Por Tatiana Coll*
En los tiempos que corren, la guerra fría ha sido remplazada por una eficiente guerra mediático-cultural, en la cual los neofascistas neoliberales tergiversan los términos ideológicos políticos y presentan la realidad distorsionada y falseada. La avanzada de esta cauda de mediadores en México no tuvo empacho en asociarse con el Vox franquista y está siempre presta a enfilar baterías contra Cuba. Ahora vocifera contra la presencia de Díaz-Canel, presidente de Cuba. El remedio más eficiente contra esta andanada es la memoria histórica, que eslabona 500 años de relaciones.
Las relaciones entre Cuba y México, en una perspectiva histórica, representan no sólo la intensidad construida en todos los terrenos, incluyendo, por supuesto, la más conocida de la inagotable creatividad musical y cultural, sino la complejidad de los jaloneos de la historia accidentada de nuestro continente. El primer contacto, antes incluso de que ambos territorios tuviesen nombre propio: la llegada de los conquistadores españoles y los procesos coloniales impuestos. En México la evangelización y la encomienda minera, en Cuba los esclavos y la plantación azucarera. Los barcos, desde aquella época, fluían de Veracruz hacia La Habana y de allí en flotas a España. Por cierto, de allá llegó el misterioso chile habanero que no crecía en la isla.
A la hora de las independencias, ya la lista de flujos, exilios y apoyos mutuos era larga. A Cuba, atenazada militarmente por España, llegaron los vientos libertarios de Hidalgo y Morelos, Bolívar y San Martín, en la memoria de todos hasta hoy día. A México llegó la tempestad antillana de la rebelión esclava de Toussaint y Dessalines, la primera de todas. México, atrapado en las luchas internas, enfrentó la imposición de un monarca y la cruenta guerra que acarreó. Benito Juárez, en 1853, parte a su exilio cubano. Todo tabaquero sabe que Juárez, como es tradición y para sobrevivir, trabajó de lector mientras ellos torcían el tabaco; otros dicen que allí aprendió también a torcer las hojas, con lo que trabajó en Nueva Orleans. Todo cubano conoce la frase emblemática de que la única paz se logra con la no intervención.
“México es tierra que todos los cubanos debemos amar como la nuestra; en ella siempre encontró corazón abierto el expatriado triste”, anotó el exiliado José Martí durante su primera estancia en México (1875-77). Llegó a Veracruz desde el presidio español. Lo esperaba su familia amparada por el que sería su mejor amigo: Manuel Mercado, a quien envió su visionaria carta-testamento días antes de morir. Amigo de Guillermo Prieto, Lerdo de Tejada, Justo Sierra, Matías Romero y tantos otros, aprendió en México a distinguir las complejas contradicciones entre acaudalados terratenientes conservadores y las fuerzas liberales, y entre los propios liberales. Con ello se abrió paso en el escenario americano, embravecido por guerras y definiciones nacionales, incluso en Estados Unidos, apenas emergiendo de la Guerra de Secesión. Entendió el mayor peligro que se cernía sobre las nacientes repúblicas frente al norte poderoso y sombrío. Analizó el primer tratado de libre comercio emprendido por Díaz con Norteamérica y apuntó que “el país que compra, manda”, mirando al futuro. A pesar de eso, pidió en 1894, una entrevista con el viejo dictador. Buscaba la unidad nuestroamericana, la prudencia, pues “quien dude de que nuestras tierras americanas, para redimirse, para trabajar sus minas, para mejorar sus ciencias, para crear su arte, para crecer de sus mismos infortunios, para mantener la más difícil diplomacia, mire a México” y encuentre fortalecimiento frente al enemigo que desplegaba ya sus avasalladoras capacidades financieras.
El antimperialismo martiano encontró fértil enriquecimiento en la Revolución Mexicana, cuyos aires épicos se desparramaron por nuestra América. Los nacionalismos populares y soberanos cimbraron historias en todo el continente y Cuba no fue la excepción. La revolución del 30 en Cuba llevó de ida y vuelta a cantidad de personajes históricos: Raúl Roa, Carlos Rafael Rodríguez y el primero de todos: Julio Antonio Mella, asesinado por esbirros machadistas en las calles de la Ciudad de México. Batista arrojó a Fidel y Raúl Castro, Almeida y tantos otros, como el Che.
Lázaro Cárdenas y Gilberto Bosques son dos mexicanos que sintetizan lo difícil de los embates de la guerra fría entre tres países fronterizos: México nacionalista, Cuba revolucionaria y Estados Unidos, potencia intervencionista; 26 de julio de 1953, asalto al cuartel Moncada contra Batista; día en que Bosques recibió en Estocolmo su nombramiento de embajador de México en Cuba. Permaneció 11 años; bajo el batistato ayudó a salvar a muchos; rescató secuestrados, como lo hizo en Francia; con la revolución triunfante y enfrentando las constantes intervenciones de 1960, 61, la crisis de los cohetes en 62; la expulsión de la OEA; buscó siempre la mediación diplomática en defensa de Cuba. Cárdenas en 1961 frente a la invasión llamó a la movilización por Cuba. Ni en la etapa más cruenta e irracional de la guerra fría, México le dio la espalda a Cuba. Durante estos 60 años nuestros pueblos han mantenido relaciones de hermandad, respeto y cooperación.
*Investigadora de la UPN. Autora de El Inee.
Fuente: La Jornada.