La Máquina del Tiempo

¿Cómo quisiera que existiese una máquina del tiempo? Si, para viajar a donde hubo amor y paz.

Por: Francisco Parada Walsh*

No quiero que sea una máquina de guerra sino una máquina de paz, que mientras cierre los ojos pueda volar a mi pasado amado, a lugares soñados donde el maíz crece y no la marihuana; que los médicos, profesores, abogados y todas las profesiones sean respetados y no vilipendiados; un lugar donde el ejército sirva a su gente, si, ese soldado pobre ayudando al pobre a bajar la carga, a aliviar el peso del hambre; viajar a un pasado donde mi vecino sea mi amigo y no mi enemigo; volar por parajes y montañas y postrarme en una rama y junto al Torogoz cantar: “Saludemos la Patria orgullosos de hijos suyos podernos llamar”, si, somos hijos no sé si legítimos o naturales de esa patria a la que amamos y no odiamos; quiero ser una bandera azul y blanco, no importa cuánto dolor cargue en su seno pero es mi bandera, es mi tierra, es mi gente y que nunca se derrame una gota de sangre, nunca y poder caminar libre como el viento, como la brisa por donde me apunte la nariz y saludar a cada hermano con cariño, con respeto, con amor y nunca creer que un fusil importa más que un libro; sueño con perderme en esas estrechas calles y pasajes del centro de San Salvador donde todos somos uno, donde uno somos todo y si aquel no tiene esto, lo tiene el otro y así, poco a poco crecer en solidaridad.

Deseo estar en la azotea de la torre más alta del país, creo que se llamaba “Democracia”, hoy parece que se llama “Aprendiz de Dictadura” y columpiarme desde esa altura y volar por toda la capital, mecerme como un niño en un columpio gigante donde todo lo que pueda ver sea solo a un Dios que cobije a buenos, malos y peores;  ver desde lejos esa unión eterna entre cada uno de nosotros y esa libertad que cual droga prohibida nos la venden, a veces nos la quitan pero nunca tenemos libertad;  viajar a esos departamentos con nombres épicos, ir a La Unión a volarle el tapón a un delicioso coctel de valores y claro, no me puede faltar el vino que en vano limpia mis venas; ir a La Paz y por un momento ¡Vivir en paz! Y venirme despacio por el litoral y tirar anclas en La Libertad, si, que todos mis pecados se zambullan y nunca salgan a flote y curiosear en el muelle de La Libertad, buscar a las jaibas y quizá después de un sopón mis ojos sean grandotes y poder ver la pobreza y el hambre donde siempre ha estado, en ese salvadoreño que limpia el pescado, que día a día hace patria y ¡Honradamente! Rifarme un duelo con el pez espada y quien gane clavar el espetón en el trasero de los corruptos; quizá solo frente a la hielera con camarones pueda pedir al dios Zeus que los camarones tengan la caca donde corresponde y no la cabeza llena de caca, como que fuera el gobierno del Pinochini de América.

La Máquina del tiempo deben ser nuestros valores, no necesitamos magias ni hechiceros sino salvadoreños pencones que le hincan el diente a lo que sea, necesitamos hombres y mujeres reales, si, esas vendedoras que en ese delantal saben más economía que el ministro de hacienda, ese hombre que desde las tres de la mañana vende poderosos vasos de leche de cabra para los dubitativos amantes; ese vendedor de chicles que segundo a segundo se revienta el alma para llevar un par de pesos a su prole; quiero viajar en una máquina, sea al pasado o al futuro pero no me gusta este presente, no sé qué tendré enfrente, no lo sé, solo  quisiera que este gobierno fuera un “mal viaje”, un “mal trip” y despertar súbitamente, quizá cansado, quizá confundido pero agradecido que todo fue una mentira, despertar y que empiece a sonar aquella legendaria canción: ¡I want to break free!

*Médico salvadoreño

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