Busquemos la salvación en las obras para otros

Fui de largas oraciones religiosas, lindos cantos, no faltaba a la Hora Santa, ese es mi pasado. Me costó entender que ser cura, obispo o papa es una profesión y quizá, una más del montón. Entendí que mi diezmo insignificante no cambiaría la vida a una familia pobre o a una pobre familia, cosas diferentes pero sí al cura o al Vaticano y decidí ejercer un evangelio personal, no en busca de la santidad sino como un cerdo que olfatea las trufas, empecé a olfatear la pobreza, la enfermedad, la marginación.

Por: Francisco Parada Walsh*

Conozco la pobreza urbana como rural, he visitado zonas populosas donde las pandillas son las dueñas de la vida y de la muerte, sin embargo entiendo que si estoy ayudando a su gente, estoy a salvo.

Con la pandemia todo cambió, la seguridad de ver a un familiar, a un amigo es cosa del pasado, todo es tan diferente que entendí que lo único que me llevaré será un buen o mal recuerdo de mis obras; aun bromeo con mis vecinos que de una u otra forma alguien debe enterrarme y en lo que llega ese momento, debo buscar no esa salvación en un cielo lleno de púrpura y oro, sino esa paz que da, servir; aliviar las dolamas que la pobreza causa; romper ese círculo maldito donde nacer y morir pobre es ya una marca registrada “Made in The PInochini of América”; no soy un santo, soy el hombre más común del mundo y día a día mi bitácora apunta la nariz a donde está el dolor, el pobre, el enfermo y los niños; por cosas de nuestro karma debe saber el lector que encontrar a esos preferidos de Dios es quizá demasiado fácil, demasiado; la mayoría de hogares en el área rural viven del ayer, prestando dinero, arriesgando su vida para irse de esta tierra roja y nunca volver a poner un pie en el país y los entiendo perfectamente.

Al final, la salvación o el infierno son decisiones personales, solo que he entendido que dejé los ritos externos para pasar a purificar mi alma cual pollo rostizado en la búsqueda del servicio; toqué puertas y no se abren, entendí que no puedo depender de otros y ese gozo de regalar una consulta, de dar las primicias a un hombre anciano y enfermo es lo único que me llevaré o quedará.

Pocas veces me he sentido arrinconado ante la muerte y la pandemia es la muerte que cabalga en un prieto caballo que echa fuego por el hocico; sus ojos, son brazas y su relinchar, puteadas; y entiendo que el mal es inherente al hombre y en esos días, semanas, meses o en el mejor de los casos me queden algunos años de vida debo aprovechar cada segundo de mi existencia para mimetizarme con mi hermano, ese hermano invisible desde el útero hasta su mausoleo, esa es la realidad que vivo; no vivo en un paraíso, ni por cerca; tener y disfrutar de uno de los mejores climas del país no es sinónimo de magia, ni de vivir en el cielo; al contrario, hay adversidades enormes, sin embargo he aprendido tanto de la casa de ese pobre que él comparte lo que tiene, no sé cómo lo hace, no entiendo por qué no le da miedo quedarse sin el sustento por compartirlo con el invitado, ese mequetrefe que soy yo.

Gozo entrar a esas casas, que, quizá muchísimas personas no conocen, sentir que lo que se da, se da de corazón y no por intereses comunes o algo que se pueda sacar en el futuro; las amistades de antaño dejaron de serlo, uno, el pobre es el enemigo de ellos, sencillamente ponen distancia y todo acabó y soñando en voz alta, desearía dos cosas, tener un albergue como debe ser para cuidar a perrunos, gatunos, pollos y más y poder tener una red de médicos que me donen medicina, pues eso, al único que sirve es al paciente que apenas puede costearse una consulta; hacer una ONG sería una buena idea, sin embargo la burocracia nuestra aterra y el dolor es puntual, es ahora, las tripas chillan y contemplar tales derrotas no se vale, se debe hacer algo más que una oración, no, hay que meterse la mano a la bolsa y es entonces, que tal vez, tal vez en la balanza de Dios, pueda entrar en el paraíso sin embargo, el diablo compone la balanza, le quita y le pone peso y quizá mi fin sea ese infierno lleno de diablotas hermosotas, infieles, bandidas y filmar una nueva serie “Sin tetotas y nalgotas no hay paraíso” y encontrarme con mis amigos y seguir en esa farra eterna, creo que es un premio merecido a una vida sencilla con la única intención de servir, de dar más y no esperar que me sirvan ¡ni la comida! no digamos que me repartan dignidades, títulos y noblezas.

Soy del pueblo, de esa gente sencilla pero no he aprendido a dar más imitando a un pobre. ¡Me falta aprender aún más! Muchísimas personas creen que porque mi segundo apellido es Walsh pertenezco a la nobleza europea, poco sé mi historia familiar y lo que sé es que mi abuelo, era un filibustero que en vez de bajarse de un barco pirata se tiró de en avión; por ende, cuando el tiempo avanza, solo deseo servir a mi gente.

La compasión debería ser un modo de vida o un verbo que se conjugue así: ¡Yo, Compasión, Tú, Compasión!, al igual que la misericordia pero no, y entender que no somos peones ni reyes, sino la caja donde se guardarán las piezas de ajedrez, lugar final para una humanidad que lo que menos tiene es humanidad.

*Médico salvadoreño

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