La protesta de miles de personas esta semana y la respuesta del presidente milenial abren una etapa de división en el país centroamericano.
A pesar del lumbago que le aquejaba desde hace días, Felipe Maqueda renunció a su día de descanso y se levantó el miércoles de la cama, se vistió, tomó una cartulina y, junto a sus dos hijos, se subió a uno de los pocos autobuses que salían hacia el parque Cuscatlán de San Salvador. Al llegar allí a las 9 de la mañana, el albañil de 67 años que en su juventud militó en la izquierda se sorprendió ante la cantidad de gente reunida. Serpenteó entonces entre la multitud y cuando encontró un trozo de asfalto vacío, tomó la cartulina que traía bajo el brazo y se arrodilló para escribir en ella solo una frase: “El Salvador no es tu finca”. Cuando se levantó, otro achaque le recordó por qué se resistía a venir.
La primera protesta contra el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, había sido meses atrás y tan solo reunió a un puñado de personas. La segunda, unos días después, no llegó a mil manifestantes. Pero este miércoles entre 10.000 y 15.000 personas caminaron hacia el centro de San Salvador al ritmo de cánticos, músicas y las viejas consignas de siempre: del “Bukele fascista”, “abajo la dictadura” o “¿Cuál es la ruta? sacar al hijueputa”.
Los gritos, las pancartas y los cánticos criticaban la acumulación de poderes, el control de los jueces, la reelección presidencial y la imposición del bitcoin como moneda de curso legal. Precisamente hacia la criptomoneda fue dirigido el único arrebato vandálico cuando alguien quemó el cajero de bitocoin del centro de San Salvador. Un símbolo del bukelismo que quedaba consumido por las llamas.
La masiva manifestación fue el fin a la luna de miel en la que hasta ahora había vivido el pequeño país centroamericano, de poco más de seis millones de personas, con su presidente. Convocada a través de las redes sociales por colectivos tan diversos como estudiantes, grupos LGTBI, sindicalistas, grupos antiaborto o miembros de los dos viejos partidos ARENA y FMLN, después de dos años y tres meses de su victoria electoral, el presidente Nayib Bukele perdía en lugares en los que hasta ahora había sido imbatible: la calle y las redes. Por primera vez miles de personas no se reunían para aplaudirle.
Horas después, Bukele respondió en cadena nacional con un duro ataque contra quienes marcharon. En su intervención frente a todo el país, describió la protesta como un “suceso” violento, con gente armada y financiada desde el exterior. Según el mandatario, todos ellos “salieron a protestar contra una dictadura que no existe” y celebró que “aún” no ha tenido que utilizar gases lacrimógenos para reprimir, pero que de seguir así tendrá que hacerlo.
El expublicista y antiguo representante de Yamaha no escatimó en escenografía. Se rodeó de militares y situó frente a él a muchos embajadores. “Vamos a ser aliados, pero no admito injerencia alguna (…) y a los que no les guste tendrán que aguantarse”, les dijo, como si se tratara de un maestro regañando a los alumnos. Aunque no citó expresamente a Estados Unidos, Bukele respondió a la encargada de negocios, Jean Mane, quien días antes había comparado a Bukele con Hugo Chávez cuando se supo que un tercio de los jueces del país iban a ser expulsados “por corruptos”. “Nos condenan por depurar el sistema judicial. ¿Acaso han hecho algún bien los jueces corruptos al país?”, se justificó Bukele con la banda presidencial cruzándole el pecho.
A lo largo de la noche fue su única referencia al golpe judicial que comenzó en mayo cuando ordenó disolver la sala constitucional y reemplazar a los magistrados por otros afines. A los que no estaban de acuerdo les envió la policía a la puerta de su casa. Al mismo tiempo expulsó al Fiscal general, con cargo en vigor, y recientemente cesó a todos los jueces de más 60 años. Paralelamente impuso el bitcoin como moneda de curso legal junto con el dólar y anunció la contratación de 20.000 nuevos soldados, el doble del tamaño que tiene ahora el ejército salvadoreño. Y todo en cuatro meses. Según José Manuel Vivanco, director de la organización Human Rights Watch, “Bukele sigue el mismo libreto que el expresidente de Venezuela Hugo Chávez, pero en un tiempo récord”.
