Túpac Amaru: Exorcismos y retornos (IV)

Varios indios caen desmayados por los golpes, el capitán mira la sangre que se derrama en la tierra, los terrones removidos adquieren una tonalidad rara, oscura y granate. Uno de los mitayos caídos también mira su sangre. Sonríe. La tierra parece beberla. ¿Sonríe? El sargento mayor lo castiga con más dureza. ¿De que se ríe el imbécil?

Por: Marcelo Valko*

Una fuerza sobrenatural les impide a unos moverse y a los otros pensar con claridad. Estos bestias de mierda no entienden nada, ni siquiera a palos, brama el capitán, por eso mandó traer gente de Mateo Pumacahua, el cacique colaboracionista de Chincheros al que recurren cuando hay problemas, un sujeto que fue fundamental para derrotar a Túpac Amaru, y también es clave en la “pacificación” posterior, por eso será nombrado coronel de infantería.

Pumacahua había llegado esa mañana con dos centenares de indios y de inmediato comenzaron la demolición bajo las órdenes y gritos de los soldados. Pero el cacique, siempre tan diligente con la Corona cometió un error impensado. Para inmortalizar su victoria contra Túpac, mandó pintar en el pórtico de la iglesia de Chincheros una escena del memorable combate que acabó con la detención de Condorcanqui.

Con el correr de los años, cada domingo, cuando asiste a misa, el rebelde vencido, crece dentro suyo sin que lo advierta, al punto que en 1815 se encuentra peleando por la independencia hasta que es capturado por los realistas, acusado de traidor y decapitado.

Al caer la noche, la casa es un montón de escombros y la sentencia al menos en los aspectos formales parece cumplirse. Durante toda la jornada, el campamento fue un hervidero provocado por el movimiento del ganado para tirar las yuntas para remover la tierra y esparcir los terrones de sal, Pero la ansiedad de los guardias aumenta.

Ruidos extraños alertan a los perros que no paran de aullar. Los sonidos que emergen de entre los escombros de la casa estremecen al contingente. Nunca se conoció un campamento tan plagado de antorchas. El viento hace bailar las llamas y las sombras se mueven, avanzan y acechan.

Los centinelas del perímetro sostienen sus alabardas con fuerza y el capitán manda encender más y más fuegos. Ningún castellano duerme, en cambio los indios que corren encendiendo hogueras, sueñan despiertos con el retorno.

En el extremo del solar que fuera de Condorcanqui, un viejo yatiri suelta hojas de coca amparado por la noche. Necesita leer lo que vendrá. El olor de la sal, se confunde con el aroma húmedo de los terrones de tierra removidos por decenas de arados. Pese a la penumbra, observa atentamente el vaivén de las hojitas en el aire que vuelan dispersas hasta caer y reunirse en un punto. Aunque su rostro permanece inmutable, su corazón sonríe: va a volver, está volviendo.

Crisálidas y hogueras

A mediados del siglo XX José María Arguedas descubre para Occidente una creencia que los indios vienen narrando en forma clandestina desde hace cinco siglos: el esperado regreso de Inkarry que terminará para siempre con la invisibilidad padecida a manos de conquistadores, encomenderos, misioneros, caporales y funcionarios republicanos.

Todos ellos son englobados como Españarrys, es decir: reyes españoles, en una evidente contraposición con la figura del Inca liberador. Inkarry es la sonorización de una palabra mestiza que deriva de la contracción Inca y Rey y se basa en la tergiversación histórica que fabrica un Atahualpa decapitado por Pizarro en lugar del garrote vil o ahorcamiento que efectivamente le aplican sus secuestradores.

El imaginario andino elabora la catástrofe de la muerte del Inca con los ingredientes que encuentra a disposición o que directamente inventa, y con ellos construye la certeza sobre esa cabeza oculta pero invencible. Por más que sus captores la hayan enclaustrado, se encuentra creciendo de arriba para abajo recuperando su cuerpo parte a parte con la complicidad silenciosa de la tierra.

Una vez que esté completa la ultima de sus uñas y cabellos, al igual que una crisálida cuando acaba su metamorfosis, se pondrá de pie y expulsará a los invasores del Tahuantinsuyo. La cabeza está madurando, creciendo clandestinamente, engordando en el humus como una papa sabrosa, como un tubérculo mágico que más temprano que tarde, entrará en acción como esos terremotos que vienen gestándose en la profundidad de las placas tectónicas hasta que un día se quiebran y el mundo estalla en pedazos.

