Relato: La venganza de teresa (2)

Ya era de noche cuando llegaron Froilán y Teresa a su nueva habitación, que no resultó sino peor que la anterior que ocupara ella, en Soyapango, ese municipio del cual no quería ver ni en pintura. Pronto los recuerdos, como jirones, se diluyeron y dieron paso a una grata existencia junto a su héroe Froilán, alias “uñas de punche”.

Por: Prof. Mario Juárez*

Esa noche, o sea, el 31 de diciembre, brindaron a lo grande. Con el dinero de Camilo, se armaron de dos botellas, una de vino y la otra de guaro, y se pusieron una “cirindanga” monumental, en la que brotaron sentimientos nunca antes vistos, sobre todo en él: aquella mansedumbre y cordialidad que lo caracterizó, se habían convertido hoy en procacidad y perversidad. Desde allí comenzó una vida desordenada, erizada de conflictos y escándalos. Y por primera vez Teresa se preguntó si no fue un error al haberse dejado raptar por ese hombre de doble filo…; de haber conocido ella la índole del hombre que la sedujo, es muy probable que se hubiera negado a ser su mujer.

Mientras tanto, Froilán “agarró la zumba” el primero de enero, y nadie sabría a ciencia cierta cuando se detendría. Ya no se desprendió de sus amigos en la cantina. En la calle desfilaba como un sonámbulo, con su ropa estropeada, dibujando zig zags, blasfemando y deteniéndose alguna vez para cantar con voz ronca: “Encontré una bella flor en el fango; le corté los pétalos…” Se interrumpía siempre al pronunciar el segundo verso, y reanudaba sus maldiciones.

En la noche llegaba virtualmente borracho, y de su garganta emergían palabras incoherentes. Entonces ella, presa de una crisis de histeria, le daba sonoras bofetadas, lo cogía de los cabellos y lo zarandeaba algunas veces, mientras él, obediente, aguantaba los golpes y se abstenía de toda insolencia.

Tan pronto como el desprecio y el asco sustituyeron el amor y la simpatía de antaño, comenzaron los puños, y se asegura que no era el marido el que más fuerte pegaba, sino ella, mujer impetuosa, irascible y atrevida, dotada de un extraño vigor.

No pasó siquiera un mes cuando al fin abandonó la habitación y huyó con un seminarista de la iglesia del pueblo, dejando a Froilán tirado en la cama, completamente sedado. Cuando abrió los ojos, se apresuró a beber más y al mismo tiempo recorrió las calles lamentándose ante el primer desconocido que quisiera oírlo, de la deserción de Teresa, con pintorescos detalles acerca de su vida conyugal; parecía tener gusto en representar el ridículo papel del marido engañado.

Al poco tiempo descubrió el rastro de “su niña”, como él la llamaba. Teresa no se hallaba tan lejos como hubiera querido, abandonada por el ayudante del párroco, comenzando otra vida desde cero, con vistas a emanciparse. Un crío palpitaba en su vientre.

Entretanto, muchos decían que Froilán sollozaba como un niño, hasta el punto de infundir lástima a quienes lo veían, a pesar del asco invencible que inspiraba. Otros afirmaban que se complacía en su nuevo papel de payaso, y a propósito, para hacer reír más, fingía no advertir su cómica situación.

*Docente salvadoreño

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