vez la invención más extraordinaria de Bukele. Encandilado con tanto ingenio, el oficialismo saluda estos logros como “el camino de las transformaciones”, para “seguir cambiando vidas” y “paso a paso […] construir un mejor futuro”. Así, pues, “la era del futuro y de la nueva historia” ya está aquí. Sin embargo, estas voces, pese a su entusiasmo, no consiguen identificar cuáles son esas transformaciones y cómo han cambiado la vida de las mayorías populares.
Nadie debiera llevarse a engaño sobre las pretensiones del autoritarismo. Bukele ha pedido ayuda a varias de las multinacionales más grandes para construir “un modelo de desarrollo y crecimiento”, “basado en la libertad empresarial e individual”. A cambio, les ofreció “la visión, el capital político y la rapidez para hacerlo”, como en el caso del bitcóin. Irresistible, el gigantismo asoma enseguida: se trata de un modelo “que pueda ser replicado en otras partes del mundo”. La Arena de Cristiani y sus sucesores regresa con la “nueva era de libertad económica”, que Bukele anunció en inglés a las multinacionales. Esa libertad, primero de Arena y después del FMLN, ha llevado al país a la postración actual. La libertad anunciada es solo económica, no es aplicable a la información, a la prensa y a la disidencia. Inevitable recordar el Chile de Pinochet, que heredó una crisis social de grandes proporciones.
Bukele ofrece a las grandes multinacionales globalizadas capitalismo neoliberal salvaje y autoritarismo. No obstante su avidez de riquezas, esas empresas rehuyen la inestabilidad, la inseguridad y la incertidumbre económica y sociopolítica. En las condiciones actuales, las ofertas presidenciales difícilmente las persuadirán para invertir en el país. Si no vienen, poco se pierde, porque no impulsan el desarrollo, sino el aumento de sus ganancias y capitales. La obsoleta tesis del derrame del progreso hace tiempo mostró ser un fraude disfrazado de ciencia económica. El vaso no se derrama nunca. En el mejor de los casos, se escapan algunas gotas por descuido.
La propensión del autoritarismo por el gigantismo es irracional. Levanta pirámides egipcias o zigurats babilónicos en desiertos de hambre, enfermedad y desolación, cuando debiera empeñarse en cambiar las condiciones de vida de las sociedades que gobierna. El ejercicio autoritario del poder enceguece de tal manera que es imposible ver que la salida no está en el gigantismo, sino en la reconfiguración de una estructura social injusta para que las mayorías superen el nivel de sobrevivencia y tengan asegurada la vida. El mismo bitcóin ilustra la importancia de disponer de bases sólidas. La minería de las criptomonedas ha emigrado de China a Estados Unidos, atraída por la solidez de su infraestructura eléctrica.
La tecnología de las multinacionales, por muy avanzada que sea, no contribuirá al bienestar general de la sociedad salvadoreña. Así como tampoco ha contribuido el gran capital local. Aun si Bukele pensara sinceramente que ellas tienen la respuesta para elevar el nivel de vida de la gente, el neoliberalismo salvaje y la represión autoritaria lo impedirían. De lo que no cabe duda es del cambio de las vidas, pero solo de las vidas del círculo del poder autoritario, porque se aprestan a permanecer ahí donde se accede a los privilegios y al enriquecimiento fácil, y las de quienes apenas sobreviven, porque así seguirán, si no empeoran. El argumento más categórico contra “la nueva era” de los Bukele es el voluminoso flujo de emigrantes.
Es irónico que en el bicentenario de la independencia de 1821, los Bukele se empecinen en imponer autoritariamente el capitalismo neoliberal sin los atenuantes acostumbrados. Esa forma de explotación es tan depredadora que solo es viable si va acompañada por la coacción y la represión. El Chile de Pinochet dinamizó la economía, pero sumió a la mayoría de los chilenos en la miseria y contuvo la protesta con la represión sistemática. Hace dos siglos, Centroamérica se libró de una monarquía absoluta “ilustrada”. Dos siglos después, los Bukele, con la guía de asesores venezolanos, retoman el proyecto absolutista, muy poco ilustrado, y colocan a El Salvador “en el mapa”.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.