Ante las Naciones Unidas, el ejecutivo salvadoreño realizo recientemente, un extraño, sincrético, seudo vidente y hasta moralista discurso en el que reitero desde su condición de mesías autonombrado, hasta que somos el único país con la venia del señor.
Por: Luis Arnoldo Colato Hernández
En esta subrayó que la crisis que vivimos, ya la había anunciado, para pasar entonces a destacar lo que hace un año hiciera mientras se tomara un selfi: señalar cuan irrelevante es el organismo multilateral. Luego señaló que el camino tomado por El Salvador es inédito, destinado por Dios al éxito, pues es el ejecutivo salvadoreño su intermediario.
Ya está, la mejor retórica pentecostalista.
De acuerdo a ello, el Edén que preside trastocará a la sociedad salvadoreña por voluntad divina, sin transformaciones de fondo, por lo que esencialmente “cambiaremos sin hacer ningún cambio”, es decir, sin desmontar estructuralmente aquellos elementos que son los causales del retraso y la violencia social, la desinstitucionalización y la consecuente inviabilidad estatal.
Es decir; propone el ejecutivo que simplemente aceptemos su propuesta de dejar hacer y dejar pasar, que supone no hacer nada para desmontar el modelo que nos expolia, y sí nos acomodemos a él, abrazando una existencia inexigente en la que el progreso este vedado y solo rumiemos el día a día, sin más hacer que pasar.
Un idílico Edén en el imaginario presidencial.
Paso por alto el ejecutivo salvadoreño uno que otro detalle menor de fundamental relevancia: la utopía a la que hace referencia no solo es inexistente, es inviable incluso en sus condiciones, pues sin realizar las necesarias profundas transformaciones, que suponen desarraigar el modelo neoliberal que agobia al país, recuperar la productividad allanando el camino de la industrialización, impulsar la debida reforma impositiva de carácter progresivo, fomentar una radical reforma educativa que desmonte el modelo bancario y memorista, y promover la debida reforma legislativa que desmonte constitucionalmente la desigualdad y la injusticia estructurales que son ahora fuente de violencia social que expulso a la mitad de nuestra población, negando la más elemental seguridad jurídica a la ciudadanía, es simplemente imposible.
Ello supone asumir y superar finalmente los desafíos estructurales que históricamente promueven la injusticia y la exclusión, provocando la justa redistribución de la riqueza, que ahora solo privilegia al 1% de la población, lo que el ejecutivo simplemente niega.
Proviniendo tal discurso de la cleptocracia más rígida y corrupta del triángulo norte centroamericano, es hasta natural que lo explique como un designio divino, que constituye el baremo que lo legitima, por lo que interpretarla es un ejercicio sinsentido, siendo más provechoso considerar las opciones de corrección que la Constitución nos ofrece en este predicamento.
Es decir, está visto que la oferta de desarrollo presidencial reside en una realidad alternativa divorciada de la objetiva a la que niega; por lo que su deposición es por los riesgos que significa su continuidad, una alternativa aceptable, y sin duda necesaria.
Deberemos decidir en breve, o enfrentar el juicio de la historia, que no será amable con un pueblo que olvido que sucede cuando este olvida.