Esa tergiversación histórica puede rastrearse tempranamente en los dos dibujos que realiza hacia 1590 el cronista indígena Guaman Poma. En ellos se observa el momento en que los conquistadores se disponen a cortar las cabezas de Atahualpa y Túpac Amaru I, lo que significa que ya en ese entonces, para el imaginario andino, la cabeza de Inkarry estaba escindida del cuerpo condición primordial para comenzar a trabajar en la reconstitución del cuerpo del Inca que alude claramente a la reconquista del Tahuantinsuyo.

La cultura construye esa cabeza en crecimiento porque necesita tiempo para rehacerse del fin del mundo que implicó la Conquista.

Resulta más que interesante, la similitud que guarda el accionar del porquerizo Pizarro ejecutando a Atahualpa en 1533, el Virrey Toledo asesinado al joven Inca arrancado de Vilcabamba en 1572 y el accionar del Visitador Areche cuando mata a Condorcanqui en 1781. Los tres tuvieron necesidad que la exhibición de la muerte del Inca respectivo tuviera la mayor exposición posible.

En Cajamarca Pizarro le aplica el garrote vil a Atahualpa delante de todo el pueblo y luego lo deja expuesto durante un día entero para que los indios se convenzan de su muerte, algo similar realiza Toledo con el joven vilcabambino. Manteniendo las diferencias del caso, Areche hizo lo propio con Túpac Amaru II. Pero ninguno como este ultimo funcionario real, tuvo tal necesidad de mostrar la muerte y matar al muerto.

Areche precisa un exorcismo formidable y para ello, utiliza distintos canales y procedimientos para eliminarlo, disolverlo, extinguirlo como si nunca hubiese existido. El paso del Inca por este mundo le resulta insoportable, al igual que sus restos, su nombre, su casa, sus descendientes, sus imágenes, hasta sus recuerdos. Debe cortar de cuajo la raíz malsana, de lo contrario “vendrá a criar yerba de libertad”.

No se trata solo de una metáfora. Por más que Condorcanqui cuida las formas religiosas, incluso manda reparar de inmediato la capilla de Sangarará que había resultado dañada tras el combate inicial, la Iglesia lo declara hereje, blasfemo y obviamente lo excomulga.

Algo similar le sucede a Castelli y su Ejército cuando toman el Alto Perú y el Obispo Remigio La Santa los declara “malditos del Eterno Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” y hasta ordena “la prohibición de dirigirle la palabra eternamente a los herejes porteños”. La palabra es peligrosa, la palabra contagia, la palabra convence, la palabra es memoria y futuro. Y la palabra en los Andes, es una palabra en plural, aunque no lo parezca y se empecine en enmascararse en el singular de un nombre.

Ya lo dijo Mariategui: el indio nunca es menos libre que cuando está solo. Por eso la historia de Condorcanqui es una historia de la sangre de los muchos invisibles. Por eso los indios, esos que jamás fueron percibidos en singular, se entusiasman anunciando “Ya tenemos Inca Rey, ya tenemos Inkarry”. Y se entusiasman al punto de morir cien mil de ellos para sostener la libertad de una nueva era.

Para una cultura que habita una temporalidad cíclica, los distintos cuerpos o rostros son como ropas intercambiables, huellas que siguen el mismo camino con otro paso que en realidad es el mismo. Es la metamorfosis de la crisálida que se transforma en mariposa, así Condorcanqui deviene en Túpac Amaru que asume el nombre del último Inca en una cadena iniciada en Atahualpa.

Se trata de un nombre que excede lo que la historia de Occidente supone de un nombre. De allí resulta comprensible el terror de los funcionarios. ¿Como podrían matar a esa crisálida que asegura que volverá y será millones?

¿Como concluye la historia de una narración circular, un relato de retornos, de cuerpos amputados que retoñan? Quizás parafraseando a Miguel Hernández cuando le canta a gritos a los carniceros franquistas asegurando que la libertad “hará que nuevas manos y nuevas piernas crezcan en la carne talada”..

*Autor de numerosos textos como Esclavitud y Afrodescendientes, Pedestales y Prontuarios, Cazadores de Poder y Pedagogía de la Desmemoria http://marcelovalko.com 

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