Amores Perros

 “Interesante lo que he oído sobre el dar de comer a los perros, según los judíos. Estos dicen que Dios pide que se les dé de comer a los animales antes de comer nosotros, en primer lugar. Y en caso que se tenga un animal sacrificado para comer pero que no sea Kosher, que se le dé a los perros. ¿Por qué? Se dice, según la tradición, que las ranas entraron en los hornos de los judíos cuando invadieron, en una de las plagas de Egipto. Para ayudar a cocinar a los hebreos.  Entonces,  ¿Por qué no se le pide que se les dé de comer a las ranas? Según, también una tradición, cuando los hebreos salieron de Egipto salieron de noche y no hubo tan solo un perro que ladrara, para no despertar a los guardias.  Por eso, porque es más difícil mantener la boca callada que sacrificarse en un horno, por eso, hay un mandato en dar de comer aquello que no pueden comer los hebreos. Por no ser Kosher, a los perros, en gratitud por su silencio”.

Por: Francisco Parada Walsh*

Un gran amigo me envió este bello párrafo sobre la gracia de dar de comer a los perros.  Soy agradecido que  en mi vejez pude darme cuenta que la compasión hacia un animal es una bendición; siempre amé a los animales pero en mi trastocada mente nunca pensé en la importancia de ese cariño de ellos hacia mí.

A veces me asusto cuando veo saltar y jugar a catorce gatos pues hay que prodigarles cuidos primorosos  sin embargo cuando entiendo que todos tenemos una misión, sea esta buena o mala, los cuido hasta el infinito. Llegué a mi nuevo hogar, una casa sencilla de adobe y pocas cosas me dieron paz como es poder tener cuantos perros, gatos, pollos, hormigas, gusanos puedan caber. Se oye loco pero si puedo evitar aplastar a un gusano lo hago, y mi deber ante esas almas humanas que por su obediencia o desobediencia se convirtieron en perros es prodigarles amor y comida, y a veces más comida que amor. Ellos saben que es el amor.

No necesito ni mover un dedo para que entiendan quién es el que enseña a amar: ¡Son ellos! Sé que debo cruzar el lago de sangre y en la orilla estará Dios, Jesús, un jefe indio o no sé quién y serán los animales, esos perros que viven en esta tierra los que una vez muertos, darán su veredicto: Si soy digno del cielo o del infierno.

Siempre he creído lo que escribí en un artículo anterior, que no quiero ir al Cielo, todo mundo comprando boletos para el mismo destino, y saben mis perros que colearon al cielo que les apacharé un ojo y cuando el jefe Dios les pregunte si fui malo o bueno que me condenen al último anillo del infierno; no quiero el cielo, aparentemente he vivido en una burbuja de guaro, de placeres y deseo pagar mis castigos, mis errores. Me preocupa más que ir al inframundo saber con quién me toparé en ese re fulgurante infiernillo, me imagino a tantas mujeres pecaminosas, esas bellas que, con divinas caras necesitan el amor como lo helado necesita lo caliente.

Son clientes VIP del inframundo.  Justo en este momento pienso en qué les daré de comer a toda esa pandilla canina pero no me preocupa lo que gastaré en dinero sino en ver esas miradas fieles, miradas de amigos, de amores perros.  Pareciera un tema irrelevante sin embargo cada animal es mi hermano, es mi mundo, es mi propósito. Quizá pediría a los perros que cuando sepan que iré a visitar a una bandida, en vez de guardar silencio como lo hicieron por los egipcios, que se callen el hocico ante el marido cornudo y sin duda alguna, tendrán pan para la eternidad.

Hubiera querido estudiar veterinaria, más el tiempo apremia; solo quiero ser un eslabón en la cadena de amor que tantos animales me han brindado en la vida; sirva cada mirada, cada miagada para entender que todos somos iguales, somos la creación de Dios.

Recientemente una mujer amada me dijo que podría acompañarse conmigo si mando a la chingada a los perros, gatos, pollos, hormigas, gusanos y moscarrones; le dije que prefiero seguir solo, como el llanero solitario y le hice ver que mis perras son más fieles que ella. Y no la culpo. Fin del asunto.

*Médico salvadoreño

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