Por: Francisco Parada Walsh*
Todo sucedió en el Café de Don Pedro. Era de madrugada cuando de repente “Sonaron cuatro balazos a las dos de la mañana, lo fui a matar en tus brazos, sabía que ahí lo encontraba”; era José Alfredo Jiménez que con tremendo pistolón va entrando al Café y ante el miedo, susto o no sé qué, es José Alfredo que me dice: Aja mi Chico, Paco, Pancho, ¿Cuánto tiempo sin verte manito? Le respondo que desde aquella serenata que fuimos a dar a la Colonia Lomas de San Francisco no nos veíamos.
La sed de José Alfredo es evidente, pide una botella de tequila pa´ nosotros y una botella para cada mariachi; ante tan descomunal exceso le digo suavemente a José Alfredo: No hay que beber mucho, hacen la prueba del alcotest y quien sabe sería mejor bajarle al número de botellas.
José Alfredo, algo encachimbado, se me queda viendo directo a los ojos, tuve miedo, no puedo negarlo y me dice: Mire mi Paco “No me amenaces, no me amenaces, cuando estés decidido a buscar otro amigo, pues agarra tu rumbo y vete, pero no me amenaces, no me amenaces”; inmediatamente le hice ver que no lo amenazaba, que lo olvidara.
Nos sirven la botella de tequila Cuervo del Diablo, es José Alfredo que ante la belleza de la joven mesera parece que ha visto al mismo chamuco, ante esos ojos desorbitados le pregunto a José Alfredo ¿Qué te pasa mi Rey? El, se sirve un tequila doble con cara de triple y me dice que cuando vio a tal linda joven que: “Sintió que su vida, se perdía en un abismo profundo y negro como sus suerte, quise hallar el olvido al estilo Jalisco”, le interrumpí, y le hice ver que apenas va llegando y ya está de enamorado, que, la muchacha le tuvo quizá miedo al tremendo pistolón; él, entre una risa pícara me dice: Si esta babosada, ni a cuetio llega.
Fueron las sonoras carcajadas del mariachi “El Pinochini de América”; mientras nos sirven un plato de bocas, orejas y narices, es José Alfredo que me pregunta cómo me va, quizá ante mi silencio y la mirada perdida me dice, Paco, “tu no naciste pa´ pobre, te gusta todo lo bueno, y hoy tendrás que aguantarla”; Hoy si me jodiste mi José Alfredo, cada día estoy más jodido pero tenemos lo que merecemos, mejor te sirvo otro trago y no me acuerdes de mi desgracia.
José Alfredo, ya algo entonado me dice que “Es que si quieren saber de tu pasado, es preciso decir tantas mentiras, di que vienes de allá, de un mundo raro donde la honestidad es lo más preciado”, pero José Alfredo, ¿Cómo puedo decir esas mentiras? Es él que con la voz algo baja dice que todos mienten, desde los presidentes hasta el indigente, y que quizá en toda América Latina, mentir es ya algo típico, tradicional y mira me dice: Fíjate a López Obrador, mentira tras mentira, como que fuera este joven al que le regalaron treinta millones de dólares para ni sé qué, y fíjate que ni aguinaldo tienes, te voy a dedicar esta canción “Diciembre me gustó pa que te vayas, debes cruzar desiertos y fronteras, y que sea tu cruel adiós mi navidad, no quiero comenzar el nuevo año con ese mismo dolor que me hace tan mal”, vente con nosotros, te haré pasar como un mariachi, aunque más que mariachi parecerás cipitío, son las risotadas de los presentes.
Yo, entre apenado y ya medio tocado, le digo que debo madrugar ya José Alfredo, pone el pistolón en la mesa, algunos presentes salen corriendo y es el gran José Alfredo Jiménez quien me dice “Tómate esta botella conmigo, y en el último trago quiero ver a que sabe tu vida, sin poner en mis canciones tu dicha, solo tomate esta botella conmigo”. Mientras empezamos a levantarnos es José Alfredo quien me dice: ¿Quiénes son esos peludos con cara de pipianes que están en esa mesa?
Yo, algo apenado le digo que es Robert Plant y Jimmy Page, que son unos cantantes ingleses y que tienen un grupo que se llama Led Zeppelín, mientras mi José Alfredo pone el pistolón en la cartuchera, escucha que empiezan a tocar “Black Dog”; no parece molestarlo, al contrario, se sienta junto a Plant y Page, pide tres botellas de whisky, y juntos, esos tres gigantes de la música universal empiezan a cantar El Perro Negro de José Alfredo: “Al otro lado del puente De La Piedad, Michoacán, vivía Gilberto, el valiente nacido en Apatzingán, Siempre con un perro negro, que era su noble guardián”.
*Médico salvadoreño