Todo terminó. Sabía que mi destino era el cielo, a pesar de haber asumido una posición divina como es borrarme de un plumazo de la faz de la tierra; sin embargo, Dios y yo sabemos que morí de amor y mi perdón divino estaba asegurado; si, fui un enamorado empedernido; todos los días tenía un nuevo amor, el lunes me enamoraba del viento sutil y silente que golpeaba mi cara llorosa, el martes caía rendido a los pies de una taza de café negro con azúcar blanca en tazas verdes como la esperanza.
Por: Francisco Parada Walsh*
El miércoles me aceleraba el pulso escuchar un tango, a José Alfredo Jiménez cantar “El Jinete”, “El Rey” y de repente entraba en escena “El Rey verdadero”, ese tal Elvis Presley recitando “Always on my mind”; el jueves sucumbía ante la belleza de una orquídea caprichosa que desde lo alto de un pino, muy perfumada me veía pasar; ya el viernes mi amor era el vino, si, ese vino que en vano limpia mis venas, a entrarle a la sangre de Cristo, sin lástimas, sin miserias, con sed.
El sábado me enamoraba de una libra de chicharrones de Amayo, y quizá el único día que no amaba era el domingo, que ante los pecados cometidos por amar tanto entraba en una profunda reflexión de qué hice bien y qué hice mal.
Llegué al cielo, nada de otro mundo, pensé encontrarme con personas a quienes admiraba, pensé ver a Mandela, a Einstein, a Chaplin pero no; en una oscura habitación pude ver a Maradona aspirando coca, él solo levantó su cara, su mirada perdida y aun, me lanzó un pelotazo que sin dudarlo lo recibí con el pecho, bajé el balón que terminó en una sencilla caja de cartón; seguía caminando, atravesaba largos jardines pero nunca aparecía ese dios severo al que le tenía miedo; mientras pensaba qué le diría, cómo podría argumentar que quitarme la vida fue la mejor decisión, no sabía qué hacer; desde el cielo podía escuchar todos los comentarios de mis conocidos y amigos, algunos decían “Fue un gran amigo”, otros susurraban “Cobarde, cobarde”; no creí ni en unos ni en los otros, sencillamente caminaba, pensaba en ese encuentro con Dios.
De repente sale un hombre ya entrado en años, vestía una túnica rojo sangre y me aborda, detengo la marcha y me dice que Dios me espera, se abren unas bellísimas puertas de finas maderas y puedo ver a un hombre sentado, desayunaba, mientras engullía un trozo de tocino me hizo señas a que lo acompañara, con algo de miedo o quizá mucho miedo me senté, él pareció ni siquiera ponerme atención, de repente siento una voz que retumba en mis oídos y me dice: ¿Cómo has estado amado hijo?, no sabía qué responderle, él, muy sereno se limpió la barbota con una servilleta y tirando los restos de comida a un gato de nombre Nicolás se levanta y me abraza, pensé que Dios era algo etéreo, pero no, fue un abrazo de un padre a un hijo y con voz suave y calma me dice: No te preocupes, no estoy aquí para juzgarte sino para amarte, para cuidarte, para darte vida eterna; no salía de mi asombro; él, claramente me dijo que sabía que había amado todo lo que él creó, que no debía temer, que morí por amor y que quizá lo único malo fue que no encontró mi amor en una mujer, que le parecía raro, que siempre un viejo verde como yo anda tras una joven y que eso le extrañaba; decidí interrumpir a Dios, le hice ver que junto al viento, al café, el tango, las flores, el vino y los chicharrones de Amayo siempre había con quien compartir, siempre había una bella mujer, bellísima que hacía de mi soledad la compañía más hermosa del mundo; no recuerdo su nombre o nombres, nunca fue una, fueron muchas.
Dios, algo sorprendido fija su mirada y me dice: ¡Vaya, vaya, vaya! Y si eras tan feliz ¿Por qué decidiste quitarte la vida? Bueno, le respondí, estaba harto de amar, y quería odiar, odiar todo lo amado y amar todo lo odiado; Dios, algo confundido llama a San Francisco de Asis, y sabedor que ese es mi nombre le pregunta a San Francisco qué puede salvarme del infierno; San Francisco le dice que lo único que puede salvarme fue mi inmenso amor por los animales; Dios, guarda silencio por unos segundos, pareciera que ve tras de mi algo, no entiendo que ve, él, me dice que hay muchos perros, gatos, gallinas que están felices de verme y que más por amar a los animales que amar a mi prójimo tengo ganado el paraíso, aun, no salgo de mis dudas; por lo que pregunto si los mandamientos no tienen valor alguno, él, sutilmente me dice: Imagínate sin mandamientos ¿Qué sería del mundo? A pesar de haber acabado con mi vida, encontré a un dios de amor, no ese dios que me mandaría al infierno por ser yo el que asumí una posición divina, no, al contrario, fue Dios quien me dijo que cuánto hubiera querido tomar esa decisión cuando pasó tres días y tres noches en la cruz de fuego.
De repente fija su mirada en mí, me siento incomodo, él, me abraza suavemente y me dice: ¿Vistes quiénes están aquí?: No son los que fueron buenos sino los que chingaron en la vida, si jodieron mientras vivían, que ya no jodan en la muerte. Acá están todos los ex –presidentes de tu país, y tristemente, aun entre ellos se roban.
*Médico salvadoreño