El 31 octubre comenzó la cumbre del clima más importante de la historia, la COP26. Un nuevo asalto entre el conocimiento científico y el poder económico tendrá lugar en Glasgow hasta el próximo 12 de noviembre. Un combate entre la certeza de la urgencia y la eterna procrastinación del privilegio. Un duelo entre la vida y la muerte. No os quepa duda de que la cosa es así de seria. O el sistema o la vida. Ambas cosas no se podrán sostener a la vez porque se han demostrado incompatibles.
En esta ocasión, además, un nuevo escándalo se ha producido pocos días antes de la cumbre. Se ha descubierto que varios lobbies con intereses en el negocio de los combustibles fósiles han regado de dinero al presidente designado para el evento. Pero antes de relatarlo con más detalle, recordemos algunas frases para la historia que se han dicho, y contextualicemos algunos datos que hemos conocido desde la última cumbre. Ayudarán a entender en qué punto estamos y qué habría que hacer.
Casi dos años han pasado ya desde aquella apresurada e improvisada COP25 que tuvo lugar en Madrid, debido a la revuelta situación que se vivía en Chile, destino original de la misma. En estos dos años hemos escuchado al secretario general de la ONU, António Guterres, advertir de que el último informe del IPCC es un “código rojo para la humanidad”. Gracias a científicos de Scientist Rebellion, en CTXT publicamos en exclusiva una serie de filtraciones del grupo III del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático) de la que hicieron eco medios como The Guardian y otros de más de 30 países. En España solo una cadena de televisión se atrevió a tratar la noticia. El resto, nada.
Quizá tenga bastante que ver con que en esos documentos se afirmaban cosas como: “No habría que construir ninguna nueva planta de carbón o gas, y las actuales deberían reducir su vida útil” o “Algunos científicos subrayan que el cambio climático está causado por el desarrollo industrial, y más concretamente, por el carácter del desarrollo social y económico producido por la naturaleza de la sociedad capitalista, que, por tanto, consideran insostenible”.
La Agencia France-Presse (AFP) había sacado antes a la luz otro documento cuyo titular también se paseó por medio mundo: “La vida en la Tierra puede recuperarse de un cambio climático importante evolucionando hacia nuevas especies y creando nuevos ecosistemas. La humanidad no”. Esta filtración hace referencia al grupo II, el de impactos, cuyo informe saldrá en febrero del año que viene, un mes antes de que lo haga el del grupo III.
Tras conocer todas estas conclusiones, de una contundencia jamás vista en unos informes que se redactan por consenso –es decir, en los que se dejan de lado muchas opiniones más atrevidas–, se ha producido otra gran filtración gracias a Greenpeace. Esta nos ha permitido saber que ha habido 32.000 intentos de modificar el informe que logramos filtrar. Algunos de ellos son legítimos, realizados por parte de la propia comunidad científica durante el proceso. Otros no tanto, al proceder de lobbies y gobiernos que buscan claramente rebajar la contundencia de algunas expresiones del resumen para políticos –el único que pueden modificar, pero el único también que la inmensa mayoría de los periodistas y personas leen.
Gracias a tener las diferentes versiones del informe del grupo III, en marzo de 2022 podremos hacer algo que jamás se ha podido hacer antes: comparar el primer borrador con el informe definitivo. Y podremos hacerlo viendo los comentarios que han tenido lugar. Va a ser mucho más fácil e interesante que en anteriores informes desentrañar cuánta influencia han tenido realmente las presiones y qué han logrado modificar o eliminar de la parte más política y crucial del informe, las propuestas del grupo III.
Quienes se atrevieron a decir que las filtraciones podrían no ser útiles deberían sin duda reconsiderar mejor sus palabras. Es indudable que han ayudado: muchos más ojos van a prestar atención al contenido del informe climático más importante del mundo gracias a ellas, y además permitirán analizar cosas nunca vistas, como qué peso real tienen los lobbies y los gobiernos.
Los científicos están empezando a rasgarse las batas y atreviéndose a correr cada vez más riesgos porque han comprendido que el mayor riesgo que corren es que todo siga como hasta ahora. En el propio IPCC cada vez son más conscientes de su tendencia a la moderación y de que, ante la magnitud de la tragedia y la pasividad de la política, hay que pasar a la acción. Las consecuencias todavía no han hecho más que mostrar sus primeras caricias en forma de récords de temperatura, como los casi 50 grados de Canadá o los casi 49 de Italia. También inundaciones y otros fenómenos extremos son cada vez más frecuentes y potentes. Ya tenemos incluso huracanes en el Mediterráneo, los llamados medicanes. Y hagamos lo que hagamos hemos traspasado tantos límites que estos fenómenos empeorarán. La cuestión es cuánto queremos que empeoren y si seremos capaces de revertir alguna vez el daño ya causado, cosa que no parece muy probable si observamos el pensamiento mágico que suele nutrir las propuestas más habituales, basadas en tecnologías por desarrollar e imposibles de implementar a la escala necesaria o algún tipo de geoingeniería con consecuencias imprevisibles. El último estertor de un sistema que se resiste a morir y que, de no cambiar rápido, lo hará matando.
