La impasibilidad de la gran empresa privada organizada ante el ataque contra la propiedad privada por parte del régimen de los Bukele es admirable. Cuando los Gobiernos militares intentaron una tímida reforma o transformación agraria en dos ocasiones, el capital agroexportador de entonces se revolvió con furia contra generales y coroneles. La gran prensa respaldó su rabiosa campaña, mientras ingresaba buen dinero por la lluvia de campos pagados firmados por los frentes fantasmas. De poco valió que el segundo proyecto fuera avalado por Estados Unidos, cuyos asesores fueron asesinados en un hotel. Al final, los militares cedieron y cancelaron los proyectos. El argumento principal del capital sostenía que alterar la estructura de la propiedad rural atentaba contra las libertades fundamentales.
Mucho ha cambiado el capital para abdicar ahora en silencio de ese principio, casi un artículo de fe. La evolución ideológica es radical, aunque eso no significa que su fortuna haya menguado. Al contrario, ahora tiene más que entonces, pero los afortunados son menos. La acumulación y la concentración de la riqueza es ahora más acusada. En teoría, por tanto, no ha renunciado al principio de la propiedad privada. ¿Cómo se explica, entonces, que sea testigo mudo de su flagrante violación, una conculcación mucho más agresiva que la de los militares? Una posibilidad es la fractura del sector. El capital se habría dividido entre quienes operan a la sombra de los Bukele, para lo cual habrían renunciado a un principio hasta no hace mucho intocable, y entre quienes prefieren guardar silencio, temerosos de las represalias. Tal vez porque la propiedad en peligro no es la suya, sino la de los medianos y los pequeños.
Las circunstancias han cambiado. La gran empresa privada está en desventaja. Antes de la guerra, contaba con el Ejército, los cuerpos de seguridad y los escuadrones de la muerte para mantener el orden oligárquico. La violencia estatal apenas pudo contener los reclamos de transformación económica, social y política. Los que pidieron reformas, —en particular, la agraria— fueron perseguidos y asesinados como “delincuentes terroristas”. Ahora, la correlación militar favorece a los hermanos Bukele. La cooptación del Ejército y la Policía les permite moverse con seguridad. En esto, ni aquellos, ni estos son diferentes a los de antes. La estructura se reproduce sin solución de continuidad. Los actores son diferentes, pero la ambición de poder y de dinero es la misma. El orden impuesto por los Bukele es un ejemplo actualizado de la incomparable ventaja de contar con el apoyo incondicional del Ejército y la Policía, instituciones que han retornado sin asco a la política y a la deliberación.
En cualquier caso, sea por sometimiento al régimen o por miedo a las represalias, sorprende la debilidad de la gran empresa privada organizada. Ni siquiera tiene partido político. Abandonó a Arena, surgida del anticomunismo y de los escuadrones de la muerte, como se descartan los desechables. Arena colapsó por la resistencia de su cúpula a la renovación; el partido se consumió en su conservadurismo. Equivocó la lealtad a sus fundadores con la inamovilidad. Agotado, el gran capital que lo financiaba para que defendiera sus intereses se desentendió de él y no lo reemplazó. No porque Bukele y su partido fueran a asumir esa tarea; el capital es suficientemente inteligente como para pensar que estos vayan a velar por su fortuna.
Quienes se acogieron al amparo del régimen, lo han hecho por simple pragmatismo. Es más rentable estar con el poder que contra él, sobre todo cuando este es totalizante. Quienes mantienen una distancia recelosa, también son pragmáticos: es más productivo mantener un perfil bajo. El régimen los acepta a ambos como compañeros de viaje. Aunque caminen juntos mientras sea conveniente para todos, el gran capital ha sido doblegado. La beligerancia con la que antaño defendió principios tan apreciados como el de la propiedad privada ha desaparecido. La irrelevancia de su último evento anual, centrado en cuestiones de orden interno, es elocuente.
La evolución ideológica del capital revela que el dinero es mucho más importante que la propiedad privada, la república, la democracia, las libertades y el pueblo. Invocaciones recurrentes y apasionadas en su lucha por mantener inalterado el orden oligárquico, con la colaboración de los militares y los escuadrones de la muerte. Entonces, no cedía en nada, porque ceder en lo poco era el comienzo de transformaciones radicales. Irónicamente, el neoliberalismo y su encarnación criolla más reciente han anulado el principio de la propiedad privada y, de paso, también ha neutralizado el poder casi absoluto del gran capital. Su lugar ha sido ocupado por especuladores, estafadores y corruptos de la criptomoneda.
Una vez más se pone de manifiesto que el capital no tiene patria, no es nacionalista, ni democrático, ni inclusivo. Su prioridad es conservar el ritmo de acumulación y concentración de la riqueza. Un mérito del régimen de los Bukele es haber expuesto crudamente su naturaleza apátrida, egoísta e inhumana. Tal para cual.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.