Llega. No perdona. No es excluyente. Algunos le llaman la parca, otros, la muerte. En un zas nos hace morder el polvo, y como tal, nos nivela a donde todos, arcanos y profanos terminan sus días en el mismo nivel. En ese mundo egocéntrico donde creemos que la tierra gira por nosotros, somos apenas sombras en el tiempo.
Por: Francisco Parada Walsh*
Viene a mi destartalada mente un recuerdo, era un niño cuando sufrí un grave accidente donde mis dos hermanitos fueron llevados por la niveladora, lo tengo tan presente cuando en esa caliente arena, resollaba un caballo negro, la parca fijaba su vista en mí, el corcel relinchaba, echaba fuego por el hocico y fue la muerte quien me dijo: “No es tu día, mi niño; cuida a tus padres, no te pido que te portes bien o mal, nada de lo que hago depende de eso, solo cuida a tus padres pero especialmente a tu madre, que este golpe ha sido demasiado duro; no creas que no serás mío, vive, vive, que si te dijera la fecha que pasaré por ti, tu vida sería infeliz, vivirías en un martirio, vive, te llegará el momento y ni cuenta te darás”.
Mientras mi hermanito gritaba preguntando cómo estaba mi hermanita, solo se vio un relincho, y la muerte desapareció. Sé que vendrá, lo sé, y sigo su consejo de “vivir”, vivir no es respirar ni portarse bien en la vida, vivir es amar, ir contra corriente sintiendo que ya no haya aliento, que vivimos al límite.
Egos y narcisos son la nada para la niveladora y aun, parece que la humanidad no lo entiende. Debería ser normal hablar sobre la muerte y como tal, entender nuestra pequeñez en un mundo arrogante y perverso. Y viene ese maldito karma a terminar de devanarnos, por eso creo que mi vida debe ir enfocada al otro para que, la parca sea benévola conmigo, no sé cómo puede ser benévola pero dentro de ese menú de arrebatos, morir con dignidad.
Hace un par de semanas publiqué Mi canto de Muerte” donde en vez de resistirme, debo aceptarla y empezar a andar, pueda ser despacio o rápido pero sabedor que llegó mi hora y como tal, agradecer a todos los dioses por lo que me dieron y por lo que no me dieron. El hombre en su infinita testarudez y ansias de poder ha conquistado la luna, océanos, virus inventados pero no ha encontrado la cura a la muerte, la enfermedad más infame y contagiosa pues no perdona a reyes ni al sencillo hombre.
Mientras vivimos, creemos en nuestra opacada mente que existen castas, clases sociales donde aquel es depreciable y yo soy imprescindible, y en un santiamén la niveladora pone todo en su lugar, nos deja desnudos, se burla de nosotros, los seres de luz que iluminamos el universo con nuestro ego, con tanta bisutería material y moral y ni así, aprendemos.
Me imagino a la niveladora como un gran tractor, con unas filosas cuchillas en el frente que cual un predio baldío es el mundo y empieza a rascar, a emparejar, a nivelar y lo que era una linda montaña o una hondonada, en segundos es tierra, es polvo al que debemos volver. Mientras llega la niveladora a mi vida, leo, escribo, escucho música, camino por lindos parajes, disfruto a mis perros y gatos, tomo vino que en vano limpia mis venas, cocino mi vida a fuego lento y algún buen guiso y destapamos la bendita cerveza para brindar por la parca, por la niveladora; así como ella se reirá de mí, así debo reírme yo, quizá nadie gane, ella solo cumple su trabajo y yo, solo vivo, y espero.
La niveladora universal, nos espera. Quedita, sentada en una banca de un parque mientras fuma un cigarrillo o un puro de marihuana, creo que la parca debe quizá fumar mota para no sufrir, pues a pesar de ser la dueña de nuestras vidas, está harta del trabajo más aburrido que pueda haber: Esperar y leer el libro de la vida para ver a quién le toca, a quien le llegó su día. En la vejez, nos damos cuenta que poco a poco vamos quedando solos, por eso me aferro al amor infinito de los animales, no me fallan, los humanos, sí fallamos, somos ruines, miserables, egoístas y para más joder, materialistas.
Después de ocho años de vivir en mi montaña embrujada compré una pequeña refrigeradora, me creía asceta, un apóstol pecador que debía vivir con lo mínimo; esa vida me gustaba, ahora mi refrigeradora está topada de la gula, cervezas, jugos, jamones del diablo o de dios, quesos y eso no me gusta. Recuerdo que hace unos tres años, fui invitado a un almuerzo, el desconocido era yo, todos, unos eminentes médicos, algunos más patanes que yo y de repente una amiga me dice: Francisco, y ¿ya compró refrigeradora? Mi respuesta fue: “No. Quiero que el día que alce vuelo, mi equipaje sea liviano”. Fueron segundos de un silencio ensordecedor, los encumbrados colegas, quizá creen que cuando llega la niveladora universal, da tiempo para llevarse una refri al inframundo. Todo se queda. Todo.
*Médico salvadoreño