En este panorama ya de por sí dantesco, nos acabamos de enterar, gracias a la investigación del periodista Nafeez Ahmed, de que el designado como presidente de la Cumbre del Clima, el conservador Alok Sharma, recibió dos donaciones por valor de 10.000 libras del presidente del Foresight Group International, un conglomerado empresarial con intereses en el mundo del gas y el petróleo. También recibió otras donaciones de lobbies similares en el pasado. Además, Sharma, es conocido por haber votado generalmente contra las medidas necesarias para prevenir el cambio climático.
Habrá quien piense que este nuevo escándalo deslegitima la lucha medioambiental. Pero estará equivocado, porque es justo al revés. La constatación del interés del poder económico por controlar las cumbres climáticas y los informes más importantes demuestra que allí se juega un partido crucial, y legitima a los movimientos sociales y a la comunidad científica a ir un paso más allá. También debería obligar a los medios de comunicación a implicarse –y lo seguimos esperando–, pero sabemos que están controlados mayoritariamente por esos mismos intereses. Por eso no cuentan lo que tendrían que contar con la vehemencia que tendrían que hacerlo. Por eso algunas periodistas nos llegaron a confesar que jamás se habían sentido tan presionadas “desde arriba” para no tratar el contenido de las filtraciones en sus respectivos medios.
Porque en realidad todo esto no es nuevo: el negacionismo climático ha existido casi siempre. Desde 1950 las grandes petroleras, el Gobierno de los Estados Unidos y el Pentágono ya sabían que las emisiones de dióxido de carbono llevarían a la Tierra a un cambio climático de alta peligrosidad a principios de este siglo. Y a partir de los años ochenta decidieron financiar una maquinaria de negación que, a su vez, se apoyaba tanto en la ya existente promoción de las bondades del liberalismo económico –más tarde neoliberalismo y ahora ultraliberalismo – como en la más particular negación de los perjuicios del tabaco para la salud.
En la maquinaria de negación y persuasión más poderosa jamás ideada, una tupida red de think tanks ha venido haciendo uso extensivo de la ya refinada industria de relaciones públicas, comunicación y publicidad, y de las dependencias económicas que genera, para penetrar no solo en los medios de comunicación sino también en asociaciones científicas y profesionales. E incluso en la universidad, condicionando paradigmas y currículos. Mediante grupos visibles (lobbies) y otros de apariencia espontánea, a quienes atribuimos inconscientemente buena fe, han aprendido y refinado distintas formas de pervertir el debate público racional.
Comenzaron tras la II Guerra Mundial, proliferaron como respuesta a Mayo del 68 y se han consolidado hasta el punto de acabar no solo marcando los límites de lo debatible, sino sus propias reglas. Han penetrado en nuestras mentes, y conducen buena parte de nuestras cosmovisiones sin que apenas nos demos cuenta. Estudiar el negacionismo climático a fondo, siguiendo la pista del dinero, ofrece una perspectiva inmejorable de dónde reside verdaderamente el poder mundial. Una estimación conservadora de Robert Brulle de la Drexel University de lo que se invierte en negacionismo climático –estrictamente cambio climático, solo en los Estados Unidos– establece un promedio de cerca de mil millones de dólares anuales en la primera década de este siglo.
Muchos medios de comunicación dieron espacio a ese negacionismo insolente y estúpido, como ahora se lo dan ampliamente a su hijo bastardo: el negocionismo, el arte de hacer negocio cuando el problema ya no se puede negar. Y luego pasa lo que pasa: casi nadie se fía de los grandes medios y los científicos son la profesión más respetada. Por algo será.
Las filtraciones y denuncias de corrupción son importantes porque contienen un mensaje inherente claro y necesario. Ahora son nuestros ojos los que os están vigilando a vosotros. A pesar de que sabemos lo que ocurre entre bambalinas, no podemos permitirnos el lujo de pensar ya de entrada que nada útil puede salir de esta COP, la primera en la que estará vigente el Acuerdo de París. Muchas personas estaremos ahí para tratar de presionar como podamos, con todas nuestras fuerzas. Aunque las COP suelen ser un fiasco porque están casi diseñadas para serlo, basta con que eso cambie una vez para que todo cambie. Y esa vez ha de ser en Glasgow, porque nos lo jugamos todo. Ya no hay tiempo.
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