La memoria histórica es parte esencial del acervo cultural de los pueblos, conformada por los eventos que los marcaron, confiriéndoles personalidad.
Por: Luis Arnoldo Colato Hernández*
Por supuesto esta memoria no siempre resulta “presentable”, pues algunos de estos eventos habrían sido motivados por vergonzosas pasiones; así por ejemplo el pasado nazi alemán o el del apartheid sudafricano, son además de dolorosos, traumatizantes, empero ambos pueblos han asumido la tarea de revisar objetivamente tal pasado y en consecuencia la reconciliación ha sido posible.
Tan valiente emprendimiento les ha permitido a ambos pueblos avanzar hacia sus respectivos futuros remozando sus identidades.
Por otro lado, la xenofobia intrínseca y sistémica estadounidense, o el malicioso racismo practicado por los latinoamericanos, son vicios y males endémicos que entre otros subsisten en la medida que se evaden como realidades existenciales y originarias de nuestras sociedades.
Es decir, la sistémica negación impide superar tales aberraciones al no admitir que son una praxis cultural cotidiana.
Podemos entonces aprender de los casos referidos el que abordar objetivamente el pasado nos permite no solo responsabilizarnos, también superarlo fortaleciéndonos; mientras evadirlo supone una flaqueza que debilita nuestra identidad negándonos el futuro.
Entonces validemos que la memoria colectiva puede ser fuente de orgullo y dignidad, o de vergüenza, y si es el caso, será porque ocultamos trapitos sucios.
La riqueza por ejemplo, en América Latina, es consecuencia no del trabajo, sino del expolio de los pueblos originarios, los recursos naturales y, sobre todo, los bienes estatales, para lo que las élites secuestran históricamente al estado, con la complicidad de las fuerzas armadas; así por ejemplo a finales del siglo 19 se creó el parque cafetalero, anulando las tierras ejidales y trasladándolas a apenas un puñado de familias, las tristemente célebres “14 grandes”, que ni eran 14 y ciertamente nunca fueron grandes.
La consecuencia inmediata fue que alrededor del 72% de la población de entonces, india y originaria, fue despojada con la excusa de que aquellas tierras eran ociosas, reduciéndolos a una condición de semi esclavitud, anclándolos al arbitrio de las haciendas y sus reglas, moneda incluida.
Por supuesto aquella no fue la única infamia cometida por el estado a favor de las élites, de las que como consecuencia tenemos la alta conflictividad civil que asola al país en períodos de entre 15 y 40 años y que debiésemos recordar, pues el estado no resuelve atendiendo sus causales sino reprimiendo.
Evidencia cruda es el caso del Mozote, que el actual como los anteriores gobiernos se negaron a atender, no solo por impedir el procesamiento a los responsables de la masacre, sino esencialmente por negarse a resolver las causales materiales de la conflictividad civil que padecemos y que son la exclusión y marginación que el estado salvadoreño practica en contra de algo mas del 90% de la población.
Entonces el tema de fondo es superar la exclusión estructural que expulsa al soberano, que paga las cuentas y siempre será un marginado en su tierra.
La cuestión es que el presente gobierno, es sin duda el que más lo excluye.
*Educador salvadoreño.