Las Manos Inquietas

Son independientes a mí. Ellas deciden qué escribir, qué tocar, qué cocinar, qué amar. Hay momentos en mi vida que así, como vacía tengo el alma, vacía tengo la mente y las manos no tienen más que esconderse en las bolsas de mi pantalón, encontraron el refugio más inseguro que pueda haber.

Por: Francisco Parada Walsh*

Pierdo todo, todito, bueno, ciertas cosas materiales y de repente mis manos solo buscan el teclado de esta sencilla computadora, quizá así sea la vida de los grandes músicos, que sus prodigiosas manos arrebatan el pudor y desnudan al piano y empiezan a volar; escribo por un placer enorme y debo aclarar, como un desasosiego que siento, que vivo en un mundo al que no pertenezco, un país que en vez de rosas plantar, siembra  jóvenes, entonces, decidimos, quizá sea un trato que cada uno de los miembros sea independientes y las manos deciden qué tocar, qué escribir; no sé qué es adolecer de una enfermedad neuro vegetativa pero si sé lo que es padecer de locura, o de una cruda que me tiemble hasta el pelo; por eso cada día escribo más, no por egos, ni por dinero, sino por placer, por amor, por deber.

Ese último es el más importante. Quizá la única comparación que viene a mi mente es porque cada dedo, cada falange ama escribir como el pianista, el violinista ama tocar; no lo sé, no lo sé y ante la vejez inminente debo derrotarla con líneas de amor o de dolor pero no puedo permitir que el destino me derrote; acepto todas las derrotas del mundo, no soy un caballero que galopa con su fiero corcel, soy un viejo que ama la vida y por qué no la muerte, que ya me pasé de mi estancia en esta tierra y por lo tanto, debo regresar algo de bondad recibida al mundo y qué mejor que un artículo; soy desordenado o demasiado ordenado y quizá debería escribir varios libros, no se trata de aquella mentira universal que “Siembra un árbol, escribe un libro y ten un hijo”, la refuto simplemente que no he sembrado un árbol, sino cientos y si algunos se secan y otros dan frutos solo semejan la vida del hombre; conozco árboles de los que esperé los mejores frutos, pero no, no pasaron de chiriviscos; escribir un libro es fácil, pague a la editorial y usted es un escritor; no puedo olvidar un chasco, un momento raro en mi vida cuando busqué ayuda para publicar una sencilla recopilación de los artículos dedicados al personal de salud masacrado durante la pandemia; de repente aparece un joven muy educado, era quien sería el responsable de ayudarme a armar el libro, poco se dé eso; lo único que quería era que lo poco recaudado sirviera de ayuda a alguna familia que sin duda, está pasando un mal momento; un amigo me ayudaría con los costos, solo recuerdo que de este joven recibí un sencillo mensaje que decía que me llevaría una sorpresa.

Creo en la gente, y más en los animales, pero todo fue una farsa, ni el libro se publicó ni ese joven existía, no dudo que haya sido el mal  estado que nos atormenta, que tan gentilmente robaron mis sencillos artículos y al final, agradezco a ellos pues nunca fueron ni violentos ni vulgares, todo quedó en el pasado.

Si escribo, debe cada renglón contener caldo, sino, no escribo. He leído a tantos escritores que después de cien páginas encontré una frase que me sacudió, no escribo así, cada línea me debe sacudir, me debe doler, me debe hacer reír, me debe acercar al lector. Por eso pienso en escribir un libro, si deseo volverme millonario por escribir astralidades de superación personal y que bla, bla, bla; no, se escribe con el alma, sabedor que nadie paga por leer dolor y menos amor.

Tener un hijo, no, cada quien debe ser dueño absoluto de la felicidad y ésta, no viene por encargos y menos por un hijo; mi felicidad se somete a oler una rosa, ver un clavel florecer, tomar un café y sentir que mi vida tiene sentido; a escribirle a un amigo, a cotorrear sencilleces donde nadie sea ganador, donde todos ganemos y disfrutar de lo más sencillo de la vida.

Mientras escribo, tengo una cerveza a mi izquierda y música a la diestra; no, que sea José Alfredo el que vuele galillo, es ser agradecido con la vida; todas las canciones me las puedo, todas, era la música de niño y de joven que escuchaba mi tata  y poco a poco me apasionó tan lindas canciones; por cosas del destino, en Samborn´s  encontré la biografía de José Alfredo y que me la aprendo, ese soy yo, la música es un lenguaje que aunque no conozca al cantante, acepta y yo acepto su amistad, y seguimos tomando cerveza, tequila o lo que sea.

Es domingo, día de descanso; si todos los días son días de descanso y de farra para mí; detengo el tiempo porque llegará un momento, que el juez tiempo, me detendrá a mí. Es la vida, mientras, que las manos inquietas acaricien el teclado, que al final de estas líneas haya alguna melodía para el lector.

*Médico salvadoreño

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