Precisamente en las primeras filas del Palacio presidencial, escuchando sus palabras el pasado miércoles, había alguien que conocía muy bien a Hugo Chávez. Junto a militares, ministros o diplomáticos, estaba Hanna Georges, cerebro del grupo de consultores venezolanos que lo asesoran y que han hecho de El Salvador su nueva casa. La misteriosa asesora venezolana trabajó anteriormente como asistente con el líder opositor Leopoldo López y su esposa, Lilian Tintori y actualmente está al frente de un grupo más amplio de asesores vinculados a Voluntad Popular en la estrategia comunicativa del gobierno.
Sin embargo, en el anillo de poder que le habla al oído a Nayib Bukele destacan sus hermanos Karim, Ibrajim y Yusef Bukele Ortez, tres de los diez hijos del emigrante palestino Armando Bukele Kattán. Ellos han participado activamente en la llegada del bitcoin a El Salvador y son las personas que más influyen en el joven mandatario.
La tercera pata del poder de Bukele reside en los militares, a quienes mima con esmero desde su llegada al poder y cuyo tamaño quiere doblar en los próximos meses, a pesar del escuálido estado de las arcas públicas. Entre los empresarios, Bukele trata de formar un conglomerado que reemplace a los apellidos tradicionales como Simán por otros, entre los que destaca Roberto Kriete, accionista de las compañías aéreas Avianca y Volaris. Con estos mimbres Bukele insistió durante la celebración de los 200 años de Independencia que algo nuevo ha llegado con él para poner fin a la podredumbre el pasado. Y razón no le falta.
Nacido hace 40 años en San Salvador, el presidente milenial es la consecuencia de un sistema corrupto que encontró en el publicista a su redentor. Los dos últimos presidentes, Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerén, del partido de izquierda FMLN, están exiliados. El anterior a ellos, de la derecha Arena, Antonio Saca, está encarcelado. Y el anterior al anterior, Francisco Flores, murió entre rejas acusado de corrupción. Paralelamente, los estudios del Latinobarómetro llevan años señalando que El Salvador es el país latinoamericano donde menos importancia tienen la democracia, los partidos o el sistema judicial. Solo el 28% de la población prefiere “la democracia a cualquier otra forma de gobierno” y para el 54% “en algunas circunstancias” una dictadura es mejor opción que la democracia, según el estudio de 2018.
Sobre esta ciénaga, Bukele ha levantado en tiempo récord un modelo conservador y autoritario en lo político y efectivo en lo público, que incluye grandes obras públicas, un buen manejo de la pandemia (más del 50% de la población ha recibido ya las dos vacunas) y enormes éxitos en seguridad que han reducido a niveles inimaginables la violencia, incluso con días en los que hubo cero homicidios en uno de los países más sangrientos del continente. En la actualidad, impulsa una reforma constitucional que deja en el aire la reelección —prohibida en la constitución actual— pero descarta el aborto, la eutanasia o el matrimonio homosexual “porque nuestra fe en Dios es la que guía nuestras acciones”, escribió en redes sociales. Fue su guiño personal en una de las sociedades más conservadoras del continente en su intento por sumar voluntades favorables para reformar la constitución
Al final de la semana, la virulencia de sus palabras, la distorsión de lo sucedido en las calles, la demonización de la oposición y la creación de un nuevo enemigo —Estados Unidos y la perversa comunidad internacional— dejan en el aire la sensación de que una nueva etapa está comenzando en El Salvador. Otra más tensa y polarizada que inicia 30 años después del fin de la guerra civil. Otra etapa que al albañil Felipe Maqueda le duele más que el lumbago.
Fuente: El País, España.